viernes, 12 de agosto de 2011

De la felicidad en la Tierra al castigo de los pecados

Fragmentos de "El Anticristo", de FRIEDRICH NIETZSCHE



Selección tomada del blog: Neorrabioso

• • Cristiano es el odio al espíritu, al orgullo, al valor, a la libertad, al libertinaje del espíritu; cristiano es el odio a los sentidos, a las alegrías de los sentidos, a la alegría en cuanto tal…

• • • El cristianismo quiere hacerse dueño de animales de presa; su medio es ponerlos enfermos, –el debilitamiento es la receta cristiana para la doma, para la “civilización”.

• • • Para poder decir no a todo lo que representa en la tierra el movimiento ascendente de la vida, la buena constitución, el poder, la belleza, la afirmación de sí mismo, para poder hacer eso, el instinto, convertido en genio, del resentimiento tuvo que inventarse aquí otro mundo, desde el cual aquella afirmación de la vida aparecía como el mal, como lo reprobable en sí.

• • • La realidad, en lugar de esa mentira digna de conmiseración, dice: una especie parasitaria de hombre que sólo prospera a costa de todas las formas sanas de vida, el sacerdote, abusa del nombre de Dios: a un estado de cosas en que el sacerdote es quien determina el valor de las cosas lo llama “el reino de Dios”; a los medios con que se alcanza o se mantiene en pie ese estado los llama “la voluntad de Dios”; con un frío cinismo se atiene, al valorar los pueblos, las épocas, los individuos, al grado en que hayan sido útiles o se hayan opuesto a la preponderancia de los sacerdotes.

• • • A partir de ahora todas las cosas de la vida están ordenadas de tal modo que el sacerdote resulta indispensable en todas partes; en todos los acontecimientos naturales de la vida, en el nacimiento, el matrimonio, la enfermedad, la muerte, para no hablar del sacrificio (“la cena”), aparece el parásito sagrado para desnaturalizarlos: dicho en su lenguaje, para “santificarlos”… Pues es necesario comprender esto: toda costumbre natural, toda institución natural (Estado, organización de la justicia, matrimonio, asistencia a los enfermos y pobres), toda exigencia inspirada por el instinto de la vida, en resumen, todo lo que tiene en sí su valor es convertido por el parasitismo del sacerdote (o del “orden moral del mundo”) en algo carente por principio de valor, contrario al valor: se requiere posteriormente una sanción, –se necesita un poder otorgador de valor, el cual niega en ello la naturaleza, el cual crea con ello cabalmente un valor… El sacerdote desvaloriza, desantifica la naturaleza: a ese precio subsiste él en absoluto. –La desobediencia a Dios, es decir, al sacerdote, a “la ley”, recibe ahora el nombre de “pecado”; los medios de volver a “reconciliarse con Dios” son, como es obvio, medios con los cuales la sumisión a los sacerdotes queda garantizada de manera más radical aún: únicamente el sacerdote “redime”… Calculadas las cosas psicológicamente, los “pecados” se vuelven indispensables en toda sociedad organizada de manera sacerdotal: ellos son las auténticas palancas del poder, el sacerdote vive de los pecados, tiene necesidad de que se “peque”… Artículo supremo: “Dios perdona a quien hace penitencia” –dicho claramente: a quien se somete al sacerdote. –

