He limpiado el baño y comido un yogurt. La gata en el sillón me dice que todo está bien. Llevo dos horas leyendo La maestra rural, de Luciano Lamberti y se me pega su tono loco y misterioso.
Pienso en mi necesidad de registrar acá mis emociones y pensamientos mientras postergo mis propias narraciones pendientes hace años.
Sigo.
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