Hace dos días que me siento desanimada, pachucha. Me digo que estoy melancólica por el final de año, que extraño a mijita otra vez, que me preocupo por boludeces como que los perros salieron a la vereda. Ya no me acuso de ingrata ni de estúpida pero no entiendo qué me pasa que no estoy contenta. Hasta pensé que tenía ganas de enamorarme de nuevo o, al menos, de tener una pareja con quien compartir el día a día y no estar colgándome de les amigues y les hijes, que para eso son las parejas.
Pero recién, retomando a duras penas, entrecortadamente durante todo el día, mi novela histórica del diccionario (encontré notas de 2004 y sé que empecé a recibir y subrayar los diccionarios en 95-96), se me ocurrió que, además de lo fóbica que me pone escribir "seriamente" narrativa, me escapo al fondo, a regar, porque estoy deshidratada: como las plantas y el pasto con la sequía, me siento mejor cuando me mojo las patas con la manguera, baldeando, bañando a mi limonero y mi mandarino que aprietan sus hojas al sol. Y lo que doy a otres es lo que quiero para mí.
Me voy a dar una super ducha con jabones y shampues artesanales. Mañana llueve.
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