Floreció hoy la primera en el balcón. Después de la tormenta de anoche. Entre otros nombres que tiene me gusta el que celebra su condición más preciosa: Azucenita de la lluvia. Florece en verano después de un fuerte chaparrón. No hay manera de hacerle el cuento: no hay manguera, regador ni regadera que la engañe. Ni chispeo ni llovizna; no, aguacero. No es el agua lo que la hace dar flor, es la alegría de la lluvia. Sobre todo después de un calorazo. La festeja. Decime si no es sinónimo perfecto del estar feliz. Me digo a veces que es mi flor preferida. Y debe ser por eso.
Esta es 40ava generación de la primera que traje a casa. Recogí la plantita en la isla Martín García, en un viaje que hice mientras escribía mi obra Pericones. Llegó como modesto junquito, se nos aquerenció, y no paró desde entonces de florecer. Cada uno de estos cuarenta años. Ni de semillar generosa. Cuando nos desbordan regalo.
Un año que estaban tardías nos llevamos tres macetas de vacaciones para no perdernos la floración.
Cariño a la criaturita.
Lo bueno de ser jardinero antes que paisajista...
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