• • • En este lugar no consigo reprimir un sollozo. Hay días en que me invade un sentimiento más negro que la más negra melancolía –el desprecio a los hombres. Y para no dejar ninguna duda sobre qué es lo que yo desprecio, sobre quién es el que yo desprecio: es el hombre de hoy, el hombre del que yo soy fatalmente contemporáneo. El hombre de hoy –yo me asfixio con su sucia respiración… Frente a las cosas pasadas soy, al igual que todos los hombres de conocimiento, de una gran tolerancia, es decir, de un autodominio magnánimo: yo atravieso con una sombría cautela ese manicomio que ha sido el mundo durante milenios enteros, ya se llame “cristianismo”, o “fe cristiana”, o “Iglesia cristiana”, –me guardo de hacer responsable a la humanidad de sus enfermedades mentales. Pero mi sentimiento cambia, explota, tan pronto como ingreso en la época moderna, en nuestra época. Nuestra época está enterada… Lo que en otro tiempo no era más que algo enfermo se ha convertido hoy en algo indecente, –es indecente ser hoy cristiano. Y aquí comienza mi náusea. –Miro a mi alrededor: ni una palabra ha quedado ya de lo que en otro tiempo se llamó “verdad”, nosotros no soportamos ya ni siquiera que un sacerdote tome en su boca la palabra “verdad”. Aun cuando la pretensión de honestidad sea modestísima, nosotros tenemos que saber hoy que, en cada frase que dice un teólogo, un sacerdote, un papa, no sólo yerra, sino que miente, –que ya no es libre de mentir por “inocencia”, por “ignorancia”. También el sacerdote sabe, como lo sabe todo el mundo, que ya no hay un “Dios”, un “pecador”, un “redentor”, –que la “voluntad libre”, el “orden moral del mundo” son mentiras: –la seriedad, el autovencimiento profundo del espíritu no permiten ya a nadie no estar enterado de eso… Todos los conceptos de la Iglesia se hallan reconocidos como lo que son, como la más maligna superchería que existe, realizada con la finalidad de desvalorizar la naturaleza, los valores naturales; el sacerdote mismo se halla reconocido como lo que es, como la especie más peligrosa de parásito, como la auténtica araña venenosa de la vida… Nosotros sabemos, nuestra conciencia sabe hoy –qué valor tienen, para qué han servido esas siniestras invenciones de los sacerdotes y de la Iglesia con las cuales se alcanzó aquel estado de autodeshonra de la humanidad capaz de producir náusea con su espectáculo –los conceptos “más allá”, “juicio final”, “inmortalidad del alma”, el “alma” misma; son instrumentos de tortura, son sistemas de crueldades mediante los cuales el sacerdote llegó a ser señor, siguió siendo señor… Todo el mundo sabe eso: y, sin embargo, todo sigue igual que antes.


• • • Ya la palabra “cristianismo” es un malentendido –en el fondo no ha habido más que un cristiano, y ése murió en la cruz. El “evangelio” murió en la cruz. Lo que a partir de ese instante se llama “evangelio” era ya la antítesis de lo que él había vivido: una “mala nueva”, un disangelio.

• • • La fatalidad del evangelio se decidió con la muerte, –quedó colgada de la “cruz”… Sólo la muerte, esa muerte ignominiosa y no aguardada, sólo la cruz, la cual estaba en general reservada únicamente a la canaille (gentuza), –sólo esa horrorosísima paradoja enfrentó a los discípulos con el auténtico enigma: “¿quién fue?, ¿qué fue?” –El sentimiento trastornado y, en lo más hondo, ofendido, el recelo de que acaso tal muerte fuera la refutación de su causa, el horrendo signo de interrogación “¿por qué precisamente así?” –ése es un estado que se comprende muy bien. Aquí todo tenía que ser necesario, poseer un sentido, una razón, una suprema razón; el amor de un discípulo no conoce el azar. Sólo entonces se abrió el abismo: “¿quién lo ha matado?, ¿quién era su enemigo natural?” –esta pregunta irrumpió como un rayo. Respuesta: el judaísmo dominante, su estamento supremo. A partir de ese instante los discípulos se sintieron en rebeldía contra el orden, concibieron posteriormente a Jesús como alguien que estaba en rebeldía contra el orden. Hasta entonces faltaba en su imagen ese rasgo belicoso, ese rasgo que dice no, que hace no; más aún, él era la contradicción de ese rasgo. Es evidente que la pequeña comunidad no entendió precisamente lo principal, lo ejemplar en ese modo de morir, la libertad, la superioridad sobre todo sentimiento de ressentiment: –¡signo de cuán poco de él llegó a entender! En sí Jesús no pudo querer con su muerte otra cosa que dar públicamente la prueba más fuerte, la demostración de su doctrina… Pero sus discípulos estaban lejos de perdonar esa muerte, –lo cual habría sido evangélico en el sentido más alto; y menos aún de ofrecerse a una muerte idéntica, con una suave y afable calma de corazón… Fue justo el sentimiento menos evangélico de todos, la venganza, el que de nuevo se impuso. Era imposible que, con esa muerte, la causa pudiera haber llegado a su final: se necesitaba una “reparación”, un “juicio” (–y, sin embargo, ¡qué puede ser menos evangélico que la “reparación”, el “castigo”, el “someter a juicio”!).

