Ayer Rafael me dijo que en esta casa no le molesta que lo acompañe a la puerta como le molestaba en la otra. Chan. Le dije que yo ya estaba en la puerta cuando él fue a salir, me dijo que deje de hacerme la madre helicóptero (me explicó la acepción policía y vigilancia superior del término). Le dije que llamara a Simón que seguía en la vereda y no me hacía caso, me dijo que lo deje que ya iba a volver solo.
Eran las 5 de la tarde. Entre esa hora y la una de la madrugada cuando vovlió Rafa y Simón entró, manso, con cara de yonofui, detrás de él, mamita estuco luchando con su angustia de cuidar a quien no necesita ser cuidado. Mamita llamó desde la puerta a Simón con todos los tonos y estrategias posibles, cruzó hasta enfrente, lo siguió hasta la esquina, hasta que logró bañarse y meterse a la cama, resignada a que cada quien haga lo que se le cante y poder hacer lo que se me cante sin creer que mi cuerpa se expande hacia todo lo que me rodea, vegetal, animal y mineral y todo dolor ajeno es mi dolor (cuando no hay ningún dolor sino libertad y alegría que no logro contagiarme).
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