Me gusta que se esté por largar la anunciada tormenta. Y que digan que mañana va a llover todo el día. El viento, afuera, sacude árboles que reclaman agua y el llamador de ángeles que, por fin, encontró su lugar perfecto en la entrada de mi casa nueva. Me gusta saber que puedo encerrarme en esta casita con mis gatas, que Rafael no dejará salir a los perros a la calle porque llueve, que nadie tendrá que ir a ninguna parte y puedo, sin culpa, enconcharme escribiendo, leyendo, tejiendo, tocando la guitarra.
La lluvia tiene la culpa de que no salga ni invite nadie, de que no ande por las veredas tratando de no patinarme ni caerme, de que ni intente arrancar el auto y manejar hasta Bella Vista y/o el supermercado. El viento rugidor me asusta pero queda afuera, como el hombrón que perseguía a Preciosa y su pandero.
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