Nuevas distopías: tal vez el futuro tenga solución
CULTURA/S
La narrativa que anticipa el mañana es cada día más numerosa y diversa, y no necesariamente apocalíptica
Ya lo dijo Ursula K. Le Guin: “Los géneros literarios no son un punto de partida, sino de llegada”. La autora estadounidense hacía este comentario pensando en la ficción especulativa, pero sus palabras sirven perfectamente para explicar lo que está pasando con esa subcategoría de la ciencia ficción llamada distopía. Porque la narrativa enfocada a anticipar las derivas más alienantes de la sociedad no sólo ha llegado a nuestras librerías de un modo masivo, sino que ya empieza a desbordar las estanterías. De hecho, ahora mismo hay tantos títulos en las mesas de novedades que es literalmente imposible citarlos todos incluso en un reportaje tan extenso como éste.
Sí, las distopías están de moda. Y mucho. Las crisis que se ciñen sobre nuestra sociedad, desde la sanitaria hasta la climática, pasando por la económica, la democrática e incluso la identitaria, han despertado la curiosidad de los lectores respecto al futuro que nos espera, y los autores han respondido a esta demanda con una celeridad sorprendente. Pero hay una diferencia sustancial entre los clásicos del siglo XX –Aldous Huxley, George Orwell, Ray Bradbury– y las novelas que hoy se están publicando. Y es que, si en el pasado los argumentos estaban ambientados en futuros lejanos, hoy lo están en mañana mismo. Las nuevas hornadas de escritores, conscientes del colapso al que la civilización se enfrenta de un modo inminente, no sienten la necesidad de mirar más allá del horizonte para imaginar el cambio de paradigma que se avecina. De ahí que estén publicando lo que podríamos llamar distopías inmediatas , que es el equivalente literario a lo que llevan años haciendo los guionistas de la popular serie británica Black Mirror , cuyos capítulos muestran realidades que parecen estar ocurriendo ahora mismo. “En las décadas de los 30, 40 y 50, los autores advertían sobre los peligros del totalitarismo y del capitalismo, pero ninguno de ellos tenía la sensación de que los recursos fueran a acabarse absolutamente y, por tanto, creían que el progreso estaba asegurado –comenta Sergio Pérez, director de Mai Més, sin duda una de las editoriales catalanas que más atención está prestando al fenómeno–. Pero ahora los escritores saben que todo, absolutamente todo, se está desmoronando y ya no sienten la necesidad de ambientar sus historias en un futuro demasiado lejano”.
Los escritores, conscientes del colapso inminente, no necesitan de mirar más allá
del horizonte para imaginar el cambio
de paradigma
El ejemplo más claro de esto lo encontramos en la crisis sanitaria. Al margen de la guerra que se libra ahora mismo en el mundillo editorial para decidir qué autor predijo con más acierto la pandemia del coronavirus –destacando las candidaturas de Ling Ma con Liquidación (Temas de Hoy) y de Fernanda García Lao con Nación vacuna (Candaya )–, salta a la vista que ya nadie podrá escribir una distopía sobre una epidemia mundial sin que los lectores piensen que eso puede (volver a) ocurrir mañana mismo. Así pues, este tipo de distopías no sólo han perdido su aspecto futurible, sino que incluso han alcanzado cierta condición pretérita. “Estamos viviendo un momento bisagra, que es el que se da cuando se produce un cambio de paradigma que hace que todo empiece a parecer antiguo y que haya cierta incertidumbre respecto al mundo que se avecina –comenta Susana Vallejo, autora de Switch in the Red (Edebé )–. Cuando nos vemos a nosotros mismos en un supermercado, con una mascarilla y tres paquetes de papel higiénico en el carrito, o cuando nos ponemos nerviosos porque hemos olvidado en casa ese dispositivo móvil que condiciona nuestras decisiones, comprendemos que el futuro ya ha llegado”.
