Pablo Plotkin se interroga por el destino de la humanidad en su relato de ciencia ficción "Brasil del Sur"
El periodista, escritor y guionista publicó recientemente su nueva novela titulada Brasil del Sur, una ciencia ficción con mucha pericia narrativa
La ciencia ficción es definida como un género “cuyo contenido se basa en logros científicos y tecnológicos imaginarios”.
Se nutre de especulaciones futuristas. Sin embargo, sirve de instrumento para que los autores proyecten, desde enfoques originales, los principales temores y problemas del presente.
Es lo que eligió el periodista y escritor Pablo Plotkin con su nueva novela Brasil del Sur.
La trama es sencilla de esbozar: hay una hecatombe bélica y el mundo se reordena, va resurgiendo de las cenizas. Buenos Aires es ahora la cabeza de un distrito llamado Brasil del Sur, o sea, un apéndice de Brasil Central, mientras Shenzhen, en China, se erige como ciudad dominante.
Hay “homogramas” que replican a los muertos, inteligencia artificial en expansión, seres híbridos, animales autómatas, pasiones turbias, celos, luchas de poder. Y un largo etcétera, en un futuro no tan alucinante, que Plotkin va combinando, con pericia narrativa, para interrogarse sobre el destino de la humanidad.
Desde Buenos Aires, en el límite entre Belgrano y Palermo, dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil junto a Esteban Tablón y Paula Jalil.
-Hola, Pablo. ¿Cómo está Buenos Aires? ¿Mejor o peor que en tu novela?
-(Sonríe) Buena pregunta. Yo ahora estoy viviendo algo alejado de la ciudad. Depende del día. Buenos Aires es como un estado de ánimo, ¿viste? Un poco proyecta el momento anímico de uno. Entonces, hay veces que la veo maravillosa y otras veces no la soporto. Es una relación ambigua.
-Si te proyecto, entonces, como un personaje de tu libro sos Ferrari, el operario que está recluido en los márgenes de la ciudad.
-(Ríe) Sí, soy medio Ferrari…
-Tratando de cazar ese dragón hibrido que te inventaste.
-Sí, sí, exacto. Estoy en ese momento.
-Respecto de Brasil del Sur, dos cosas para empezar. Llama positivamente la atención el tema que elegiste y, por otra parte, es una novela muy bien escrita.
-Bueno, muchas gracias. Básicamente es de lo que se trata esto. La escritura, para mí, empieza como una música. Entonces tiene que sonar bien. Y el trabajo del escritor, hablando tanto de la prosa periodística como de la literatura, consiste en componer métricas.
-¿En qué sentido?
-No me refiero a métricas de poesía sino a que la estructura de las oraciones tiene que funcionar. Después, obviamente, en el mejor de los casos, tiene que aparecer una voz que sea reconocible, que tenga un ritmo personal y que consiga componer espacios y personajes convincentes. Eso, para mí, es la materia misma de la escritura.
-¿Y después de esa materia básica qué sigue?
-Lo que es trama, ideas y demás, en mi caso, por lo menos, aparece supeditado a esa mecánica más esencial que es la escritura.
-Tu novela es una distopía que sucede en tierras argentinas. Un tipo de ciencia ficción muy particular.
-Para uno, que vive en el sur de Sudamérica, siempre hay algo insular. El género de ciencia ficción nos viene importado, en muchos casos, aunque se produce bastante y bueno acá en la Argentina. Obviamente, los centros neurálgicos donde ocurren las cosas en general son Estados Unidos, Europa eventualmente, etcétera. Por lo tanto, hay algo de esa posición.
-¿Y en el caso de nuestro país que aparece, en la historia, como parte de Brasil del Sur, es decir, como una suerte de suburbio de Brasil Central?
-En este caso, para el imaginario geopolítico actual, Brasil es la potencia que tenemos al lado. Y en los últimos años con cierta tensión política. Desde la asunción de Bolsonaro se produjo una especie de ruido. En los primeros tiempos hubo como una tormenta.
-Que nos llenó de incertidumbre, ¿no?
-Nos preguntábamos ¿qué consecuencias nos puede traer si a nuestro país vecino, un gigante, de repente lo gobierna un tipo totalmente desquiciado? No es que mi novela parta de esa coyuntura, pero hay algo que se filtra de ese contexto.
-Lo que resulta muy atractivo es que vas introduciendo buena parte de la problemática actual, que es muy candente. Por ejemplo, la inteligencia artificial, la hibridación, los desarrollos digitales, la convivencia con los hologramas u homogramas, como los llamás acá. Vas dándole protagonismo a muchos temas que hoy están en pleno desarrollo.
-Sí. Es una novela que parte de la observación del presente. No es una especulación demasiado probable de lo que pueda llegar a pasar. Se trata de correr el foco, de distorsionarlo un poco respecto de las cosas que ya están ocurriendo.
-¿Sobre qué idea central?
