martes, 7 de abril de 2020

Fernanda y Marosa

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Tus amigos
Amigos
En estos días en los que el encierro limita el mundo de cada cual al espacio de su casa, me digo que no soy los metros que habito. Que mi cabeza ocupa un terreno más profundo, y que ese lugar está hecho de lenguaje. Que subida a él me voy a cualquier parte.
Viajo al mundo Marosa, al de Emily Dickinson, fascinada por la manera en que las palabras hacen lugar sin necesidad de moverse. El terreno de la poesía no tiene domicilio fijo. No necesito ponerle una dirección, se habita de otro modo.
Marosa Di Giorgio, por ejemplo, es parte esencial del inventario de escritoras raras de la literatura del Río de la Plata: su poesía arde, es libidinosa y mística, recrea mil veces el escenario de su infancia, un vergel donde el sacrificio y lo aciago conviven en fervoroso caos con mariposas que crujen, diamelas siniestras o murciélagos que son parte de la familia.
En cada párrafo, perturba la belleza, al igual que la sintaxis, sin abandonar ese terreno fantástico con el que recreó su pasado en Salto, habitado de criaturas de chacra y biblioteca. Lectora de Poe, de Dylan Thomas, de Delmira Agustini, Marosa di Giorgio inventó un universo del que es única recitatriz, hada oscura y demiurga desconcertante.
En sus Papeles salvajes dice: “Y los días se volvieron tortuosos, se retorcían; descenderlos era horrible. En un costado de la casa salieron dalias; pero el viento las resecó enseguida, y yo oía de noche el golpe de sus cabezas espantosas”.
Dónde queda ese lugar. Me digo que no hay modo de tomarse un tren para descenderse ahí. Tampoco se requiere que el viaje sea luminoso. En días como estos, no aflojo en el desconcierto de desear el claroscuro. No me quiero ablandar y aparecer en alguna novela utilitaria que me tranquilice. Prefiero andar en Dickinson, honrar su pasmosa y trascendente oscuridad, pasearme por sus versos: “He visto un ojo moribundo / mirar y mirar alrededor de un cuarto / como si algo buscara, tal parecía / luego nublarse / después oscurecerse con niebla / y, al fin, quedar fijo / sin revelar / bendecido por haber visto”.
(Para Diario Tiempo Argentino, Cultura)

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Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...