Algo similar ocurre con las distopías de carácter ecologista. Resulta imposible leer la trilogía de Margaret Atwood, compuesta por los títulos Oryx y Clarke, El año del diluvio y la inminente Maddaddam (Salamandra), o las novelas de Fernanda Trías (Mugre rosa, Literatura Random House ) o Marta Carnicero (Coníferas / Coníferes, Acantilado / Quaderns Crema ), sin tener la sensación de que la destrucción del medio ambiente de la que todas hablan no es más que la prolongación de lo que ya ha se está gestando. “Todos sabemos que el cambio climático ya ha llegado y que, en este sentido, las distopías ya son presente –explica Emiliano Monge, que acaba de publicar Tejer la oscuridad (Literatura Random House )–. Pero no tengo tan claro que la gente sepa cuáles son las consecuencias de todo eso. Por ejemplo, en mi novela planteo la posibilidad de que el futuro no se quede en distopía, sino que el desastre climático sirva de acicate para crear una utopía”.
Las distopías feministas sólo tienen que añadir un elemento hiperbólico al presente para construir sus escenarios
Las distopías feministas también tienen un pie en la realidad y sólo tienen que añadir un elemento hiperbólico al presente para construir sus escenarios. Los argumentos de Afterland (RBA ) de Lauren Beukes, Hijas del norte (Alianza ) de Sarah Hall, Yo que nunca supe de hombres / Jo, que no he conegut els homes (Alianza / Periscopi ) de Jacqueline Harpman, Horizonte de eventos (Temas de Hoy ) de Balsam Karam, Quien esté libre de culpa (Dos Bigotes ) de Gema Nieto o El año de gracia (Salamandra ) de Kim Ligget describen sociedades que han reducido hasta la nada los derechos de la mujer y remiten a situaciones tan cotidianas como la violencia de género, las dificultades de acceso al mundo laboral e incluso la opresión de carácter teocrático. A este respecto, conviene destacar la reciente publicación de Hijas del futuro (Consonni), una antología de ensayos sobre la ciencia ficción desde la perspectiva femenina coordinada por Lola Robles y Cristina Jurado, escritora esta última que reflexiona sobre la ausencia de literatura femenina en el género de este modo: “La ciencia ficción ha sido tradicionalmente escrita por hombres heterosexuales, blancos y ricos. Pero ahora ha llegado el momento de las mujeres”.
Por otra parte, aunque en España también se estén escribiendo distopías sanitarias, ecologistas y feministas, sólo hay que echar un vistazo a las novedades para reparar en que lo que aquí más preocupa es la política. El ejemplo más evidente de esto lo encontramos en LUX (Seix Barral ), novela en la que Mario Cuenca Sandoval imagina un mañana en el que una formación de ultraderecha gana las elecciones y, como era de esperar, convierte el país en una especie de dictadura. Pero hay otros títulos que apuntan hacia ideas parecidas: Diario de un viejo cabezota (Reus, 2066) (Acantilado) de Pablo Martín Sánchez, La razón del mal (Acantilado ) de Rafael Argullol, Factbook. El libro de los hechos (Candaya ), de Diego Sánchez Aguilar, La capacidad de amar del señor Königsberg (AdN ) de Juan Jacinto Muñoz, Tan a prop de la vida (Raig Verd ) de Santiago López Petit, El ministerio de la verdad (Ediciones B ) de Carlos Augusto Casas… De manera que, más que el medioambiente o la tecnología, lo que aterroriza a los españoles es lo que ocurre en el Parlamento. Y eso da que pensar.
Ya nadie podrá escribir sobre una pandemia sin que los lectores piensen que puede (volver a) ocurrir mañana
Las categorías expuestas hasta el momento –crisis sanitaria, cambio climático, feminismo y ocaso de la democracia– sirven también para ejemplificar otra de las características de la literatura distópica contemporánea: la hibridez. Si nos fijamos en la antología de textos clásicos recientemente editada por María Casas Robla, He visto cosas que no creeríais (Siruela ), detectamos con facilidad que, durante todo el siglo XX, las distopías han tenido siempre un argumento parecido: una sociedad está controlada por una minoría a la que hay que enfrentarse de un modo individual. Eran, por tanto, novelas con un marcado carácter sociológico que trataban de responder a una de las tres preguntas fundamentales de la filosofía: ¿hacia dónde vamos? Sin embargo, los autores actuales están alejándose de esa forma de mirar el futuro para acercarse a un tipo de novela donde el entretenimiento supera a la reflexión. Son las llamadas distopías sucias , es decir, historias prospectivas hibridadas con otros géneros, los más habituales de los cuales son el apocalíptico, el postapocalíptico y el policíaco. “Ya no se publican distopías clásicas porque el género se ha ramificado en mil subcategorías –comenta Ramon Mas, editor del sello Males Herbes, otro de los más destacados en el ámbito catalán–. En el cine, esta hibridación ya estaba presente desde hace muchísimos años, pero ahora ha llegado a la literatura”.
