Dos noches seguidos recordando claramente mis sueños: ¿qué será? ¿Mi inconsciente estará más o menos despejado? ¿Qué querrá decirme a los gritos?
Anoche soñé que estaba en mi casa (una casa mía que no era ésta) y entraba una nube de humo espeso, gris, gordo, como que desplazaba y carcomía todo a su paso. Mis hijos e hija corrían y salíamos de la habitación en la que estábamos (la mía). Yo pensaba en salvar mis libros, lloraba porque no podía llevármelos para que el pegote ése no los deshiciera, pensaba en salvar mis ediciones de Don Quijote o El señor de los anillos. No podía, salía y cerraba la puerta detrás de mí.
Con el cuco encerrado, llamaba a mi mamá y a mi hermana Nadia. Mi hermana le avisaba a mi mamá que yo estaba en problema y mi vieja, que estaba normalmente viva y normalmente dispuesta a ayudar con algo de crítica destructiva venía y, operativamente, decidía que había que abrir la puerta de mi cuarto y ver qué había pasado.
Yo pensaba si creía en la explicación fantástica (hay un montruo en mi cuarto) y cuando entráramos todo sería una masacre, o en la explicación racional (algo estaba roto y se arreglaría). Tenía en la cabeza la teoría de los dos finales posibles del cuento fantástico. Mi vieja, no. Abría la puerta y listo: mis libros estaban todos ahí, intactos, rodeados de un poco de humito.
En escena aparte el electricista me decía, delante de la mirada reprobatoria de mi vieja y de una amiga nueva que hice esta semana en el gym (???) que no tengo que poner tantos enchufes en el mismo toma y que tengo que limpiar más seguido porque la mugre había producido un cortocirtuito. Mi amiga nueva me decía que tengo que trabajar menos, trabajar menos, trabajar menos... Y yo preguntaba cómo, cómo, cómo... Y me desperté con una mala sensación de culpa y reproche.
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