La nueva película de Léa Mysius se puede ver en cines antes de su desembarco en Mubi
"Los cinco diablos" con Adèle Exarchopoulos
Una tragedia del pasado esparce sus cenizas en el presente y se traduce en drama vincular con tintes fantásticos. Una niña singular, un amor juvenil, la relación madre e hija y el marco de los Alpes: la prometedora Léa Mysius, directora de Ava crea un mundo cerrado en un filme enigmático.
“Todo comenzó con una primera imagen: una mujer gritando frente a un incendio. Luego una niña con un sentido poderoso del olfato capaz de viajar al pasado. Al unir ambas ideas se formó la historia, y el viaje de la niña a la memoria de su madre abrió la película a la fantasía”. Imágenes y olores que animan fantasías parecen sintetizar, en palabras de la directora y guionista Léa Mysius en una entrevista con el sitio The Playlist, el proceso creativo de su segunda película, Los cinco diablos. Presentada en la Quincena de Realizadores del último Festival de Cannes y apenas estrenada en salas el pasado jueves como preámbulo a su desembarco en Mubi, la película comienza con la imagen de Joanne (Adèle Exarchopoulos) frente a un incendio, impregnada por el caos y la desorientación, girando a cámara con su mirada extraviada. Luego es la pequeña Vicky (Sally Dramé) quien imita los movimientos de Joanne al borde de una pileta, tratando de seguir su ritmo, de llamar su atención. Madre e hija se aventuran al lago helado de Le Bourg-d'Oisans, bajo el imponente marco de los Alpes franceses. Joanne nada hasta el agotamiento de sus músculos; Vicky controla el tiempo de esa resistencia, compitiendo con la tenacidad del frío, atesorando los olores maternos en pequeños frasquitos de memoria.
Madres, hijas, sentidos y memoria parecen ser los ejes que delinean el temprano universo de Léa Mysius, de apenas 33 años y egresada de La Fémis, quien asoma como una de las voces más prometedoras del joven cine francés. Además de su colaboración como guionista con Arnaud Deprechin (Los fantasmas de Ismäel, Roubaix, une lumière), Claire Denis (Stars at Noon) y Jacques Audiard (París, distrito 13), Mysius sorprendió con su ópera prima, Ava (2017) –disponible en Mubi-, presentada en la Semana de la Crítica de Cannes y acreedora del premio de la Sociedad de los Autores, logrando además un gran éxito de público. Si bien Ava funciona como un relato de iniciación de una joven de 13 años -¡que descubre durante sus vacaciones de verano que se irá quedando ciega!-, el mundo de Mysius ya anuncia su singularidad, guiado por el anhelo del personaje de verlo todo, incluso lo prohibido. Mientras su madre intenta consolarla torpemente y no perder el incipiente romance con un surfista, Ava explora esa nocturnidad que la envuelve, el poder de los sueños, el sexo y su vista menguante como pasajes de una única aventura sensorial.
Ava es una película luminosa, situada en Soulac-sur-Mer, un balneario de la Costa de Plata al suroeste de Francia. Allí, durante esos días de calor y playa, el camino hacia la adultez adquiere el misterio de la incipiente ceguera, el desconcierto del deseo y el peligro que anida en un perro negro y su enigmático dueño. Un joven que vive en la playa, escapado de su comunidad gitana, resulta atractivo para Ava como ese inquieto habitante de lo prohibido. “En mi infancia me operaron de los ojos, y durante unos días no podía ver nada. Así que vislumbraba una serie de imágenes fluidas que dejaron una marca en mi historia. Quizás esa imposibilidad de ver sea la que impulsa la imaginación”, recuerda la directora. Un destello autobiográfico que cobra forma en ese verano bisagra para Ava y para su madre, cuya unión transita todos los estados, los reproches y la complicidad, el amor y la desesperación. Al mismo tiempo esa primera película afirma ciertas coordenadas de trabajo: la colaboración con su pareja, Paul Guilhaume, co-guionista y director de fotografía; con su hermana gemela Esther Mysius, directora de arte; y la decisión de filmar en 35mm, gestando una imagen cálida y texturada que ofrece una plácida transición entre lo real y lo insondable.
Ese halo fantástico se profundiza en Los cinco diablos, signada por las ominosas siluetas de la cadena montañosa y el inmenso lago que preside el pueblo en el que habitan Joanne y Vicky. Con su pelo afro y sus ojos asombrados, Vicky circula como centro de la película, punto de apoyo para los viajes que enlazan el presente y el pasado. Dividida entre su trabajo de guardavidas y profesora en un natatorio y sus exigentes travesías por el lago, Joanne aparece algo distante ante la mirada de su hija, elevada siempre en sus propios pensamientos. Su casamiento con Jimmy (Moustapha Mbengue), bombero de la zona, resulta hoy un cuadro enmarcado, la fotografía de un instante perdido de felicidad. Mientras tanto, Vicky recoge los olores del mundo en una metódica colección que tiene a su madre como destacada protagonista. La crema de ordeñe que se pone para mantener el calor en el agua se mezcla con el olor de su piel en uno de los recipientes que su hija atesora. Y el afuera es siempre ajeno y hostil para Vicky, los maltratos por el color de su piel en el colegio, los secretos del universo adulto.
La puerta al pasado parece abrirse con la llegada de una visitante, su tía Julia (Swala Emati), con su piel tan oscura como la de Jimmy. Desterrada del pueblo hace diez años, parece volver como el ángel caído y convertido en diablo. Sus olores transportan a Vicky a aquella adolescencia compartida con Joanne en el equipo de gimnasia artística, el despegue de un amor resistido, el complejo rompecabezas de una tragedia que todavía esparce sus esquirlas. Mysius juega en un terreno emancipado del realismo, concibiendo cada transgresión como una luz que esclarece los recovecos del presente. “Trabajamos mucho en la relación entre Joanne y Vicky”, explica la directora. “Le dije a Adèle [Exarchopoulos] que debía imaginar que era una jirafa en la sabana y que Vicky sería para ella como un pajarito que llega y la picotea. Como una jirafa, debía pararse firme y erguida, y al mismo tiempo pretender que la niña ni siquiera estaba allí. Permitirle trepar sobre ella, adherirse a ella y seguirla picando todo el tiempo. No actuar como si no la amase, pero sí mantener cierta distancia”.
El camino de Mysius evoca la elección de los sentidos como guía. La penumbra que agita la vista de Ava en su ópera prima supone la conciencia de no poder verlo todo, de andar a tientas ante lo desconocido, descubriendo el sentido de ese último verano de inocencia. El olfato incide como un extraño poder en Los cinco diablos, en la configuración de la identidad de Vicky, en quién se reconoce. ¿Solo en la madre o también en esa tía que parece despojarla de lo que era hasta ahora? Hay una explosiva escena de karaoke con “Total Eclipse of the Heart” en las voces de Joanne y Julia que parece instalar la fuerza de ese enigma. Por ello Mysius resalta la idea del mundo previo a la concepción como un caos, como las llamas de un incendio. Ese fuego es el que asombra a Joanne en su adolescencia, el que atesora el origen de Vicky, el que reserva las respuestas a los enigmas de la película. Un fuego nacido de lo inexplicable, de un deseo que solo encuentra su cauce en las llamas.
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