-En el centro de todas las ideas que puedan aparecer en la novela está la cuestión de cuál es el destino de la humanidad. Es una pregunta que todo el tiempo está flotando en los distintos momentos de la conversación actual: desde lo ambiental, desde lo tecnológico. Cómo nos relacionamos con otras especies, ya sean del reino animal o de la vida artificial. Y qué dice de nosotros esa relación. En un punto, este es el corazón de la novela; su fondo filosófico. Al principio no me parecía muy nítido mientras la escribía, pero hoy lo veo por ahí.
-Por esas cosas del azar poético estamos hablando con vos justo en la semana en que se desató una polémica mundial cuando un ingeniero de alto rango de Google, Blake Lemoine, planteó la posibilidad de que la inteligencia artificial tenga conciencia, con sensaciones y pensamientos propios. Tu libro desarrolla cuestiones similares. Una enorme coincidencia.
-Sí, sí, yo también advertí esa noticia. Y más de un lector me la tuiteó. Me parece que es un conflicto, una pregunta y una inquietud que están todo el tiempo ahí. Es probable que puedas encontrar una de esas noticias periódicamente.
-¿Y por qué eso?
-Porque realmente la vida artificial nos plantea un montón de interrogantes respecto de nuestro destino, como decíamos. Y este interrogante fue reflejado por la literatura tan explícitamente, hace doscientos años, con el Frankenstein de Mary Shelley.
-Una obra que es, hasta hoy, todo un hito.
-Frankenstein, de alguna manera, también es un reflejo de las fantasías y de los temores de su época; de una revolución industrial y científica que empezaba a imaginar la vida más allá de lo biológico o de lo orgánico. Es como el origen, como la fundación de la ciencia ficción. Y, desde entonces, lo único que hacemos es imaginar escenarios o desencadenamientos que puedan derivar de esa carrera que juega nuestra especie para trascender, por un lado, y para sobrevivir a sí misma.
-En la base de la ciencia ficción podríamos poner, junto a Mary Shelley, a Julio Verne, ¿no?
-Sí, absolutamente. Lo que tiene Frankenstein es que, de alguna manera, se trata de una novela sobre inteligencia artificial o sobre vida artificial. Es un desarrollo científico sobre la creación del monstruo. Pero, sí, desde ya, que Verne está ahí. También podés pensar antes en El Golem.
-Exacto, pero El Golem de Meyrink es más espiritista, ¿no?
-¡Claro! Ahí tenés algo más místico. Es otra cosa.
-Hace muy poco, en este programa hablamos con el autor español Jorge Carrión cuya novela Membrana tiene muchísimos puntos de contacto con la tuya: matrimonios híbridos, inteligencia artificial, vida digital, etcétera. ¿La has leído?
-Confieso que no la leí. Me gustaría. He leído, sí, algunas reseñas. Me parece un autor muy interesante, al igual que sus columnas. Es, de todos modos, un momento que tiene que ver con una cantidad de situaciones que aparecen en las noticias, que hace que haya una producción bastante grande de historias de ciencia ficción. Y también las plataformas de series pusieron el género de vuelta en primer plano. Hay un montón de producciones que son de género y las ve gente que, por ahí, no era parte de ese público.
-Siempre fue ese un buen canal de difusión, ¿no?
-En realidad, el cine clásico -y la literatura ni hablar-, el mainstream, allá por los ochenta, estaba lleno de ciencia ficción. Es algo muy esencial en la vida de muchos nosotros como espectadores, como lectores.
-Algunos artículos periodísticos, justamente, encuentran similitudes entre tu libro y la serie Westworld.
-No la vi, pero, por lo todo lo que sé, tiene un montón de puntos de contacto. Nada que ver, pero esta última semana veía The Boys, que trabaja sobre el tema de los superhéroes. Y todo lo que tiene que ver con el Compuesto V, la droga que les da sus poderes y todo eso, son elementos muy cruciales y fundacionales de la ciencia ficción.
-Una de las mejores series del momento, sin duda.
-Más allá del género superhéroes, The Boys todo el tiempo está mirando las problemáticas más centrales de los Estados Unidos de hoy.
-¿Y viste la versión animada, The Boys: Diabolical?
-No. No sabía que había un dibujo animado.
-Vela. Es con los mismos personajes de The Boys, pero mucho más guarra y zarpada.
-(Ríe) La serie es puro entretenimiento, por un lado, pero, a su vez, todo el tiempo está tocando debates muy sensibles sobre el racismo, sobre la grieta política que hay también en Estados Unidos. Además, yo la veo cuestionando bastante a todo lo que es el movimiento “woke”. Me parece, por eso, que el género está permanentemente produciendo conversación sobre temas que están mucho más allá de lo que un espectador externo del género puede creer que trata.
-Un tiempo atrás, la ciencia ficción distópica como 1984 planteaba futuros que parecían lejanos. Hacía falta un salto imaginativo muy grande. Hoy, por el contrario, tu libro habla de China como líder del mundo o de cómo algunos países gigantes absorben a otros más pequeños. ¿Ha cambiado la granularidad del género? Tu historia parece a la vuelta de la esquina.