Ejemplos de esta hibridación no faltan: Qualityland ( Tusquets / Periscopi ) de Marc-Uwe Kling, Dejar el mundo atrás / Deixar el món enrere (Salamandra / Columna ) de Rumaan Alam, GRM Brainfuck (AdN ) de Sibylle Berg, la saga Carbono modificado (Gigamesh) de Richard Morgan, L’estrany miratge (Males Herbes ) de Enric Herce… Todas estas ficciones introducen la intriga en el argumento y, en algunos casos, también introducen otro elemento en gran medida novedoso: la calidad literaria. Porque es evidente que la aproximación de ciertos escritores al género ha elevado el nivel del mismo: Ricardo Menéndez Salmón (Horda, Seix Barral ), Elisabet Riera (Efendi, Males Herbes ), Pol Guasch (Napalm al cor / Napalm en el corazón, Anagrama ), Don DeLillo (El silencio / El silenci, Seix Barral / Edicions 62), Hervé Le Tellier (La anomalía / L’anomalia, Seix Barral / Edicions 62 )…
No estamos aquí diciendo que anteriormente el género no tuviera representantes dignos de mención, pero conviene recordar que, hasta la fecha, cuando un autor de los considerados literarios se acercaba a la ciencia-ficción, la crítica tendía a aplaudirle diciendo que su novela ‘trasciende el género’, lo cual no dejaba de indicar un menosprecio hacia el mismo que hoy, y por suerte, ha desaparecido. “Las cosas han cambiado muchísimo en los últimos años –comenta Ricard Ruiz Garzón, director del Festival 42 (ver despiece)–. Hace poco no había ni tradición ni lectores, y la crítica no se tomaba en serio el género. Pero hoy ya nadie puede decir que no le gusta la ciencia ficción, porque hay tanta variedad de temas y autores que es imposible rechazarla en su totalidad”.
Barcelona
Posthumana y con festival de género
La editorial Mai Més acaba de publicar Barcelona 2059. Ciutat de posthumans, una antología de relatos en la que nueve autores se han coaligado para ambientar otras tantas historias en un territorio imaginario (Neo Icària) situado justo enfrente de la capital catalana. Se trata de un barrio flotante con sus propias leyes y estructuras sociopolíticas que es la envidia de los habitantes de una Barcelona empobrecida por la situación económica, asfixiada por el cambio climático y, en general, derrotada por el futuro. Los autores que participan en este experimento son Roser Cabré-Verdiell, Ivan Ledesma, Salvador Macip, Jordi Nopca, Bel Olid, Laura Tomàs Mora, Carme Torras, Susana Vallejo y, por supuesto, Ricard Ruiz Garzón.
Y decimos por supuesto porque Ruiz no sólo es el ideólogo de este proyecto, sino también la persona que mueve ahora mismo todos los hilos de la ciencia-ficción en Catalunya y más allá. “La idea era crear un escenario en el que los autores invitados a la antología, así como todos los que quieran sumarse ambientando sus propios relatos en ese mismo territorio, dispusieran de un espacio determinado en el que poder imaginar el futuro con libertad”. El proyecto tiene un antecedente: la región mítica de Umbría (capital: Oneira) que cuatro escritores (César Mallorquí, Elia Barceló, Julián Díez y Armando Boix) inventaron hace ya algún tiempo. Se trataba de un territorio compartido en el que invitaban a otros escritores a ambientar sus novelas de ciencia ficción, algo similar a lo que ahora ha ocurrido con esa Neo Icària que ya se puede visitar. Al menos, literariamente hablando.
