miércoles, 17 de abril de 2013

Ortiz también mira crecer el pasto

: Presentaciones ::

Ejercicios


16-04-2013 | Mario Ortiz, Valeria Tentoni

El texto que Valeria Tentoni leyó en la presentación de los Cuadernos de Lengua y Literatura de Mario Ortiz en Bahía Blanca.



Por Valeria Tentoni.



«Leí tus libros, hormiguita», dice la maestra de Al pie de la letra, y por respuesta recibe: «Son ejercicios de un alumno: no el poema como algo acabado, sino un momento provisorio del lenguaje».

Un momento provisorio del lenguaje.

Mario Ortiz me dijo en una entrevista que hicimos hace poco, en la plaza de Villa Mitre, que si otro escritor no le hubiese ganado de mano, le hubiese gustado llamar a sus poemas «ejercicios». Eso está en línea directa con otra cosa que me dijo: que la poesía no es, la poesía funciona. Cito, de la desgrabación: «La poesía no es una sustancia sino una función, que se puede materializar variablemente en distintos formatos textuales de acuerdo a la necesidad». También dijo algo de eso en el primer estudio de Crítica de la imaginación pura. Y siguió, en esa plaza, completando lo que iba a ser para mí una clase magistral: «Todo material puede y debe ingresar a la amalgama de lo que es la poesía»[1].

Después y antes de esa mañana maravillosa seguía hablando en sus libros, convocando al universo desde un yuyo malcontento en una esquina, desde el cartel de una panadería o con unos cacharros oxidados medio máquinas del tiempo que encontró en un gallinero. Pedaleando como un E.T. extraviado, elevándose hacia las estrellas despacito, con el dedo índice extendido, señalando a las cosas y diciendo ¡ahí hay una palabra, y allá otra! A poco de conocer a Mario cualquiera se da cuenta de que vino impermeabilizado contra la gravedad que a nosotros nos aplasta, y que un poco flota o levita, astronauta infiltrado acomodándose los anteojos para camuflarse, y a mí me parece que lo que levanta a este Félix Baumgartner, también, es el enorme corazón que no se sabe cómo entra en su cuerpo, inflamado de nubes.

Luis Sagasti asegura que Mario vive en estado poético. Me habló de eso que ahora se convirtió en la imagen de portada de esta exquisita edición de Eterna Cadencia. Me contó que una vez le dijo: «Hoy encontramos un televisor viejo en la calle, lo llevamos a casa, lo tiramos en el patio y vimos crecer el pasto por televisión con los chicos». Yo le doy a la razón a Luis en eso y también en otra cosa: en que Mario es un genio[2].

Todas las veces que tuve el tremendo gusto de conversar con él me traje versos diamantinos que largó sin mayor escándalo, como quien dice qué lindo día o qué frío se puso. Y así en sus Cuadernos, también, la belleza irrumpe sin ostentaciones, de un modo tan natural que uno está tentado a creer que siempre estuvo ahí y no se explica cómo tardó tanto en verla recién ahora que él la señala, rodeándola de una melodía dulcísima.

En el volumen nuevo, Mario entra en función con un yuyo y dice: «Yo me transformo en objeto para volver a ser sujeto. Literalmente: letra por letra». En este Tratado de Fitolingüística, que define como un «tratado de herboristería verbal», se exploran los límites de «los diversos reinos en que acostumbramos a separar a la naturaleza y la cultura, la indagación de sus porosidades y conductos, el calibre del tramado por donde se filtran vibraciones lexicales y orgánicas y el registro musical que emiten no bien se produce el salto de órbita. Pero todo esto en un ámbito muy pequeño y modesto».

Ortiz, quien advierte que es especialista en su pava, donde calienta el agua para el mate, («uno de los pocos ámbitos en el que pueda afirmar sin dudas, sin vanagloria, que soy un experto») cuando mira y escribe lo que mira convierte, efectivamente, a todas las cosas en tesoros de un reino holográfico. El pequeño mundo que se conoce por experiencia directa puede espejar lo que se sospecha inabarcable. Mario escribe himnos para lo diminuto con orquestas maravillosas. Himnos celestiales para lo pequeño y modesto.

