Daniel Durand. Fragmento de El cielo de Boedo.
El sangriento atardecer ha pasado inadvertido, pero todavía quedan,
antes de la noche, largos trazos débiles de marrón en los escenarios
montados en el sur, una sola estrella ha comenzado a vibrar pequeña
encima de la ruta de los lienzos terrosos, otra emerge aún más pálida,
y otra más allá abajo, comienzan a competir con las luces de las ventanas
de los edificios que también se encienden, sin ritmo pero musicalmente.
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