Pero Ricard Ruiz Garzón también es el director de 42, un festival de ciencia ficción y fantasía que celebrará su primera edición entre el 3 y el 7 de noviembre en la Fabra i Coats y que promete convertir Barcelona en la capital del género en Europa, en parte como ocurre con el festival BCNegra creado en el Año del Libro 2005 y que hoy pilota Carlos Zanón. “Todavía no puedo decir los nombres de los autores invitados –comenta el comisario–, pero puedo anticipar que vendrá más de una treintena de escritores extranjeros, en su mayoría mujeres, y que algunos de ellos dejarán con la boca abierta al público asistente”. Evidentemente, en el festival habrá una mesa dedicada a las distopías. Á. Colomer
Así las cosas, y como suele ocurrir con todas las temáticas sobreexplotadas por culpa de las modas, las distopías empiezan a dar muestras de agotamiento. De ahí que ya se detecte un nuevo tipo de novela que no busca tanto advertir sobre los peligros que el futuro nos depara como mostrar soluciones a los problemas que amenazan la paz social en la que todavía vivimos. A este tipo de obras se las engloba en la etiqueta hopepunk o solarpunk, y sus autores son personas que quieren poner su inteligencia no al servicio del pesimismo, sino de la esperanza. “La gente empieza a demandar horizontes pospandémicos más humanistas y éticos que nos enseñen, entre otras cosas, a convivir con la tecnología –señala Jorge Carrión, que acaba de publicar la distopía Membrana (Galaxia Gutenberg), en la que se muestra un futuro habitado por seres híbridos y dominado por conciencias algorítmicas–. Por eso me atrevería a decir que, en los próximos años, van a decrecer las distopías y a multiplicarse las utopías”. La opinión de Carrión es unánime entre los otros entrevistados, que también destacan una idea que no conviene olvidar: el pesimismo ya cansa. Ahora toca mirar hacia el futuro con la seguridad de que, entre todos, conseguiremos superar los retos a los que nos enfrentamos. Y es que, como anunció Ursula K. Le Guin en uno de sus últimos discursos, ha llegado el momento de que los escritores ofrezcan futuros alternativos, de que propongan soluciones, de que muestren al mundo que hay esperanza.
Entrevista a Cristina Jurado
Las distopías que no leemos
Cristina Jurado (Madrid, 1972) vive en los Emiratos Árabes y, desde allí, tiene una visión privilegiada de las distopías que se están publicando en ciertos rincones del planeta que no encuentran acomodo en nuestro sistema editorial. Fundadora y directora de la revista Supersonic, la European Science Fiction Society la nombró Mejor Promotora Europea de Ciencia Ficción en el 2020. Ha publicado relatos en Clarkesworld, Strange Horizons y Science Fiction World. Su último libro, dos novelas de ciencia ficción en una, es Del naranja al azul / Bionautas (Literup).
El mundo de las distopías se está fraccionando. Ya no tenemos una única visión del futuro, sino muchas. ¿Qué está pasando?
El futuro lo construyeron escritores blancos, cisheteros y anglosajones que dieron a ese marco temporal unas características concretas. Pero hoy se acepta que no existe un único futuro, sino muchos, y cada uno refleja una mirada cultural, étnica e identitaria distinta. Hay tantos futuros como grupos sociales y las nuevas distopías recogen esa diversidad.
¿Cómo ven los chinos el futuro?
El sinofuturismo es una etiqueta creada por los occidentales para definir el proyecto de futuro en China que, curiosamente, sus autores han adoptado. Incluso el propio Gobierno chino la usa para dar a conocer tanto dentro como fuera de sus fronteras una idea de país moderno que está en la vanguardia de la carrera espacial y de las ciencias. China dream de Ma Jian, Folding Beijing de Hao Jingfang y Waste tide de Chen Qiufan son algunas de las obras más interesantes.
¿Qué es el afrofuturismo?
Es un movimiento que profundiza en los problemas a los que se enfrentan las personas negras que viven en África y en el resto del mundo. Se entiende como una mirada interior sobre ciertos acontecimientos que siempre han sido explicados desde el exterior, como el colonialismo, la migración y la identidad, y desde la que se pueden proponer nuevos futuros. Destacan obras como La parábola del sembrador (Capitán Swing) de Octavia Butler, Riot baby de Tochi Onyebuchi y Brown girl in the ring de Nalo Hopkinson.
¿Hay distopías en Oriente Medio y el golfo Pérsico?
Los estados coloniales impusieron la idea de futuro en una región del mundo que hoy trata de conciliar los grandes proyectos urbanísticos con las tradiciones conservadoras y los conflictos armados. Además, los escritores usan las distopías para esquivar la censura de sus respectivos regímenes y abordar cuestiones sociales y políticas. Ejemplos son Utopía de Ahmed Khaled Tawfit, The queue de Basma Abdel Aziz o las antologías Iraq + 100 y Palestine + 100. A.COLOMER
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