miércoles, 10 de agosto de 2011

Niñas macabras




¿Qué hacen las niñas?

Nikolaus Heidelbach
Ilustraciones del autor.
Traducción de Moks.
Barcelona, Libros del Zorro Rojo, 2011.


por Marcela Carranza

“Cuando explicamos algo, ese algo desaparece. Si algo tiene valor, lo ideal sería que fuera indescriptible.”
Edward Gorey

La filiación con Edward Gorey es casi inmediata. La obra más difundida del autor estadounidense: Los pequeños macabros (1) emite sus resonancias en este libro de Nikolaus Heidelbach.




Los pequeños macabros de Edward Gorey.

En el caso de Gorey se desafían los límites impuestos a la literatura infantil a través de la presencia de lo macabro; pero hay algo más en ambas obras, una transgresión aún mayor: un cuestionamiento a la función comunicativa tanto de las palabras como de las imágenes.

En ¿Qué hacen las niñas? palabras e imágenes no se comportan con corrección, no se muestran interesadas en la comunicación como “debería ser” en un libro infantil.

Utilidad del abecedario, género que busca en la redundancia entre texto e imagen la transmisión de información. Género comunicativo por excelencia. Utilidad del abecedario en la enseñanza de las letras, y un segundo objetivo: la formación moral y religiosa de los lectores incipientes. El abecedario, antiguo género que supone la lectura simultánea de escritura e imagen. La imagen repite lo dicho por el texto, el texto está allí para anclar los sentidos de la imagen. Repetición, redundancia para la comunicación, asesinato de la ambigüedad.

¿Es casual entonces que Gorey, como también lo hizo Edward Lear y ahora Heidelbach utilicen el abecedario como punto de partida para sus creaciones? Tres “cronopios” (diría Cortázar) de la literatura infantil recurriendo a un género didáctico por antonomasia para sus delirantes propósitos estéticos.

¿Qué hay en este género antiguo y restringido que en manos de autores como Heidelbach se transforma en algo tan cercano al lenguaje de los silencios, a los límites del decir?

Veintiséis letras que dan origen a veintiséis oraciones. Cada una iniciada por el nombre de una niña que realiza una acción. Este es el texto de la página izquierda. A la derecha una imagen “ilustra” la frase.

A semejanza de formas poéticas de las que el limerick es un buen ejemplo, en el abecedario la exageración del marco dado por la forma permite a autores como los antes nombrados, jugar con la fuga de los sentidos. La transmisión unívoca y clara de información desaparece, la libertad y la ambigüedad se hacen cargo de la situación. Paradoja de los límites que otorgan libertad.

Amaya, Bartola, Cornelia, Electra, Frida, Genoveva, Hipólita, Imperio, Leoncia, Pastora… nombres raros que ponen en primer plano su sonoridad.

“Bartola se va de paseo.”, “Frida duerme de maravilla.”, “Pastora cuida de su hermano.” son frases correctas, sencillas gramaticalmente, claras, precisas y que aluden a acciones cotidianas. Las ilustraciones figurativas y con color de Heidelbach resultan en apariencia cercanas a lo que convencionalmente se considera una ilustración para niños; más convencionales que las de Lear o Gorey, por lo menos. Y sin embargo un sentimiento de lo extraño, indefinido, perturbador nos asalta cuando leemos este libro.

En algunos casos lo extraño se encuentra en la representación, y así cuando “Amaya toma su merienda.” en la mesa vemos siete personajes de frente, alineados por orden de estatura: Amaya y su sándwich en primer lugar a la derecha, luego un perro de manchas verdes, y a continuación seres indefinidos, no se sabe si animales, muñecos o extraterrestres, para culminar en un pequeño frasco azul. Si “Pastora cuida a su hermano.” todo está muy bien, pero si en la ilustración el niño flota de la mano de su hermana en posición horizontal al suelo, la cosa se complica. Ni qué decir cuando “Virginia no comparte.” y en la ilustración la víctima del egoísmo de Virginia es una gigantesca serpiente con cabeza de mujer.


“Virginia no comparte.”

