Hermosa, hermosa, recontrahermosa. Más aún porque me la trajo mi hija y la peli es de madre e hija, hija única y madre única, como Magdalena y yo. Ella la había visto con sus amigas en el cine y hace semanas que hincha con que la compre y ayer me fui sola a la boliferia y me compré la sexta temporada de Sex and the city y me olvidé de Mamma mía. Así que hoy, reproche mediante, nos fuimos a comprarla juntas.
Fue maravilloso verla con ella, las dos tiradas en el sillón de casa: ella tratando de crecer hasta cumplir sus catorce y yo tratando de envejecer hasta mis cuarenta (¿con letras parece menos?).
La historia es tan tierna, tan inteligente, tan de mujeres jóvenes a los 40 (¿o los de ellas son 50 con el Flower Pwer y esas cosas en la adolescencia?). Una historia de amor, o dos, o tres o cuatro. El final sobró un poco pero es perdonable.
Lloré un montón, en cada canción de ABBA (no son de mi época, che, pero una tiene sentimientos), en cada escena de viejas amigas, de buena juventud que no se añora porque el presente sigue siendo vital, magnífico, fruto de esa juventud bien vivida. Lloré por la chica de 20 que busca a su padre porque yo pensaba en mi propia hija y su necesidad de padre. Lloré por mi mamá, por haberla lastimado tanto, por no haber entendido que no me entendía, no que no me quería, lloré porque nunca tuve una mamá como la de la peli pero porque tuve otro tipo de mamá y no me di cuenta hasta ahora.
Es bueno llorar y entender: lo que una siente, lo que tu hija siente, lo que tu mamá sintió. Es bueno... mientras trato de crecer para cumplir 40 y mi hija NO se me escapa entre los dedos (como dice la canción) porque amo vivir con ella cada minuto de nuestras vidas.
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