• • • Sólo ahora se introdujo en el tipo del maestro todo el desprecio y toda la amargura contra los fariseos y los teólogos, –¡con esto se hizo de él un fariseo y un teólogo! Por otro lado, la veneración, vuelta salvaje, de esas almas salidas completamente de sus quicios no soportó ya aquella evangélica igualdad de derechos de todo el mundo a ser hijos de Dios enseñada por Jesús: su venganza consistió en exaltar a Jesús de una manera extravagante, en desligarlo de ellos mismos: exactamente igual que en otro tiempo los judíos, por venganza contra sus enemigos, habían separado de ellos mismos a su Dios y lo habían elevado a la altura. El Dios único y el hijo único de Dios: ambos, productos del ressentiment…

• • • Y a partir de ese instante surgió un problema absurdo, “¡cómo pudo Dios permitir eso!” La trastornada razón de la pequeña comunidad encontró a esto una respuesta realmente espantosa y absurda: Dios entregó su Hijo para remisión de los pecados, como víctima. ¡Cómo se acabó de un solo golpe con el evangelio! ¡El sacrificio reparador, y en su forma más repugnante, más bárbara, el sacrificio del inocente por los pecados de los culpables! ¡Qué horrendo paganismo! –Jesús había suprimido, en efecto, el concepto mismo “culpa”.

• • • A partir de ahora en el tipo del redentor ingresan sucesivamente: la doctrina del juicio y del retorno, la doctrina de la resurrección, con la cual queda escamoteado el concepto entero de “bienaventuranza”, realidad entera y única del evangelio,– ¡en favor de un estado después de la muerte!... Con aquella insolencia de rabino que lo distingue en todo, Pablo logicizó así esta concepción, esta impudicia de concepción: “si Cristo no resucitó de entre los muertos, vana es nuestra fe”.– Y de un solo golpe se hizo del evangelio la más despreciable de todas las promesas incumplibles, la desvergonzada doctrina de la inmortalidad personal… ¡Pablo mismo la enseñó incluso con premio…!

• • • Ya se ve qué es lo que, con la muerte en la cruz, había llegado a su final: un punto de arranque completamente originario para un movimiento budista de paz, para una efectiva, no meramente prometida, felicidad en la tierra. Pues –ya lo he destacado– la diferencia fundamental entre ambas religiones de décadence continúa siendo ésta: el budismo no promete, sino que cumple, el cristianismo promete todo, pero no cumple nada.– A la “buena nueva” la sucedió inmediatamente la peor de todas: la de Pablo. En Pablo cobra cuerpo el tipo antitético del “buen mensajero”, el genio en el odio, en la visión del odio, en la implacable lógica del odio. ¡Cuántas cosas ha sacrificado al odio este disevangelista! Ante todo, el redentor; lo clavó a la cruz suya. La vida, el ejemplo, la doctrina, la muerte, el sentido y el derecho del evangelio entero –todo eso dejó de existir cuando este falsario por odio comprendió qué era lo único que él podía usar. ¡No la realidad, no la verdad histórica!... Y, una vez más, el instinto sacerdotal del judío perpetró idéntico gran crimen contra la historia, –borró sencillamente el ayer, el antesdeayer del cristianismo, se inventó una historia del cristianismo primitivo. Más aún: falsificó otra vez la historia de Israel, para que apareciese como la prehistoria de su acción: todos los profetas han hablado de su “redentor”… Más tarde la Iglesia falseó incluso la historia de la humanidad, convirtiéndola en prehistoria del cristianismo.


FRIEDRICH NIETZSCHE, El Anticristo, Alianza Editorial, Madrid, 2007, 176 págs., traducción de Andrés Sánchez Pascual

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