domingo, 14 de septiembre de 2025

Un juego de exclusiones superpuestas

Una soberanía



21x21
Con este texto inauguramos una nueva sección en la que Patricio Pron, durante un año, va a escribir sobre 21 libros importantes del siglo 21 argentino. Arrancamos con Tres truenos, de Marina Closs.
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por PATRICIO PRON

Closs, Marina. Tres truenos. Madrid: Tránsito, 2021.
De Tres truenos, publicado originalmente en 2019, la escritora española Marta Sanz dijo que su tema es cómo «los cuerpos transgreden las leyes impuestas a los cuerpos», pero esta interpretación tal vez sea parcial. El libro de Closs tiene como personajes a tres mujeres de orígenes y tiempos distintos, una aborigen mbyáguaraní que se ve obligada a hacer frente a la violación y la maternidad forzosa y el estigma, una joven alemana que huye de Europa a comienzos del siglo XX y una estudiante de arte que está descubriendo su sexualidad, las tres rebelándose contra quienes las rechazan en soliloquios que tienen la potencia de una descarga eléctrica.
Los tres monólogos son de distinta intensidad, y el mejor tal vez sea el primero, que se encuentra en la órbita de Era tan oscuro el monte y Barro de Natalia Rodríguez Simón y Niña y basurero de Grimanesa Lazaro. Los tres son libros de lo abyecto y esto no sólo porque —al igual que los de Selva Almada, que también pertenecen a esta serie— están protagonizados por marginales y colmados de hechos violentos, sino también porque se ocupan de lo odioso por excelencia en la cultura argentina: lo mestizo, lo intersticial, lo impuro; lo que, por situarse en los márgenes entre las razas y las clases, en el límite entre la ciudad y el campo, desafía la ficción del país blanco —monolingüe, católico, básicamente europeo— en la que muchos creen. Vera Pepa, la narradora del primer relato de Tres truenos, la mujer innominada que en Era tan oscuro el monte sólo piensa en alimentar a su wawa y en que la vida se abra paso entre tanta muerte y la madre del primer relato del libro de Lázaro son humilladas, violentadas, las lastiman, pero nada de esto es extraordinario, desafortunadamente: su marginalidad —que algunos tienden a reducir a un accidente y otros a un defecto moral o a una elección— no es voluntaria, el desprecio y la violencia que enfrentan no son elegidos, ni constituyen una anomalía. No hay «fallos del sistema» aquí, sino una demostración —más radicalmente verdadera por provenir de la ficción—de cómo funciona ese sistema y cuál es su propósito.

Definido implícitamente como un juego de exclusiones superpuestas, ese sistema, lo sabemos, sitúa a la mujer pobre —a la mujer mestiza, a la inmigrante, a la disidente— en la marginalidad dentro de la marginalidad desde la que hablan las protagonistas de Tres truenos; sin embargo, si el libro no es sólo la denuncia que puede —en realidad— que su autora no tuviera en mente de ningún modo es porque está narrado en una lengua extraordinaria, surgida del contacto entre español argentino, el wichí y un guaraní que sólo sirve para hablar en lo que Vera Pepa llama «el Gran Monte». Una lengua plástica y muy bella que recuerda al Eisejuaz de Sara Gallardo y, de manera menos directa, a las incursiones de Manuel Puig en las lenguas del radioteatro y la publicidad —así como a Marosa Di Giorgio, João Guimarães Rosa y Clarice Lispector, tres escritores que Closs mencionó en alguna ocasión como sus principales influencias—, pero que tal vez carezca de otros antecedentes en la literatura argentina.


Una manera no muy inteligente de poner en valor todo esto consistiría en recordar que la lengua de Tres truenos existe realmente, que quienes tuvimos la oportunidad de pasar algún tiempo en el sitio donde se habla sabíamos de su existencia antes de leer este libro y ansiábamos que llegase alguien como Closs para convertirla en literatura; pero esto es sólo sociología, y libros como Tres truenos —por el caso, también otros de Marina Closs, especialmente Monchi Mesa, Tascá Skromeda, Pombero y Casa de agua— son mucho más que eso, aunque haya uno o dos aspectos en torno a ellos que sí concierna a los sociólogos, sobre todo a los de la literatura argentina. Uno de esos aspectos se relaciona con el reparto de los géneros y el modo en que los libros de Closs desbaratan la distinción habitual entre poesía y prosa; son magníficos textos narrativos de una belleza y densidad formal que tendemos a asociar con la poesía, sin ser poesía. Otro de ellos —quizás el más importante— es que sus textos señalan la emergencia de un puñado de autores y autoras que parecen estar arreglándoselas para subvertir un condicionante que opera en la literatura argentina desde hace décadas; uno que determina que los autores del «interior» —Closs nació en Aristóbulo del Valle, Rodríguez Simón en Quilmes, Lazaro en Tartagal— deben adecuarse a las exigencias también lingüísticas de los lectores de Buenos Aires, exagerar la violencia y la marginalidad que algunos de esos lectores atribuyen a un «interior» del país proyectado aún como «la barbarie» y obtener la aprobación de alguna de las figuras de autoridad de la universidad capitalina para poder ser leídos ampliamente.


Closs —como Rodríguez Simón y Lazaro, y como la Dolores Reyes de Cometierra, que también es parte de la serie— no necesita ninguna de estas cosas, y es especialmente fascinante ver cómo trata a sus personajes y a la lengua en la que estos se expresan; por ejemplo a Vera Pepa, que nunca va a decir su «verdadero» nombre, su nombre guaraní, en un rechazo a revelar una parte esencial de su identidad que es tan conmovedor —en su plasmación de una soberanía que mujeres como ella son obligadas a no ejercer, a no imaginar siquiera— y tan radical que hace del libro una refutación completa del vínculo entre el centro del país y su periferia imaginada, entre la idea que el país tiene de sí mismo y lo que es realmente, entre lo que piensa que sus habitantes dicen —y el modo en que lo hacen— y lo que estos dicen realmente cuando alguien, por fin, se detiene a escucharlos.
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Patricio Pron
Es autor de libros de relatos. ensayos y novelas, entre ellas, El comienzo de la primavera, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia y Nosotros caminamos en sueños. Fue traducido a diez idiomas y publicado en más de veinte países. En 2019 ganó el Premio Alfaguara de Novela. Vive en Madrid, donde trabaja como escritor y crítico.
En Twitter es @patricio_pron


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