-Sí. Sí. Completamente. Como dice explícitamente un personaje de mi novela, el límite entre utopía y distopía es borroso. Puede serlo, al menos. Mi primera novela, Un futuro radiante, era una distopía cien por cien. En cambio, esta juega en el límite. Podría parecer que hay cosas que están buenas de ese futuro que describe.
-¿Cuál es la referencia de lo que expresa ese personaje del que hablabas?
-Tiene que ver con algo que dice un gurú de Silicon Valley: que depende mucho de tu escala de valores lo que podás ver como utopía o distopía.
-Todo esto enmarca muy bien el enfoque que le has dado al género en tu novela.
-Hoy vos podés escribir una distopía totalmente alejada del presente, pero claramente no es lo que hice yo. Sí es cierto que, mientras escribía Brasil del Sur, estalló la pandemia, vino el confinamiento, etcétera. Y era raro, la verdad. Había una sensación extraña, como decir: ¿qué sentido tiene escribir este género hoy cuando es lo que está en las noticias?
-Lo cual, por suerte, no te amedrentó.
-Las cosas después se acomodan y hasta los contextos más distópicos producen acostumbramiento. Entonces, en un momento, la pandemia pasó a ser como rutina. Y, como decía, en ese límite es donde juega la novela: los personajes no tienen del todo claro qué está pasando, quién maneja los hilos y adónde van.
-¿Siempre te gustó la ciencia ficción? ¿Qué es lo que te atrae de este género?
-Mis lecturas son muy diversas, desde hace mucho tiempo. Pero la ciencia ficción es el género que primero me conmovió, el que me maravilló más claramente. Entonces, para mí, es el territorio al que yo voy cuando me pongo a escribir más libremente porque ahí encuentro una atmósfera que me absorbió cuando era chico y a la que estoy volviendo cada tanto. Sobre todo, cuando me siento a escribir ficción más larga.
-¿Y te encontrás, en tus argumentos, con escenarios que nos parecen amenazantes por lo cercano, como puede suceder con Black Mirror, por ejemplo?
-Black Mirror también es un ejemplo de esta manera de contar el presente a través de una lente un poco amplificada, como podría ser el desarrollo tecnológico. Se trata de jugarlo un poquito más y ver qué les pasa a los personajes con eso. Eso es parte, también, de la literatura en general: extremar las condiciones y poner a los personajes a enfrentarlas.
-¿Y en el caso puntual de tus dos novelas?
-Hay un montón de conflictos que tienen los personajes que podrían desarrollarse de un modo muy similar, aunque no tuvieran un contexto distópico o no hubiera elementos de ciencia ficción involucrados.
-Otro aspecto muy atractivo es que tu novela es futurista, pero tiene muchos toques vintage. Por ejemplo, un personaje escucha rap en CD. Y te metés, con una criatura muy particular, en el fértil y maravilloso catálogo de los dragones que han venido alimentando Tolkien, Ursula K. Le Guin, George Martin, Liliana Bodoc, etcétera. El tuyo es un bicho raro, un híbrido tecnológico.
-¡Qué bueno! Me emociona porque a mí también me encantan los dragones. Al principio no tenía muy en claro si iba a ser un dragón. Se aproximaba más a un gremlin. Después, Russell, que es el personaje híbrido, fue tomando vida propia y terminó siendo el conector de la historia.
-Sí. Emana una potencia mística, como esos seres mitológicos. Pero, además, algo básico: tiene alas y tira fuego. ¡Es un dragón!
-Es un dragón, sí, sí, sí. ¡Es un dragón! Casi nadie lo llama así. Y no sé si él se asume como tal. Pero es una criatura que representa un poco a todas en un punto, porque va procesando emocionalmente su realidad de una manera muy personal, pues tiene otro ADN; al mismo tiempo, provoca miedo, empatía; y pone ese límite que nosotros a veces establecemos con el resto de las especies, lo desafía.
-En materia de ciencia artificial y de toma de conciencia, ¿en qué momento esto va a ser objeto de derechos como ha ocurrido, por ejemplo, con los delfines y otra cantidad de animales? ¿Dónde está el límite y cómo vamos a llevarnos con ella?
-La verdad, no tengo ninguna respuesta a eso. Para mí fueron muy importantes las charlas que tuve con un etólogo, Héctor Ferrari, y con un naturalista, Claudio Bertonatti, para una nota que escribía sobre el zoológico de Buenos Aires.
-¿Qué te dijo cada uno?
-Tenían miradas muy distintas sobre la psicología animal y demás. Pero a mí me sirvieron mucho. Y, en general, en todo lo que tiene que ver con estos temas grandes que aparecen en la novela, como puede ser el del reino animal y el vínculo con los humanos o la inteligencia artificial; todo esto refleja, en la novela, mis propias incertidumbres y mi propia ignorancia sobre un montón de cosas.
-Como dijiste, una trajinar por la ruta de las vacilaciones…
-De hecho, el desarrollo que se va dando tiene que ver con mi manera de avanzar a ciegas, por momentos. Lo que componen todas esas preguntas termina siendo el escenario de la novela mucho más que las respuestas que yo pueda dar.
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