Así sus libros, espirales absorbentes, reciben al infinito desde vértices insólitos. Un yuyo en el ojo de la tormenta, en esa inmovilidad aparente, alrededor del cual todo empieza a girar. Pero, en seguida; ¿es el yuyo o es la palabra ‘yuyo’ lo que hay en el centro? El lenguaje, que ya empieza a emitir sus vibraciones, «es la traducción del deseo. Aceleración y desaceleración de una hélice verbal que nos arrastra».

A veces, me ha tocado el caso de tener que guiar a los taxistas que me traían a casa. Recién comenzaban en el oficio, argumentaban. Entonces, yo conducía sin tocar el volante, sólo con palabras, hasta que en determinado momento llegábamos a una calle conocida; el taxista recuperaba el dominio de su auto y me quedaba callado otra vez.

«Las cosas despiertan un relato que nos permite ubicarlas en un espacio y un tiempo, y de esta forma se vuelven materia transmisible; o acaso al revés: el hombre emite palabras que se dirigen a los objetos y de los objetos vuelven a su cuerpo para transformarlo. Entonces, la metamorfosis no está al inicio, sino precisamente al final: es el relato que los hombres se dan a sí mismos porque quizá la materialidad cruda y pura de las cosas resulta intratable», escribe.

Hay líneas completas de Mario que podrían tranquilamente cantarse en el estribillo de un tema de Spinetta: «Y mientras sigo escribiendo es como si cantase una melodía para despertar, y compruebo que todavía estoy acá».

Para mí él es el Capitán Beto por el espacio, o está en el submarino amarillo, rastrillando con esa hermosa nave que son sus Cuadernos de Lengua y Literatura el fondo de un océano siempre recién hecho, en una fascinación que es imposible no nos contagie. Enorme maestro, enorme poeta, nos convierte a todos nosotros, yuyitos, en mejores lectores.

Tengo un corchete abierto, instalado en la cabeza. Los libros de Mario Ortiz lo pusieron ahí, con cuidado y generosidad, para cerrarlo nunca. Y por eso voy a estarle agradecida para siempre.





Notas

1. Mario, poeta, ocupa cada vez más las páginas como un narrador, dice, porque “sintió la necesidad de hacerlo para poder expresar ciertas cosas”. A su vez, dice que Bellas Artes, de Luis Sagasti, no le resulta tan inclasificable como a la crítica. Para él es, claramente, poesía. Omar Chauvié, a mi costado, sonríe ante estas (felices) acusaciones mutuas y me las comenta. Marcelo Díaz continúa a Chauvié diseccionando la manera de Ortiz, para explicar por qué podría leerse como poesía.

2. En este punto de la presentación Mario dejó caer su cabeza sobre sus brazos, como si la palabra lo hubiese derrotado de golpe. Después, cuando le tocó hablar, dijo algo así como que desconfía de la idea del poeta genio –tengo mala memoria, no sé bien cómo lo dijo. Me parece lógico; una reacción distinta hubiese anulado por completo la tesis. Mario no leyó ningún texto del libro. Lo que sí hizo fue hablar del esfuerzo colectivo, del encastre de varios grupos de trabajo en la ciudad y de la necesidad de profundizar ese camino. Advirtió que, desde el acompañamiento de su familia hasta el de sus amigos, colegas, editores y lectores, todas son condiciones de posibilidad de sus Cuadernos. Al día siguiente de la presentación, posteó en Facebook una cita de Lautréamont: “La poesía debe ser hecha por todos”. Por decir cosas así en momentos así es que sostengo esa palabra que nos trae a la nota al pie, definida por la RAE como la “Capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables”. Estoy segura de que, además, Mario inventó varios lectores. Hay algo en la manera en la que él se refiere a la literatura que es contagioso, inspirador y estimulante. Es más, acaba de llegarme un mensaje de un amigo que fue a la presentación que dice: “Ortiz explotó algo en mi cabeza”.



Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2013/28183

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