Pero lo extraño en este libro no se limita al plano del objeto representado o a la transgresión de una verosimilitud de tipo realista; en algunos casos se liga de manera más sutil a la composición de la imagen y al uso de los colores. Este es el caso de Bartola, donde la pequeña “se va de paseo” caminando sobre una gran esfera. Y eso ya es un poco raro, pero además la ilustración pone en primer plano una pared empapelada con una puerta, detrás de la cual la niña está a punto de desaparecer de nuestra mirada. La composición de los colores, en este caso de grises, verdes y marrones (colores predominantes en toda la obra) también resulta inusual en un libro infantil, como sucede en el impactante dibujo de “Frida duerme de maravilla.”, donde la ilustración de carácter onírico ha sido compuesta casi por completo a partir de diferentes tonos de verde.



“Frida duerme de maravilla.”

Cuando leemos en el texto: “Hipólita hace nuevas amistades.” es difícil imaginar antes de ver la ilustración que el nuevo amigo es un hipopótamo del que apenas vemos su silueta gris. Sin embargo la extrañeza del dibujo no se sitúa en la naturaleza del personaje solamente. Hipólita yace en cuatro patas tras una línea blanca que demarca un límite. Límite que la niña está a punto de franquear. ¿Qué significa ese límite? ¿Qué significa para Hipólita franquearlo?

“Imperio no soporta que la molesten.”, y esto resulta comprensible cuando vemos a Imperio sentada en un mullido sillón rosa con lámparas iluminando su libro. La niña ha interrumpido la lectura, y no sabemos los motivos. Pero hay algo más para ver. El suelo sobre el que se eleva el sillón rosado es una alfombra de cuerpos velludos con rabo, se trata de una multitud de ratas desplazándose en una misma dirección. No hay nada que explique tan espeluznante presencia.



“Imperio no soporta que la molesten.”

“Yolanda se prepara para ver su programa favorito.”, y la imagen muestra una habitación despojada, en colores grises, con un televisor frente a la niña que observa atenta la pantalla iluminada. No podemos ver lo que muestra la pantalla, pero sí una multitud de objetos cortantes cuidadosamente ordenados en torno a la niña: un hacha roja, cuchillos de diversas clases y tamaños, tenedores, una honda y martillos. Resulta imposible saber por qué están esos objetos allí, quizá sí imaginar la naturaleza del programa favorito de Yolanda.

A diferencia de los pequeños en el abecedario de Gorey, aquí las niñas no actúan como víctimas, incluso, da la impresión de que ellas son seres “capaces de terribles diabluras y vilezas” (2). “Olimpia juega al minigolf.”, y el “hoyo” donde embocar la pelota es la boca abierta de otro niño meticulosamente situado para tal fin. En “Cornelia prepara una trampa dulce.” observamos el ángulo de la pared donde en cualquier momento alguna víctima atraída por caramelos se encontrará con la pequeña que sostiene un atizador.

En este libro textos e imágenes callan más de lo que dicen, o en realidad, al callar dicen mucho más. No hay explicaciones, no hay transmisión de información clara y precisa, la comunicación deviene en un juego deliberadamente fuera de control. Los sentidos se multiplican y dispersan. La experiencia de la libertad corre a propia cuenta y riesgo del lector, como bien lo muestran las niñas en la última imagen del libro.




Notas

(1) Gorey, Edward. Los pequeños macabros, El ala oeste y El dios de los insectos, editados como libros individuales, forman La fábrica del vinagre (un estuche que recupera el espíritu y el estilo de la primera edición de esta obra triple, publicada en Nueva York por Simon and Schuster en los años ’50). Barcelona, Libros del Zorro Rojo, 2010.



En la contratapa de ¿Qué hacen las niñas? aparece la siguiente cita de Heidelbach: “Aprendí de Sendak, Ungerer y Gorey que en la literatura infantil no existe ninguna limitación”.

(2) Comentario del autor extraído del interior del libro: “Me gusta observar a los niños, ¡les encuentro fascinantes! Son conmovedores y al mismo tiempo capaces de las más terribles diabluras y vilezas. Un estado del que disfrutamos todos en cierto momento, pero que perdemos muy pronto.”


Tomado de http://www.imaginaria.com.ar/2011/08/%C2%BFque-hacen-las-ninas/

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