viernes, 3 de enero de 2014

Gamerro me está esperando en mi propia biblioteca

: ENTREVISTAS ::

“En toda la historia argentina hay un racismo no admitido”


18-04-2011 | Carlos Gamerro
Carlos Gamerro habla de la novela Un yuppie en la columna del Che Guevara.



Un yuppie en la columna del Che Guevara es la novela con la que Carlos Gamerro plantea un posible cierre del recorrido que inició con Las islas y que continuó con La aventura de los bustos de Eva. El protagonista de esta novela vuelve a ser Ernesto Marroné, quien fuera el ejecutivo encargado de negociar la compra de los bustos de Eva Perón cuando una organización montonera exigiera la colocación de éstos en la empresa como forma de pago por el secuestro del presidente de la compañía Tamerlán e hijos.

Un yuppie en la columna del Che Guevara comienza con una escena similar a la de La aventura de los bustos de Eva (durante un tiempo Gamerro pensó ambas novelas como una sola): Una tarde, en los noventa, Marroné, regresa a su casa en un country para encontrar en la habitación de su hijo adolescente un póster del Che Guevara. Con esa imagen sabe que ha llegado la hora de contar su pasado: es que Marroné, durante la negociación de los bustos, debido a una serie de fatalidades y malos entendidos, pasó de negociador pasa a lider de una columna de esa misma organización. El tiempo que pasó en clandestinidad encontró una vocación inesperada encarnar al Hombre Nuevo al tiempo que vivió un episodio de amor que ya nunca más volvería a vivir.

En esta entrevista, Gamerro habla de cómo construyó la figura de Marroné a partir de la figura del Quijote, de las ramas literarias que se desprenden de Las islas, de la risa que le permite discutir las revisiones del pasado:


—¿Qué te hizo volver a Tamerlán y Marroné?

—A Tamerlán no vuelvo yo: él vuelve a mí. Es un personaje que se impone. Las islas comienza con un llamado de Tamerlán a Felipe Félix, lo que muestra el estilo de Tamerlán: hace el llamado y yo respondo. Con Marroné es distinto. Se puede decir que lo elegí yo. Marroné es un personaje secundario en Las islas, es un ejecutivo que tiene un ataque de histeria porque no lo dejan ir tranquilo al baño y entre las cosas que grita dice “quiero leer a Proust”, que es como la utopía del hombre que tiene todo el tiempo del mundo a su disposición, y luego al final de la novela, cuando todo se cae a pedazos y la torre está semiabandonada, Felipe Félix lo encuentra en plena noche sentado en el inodoro con los siete tomos de En busca del tiempo perdido. Como en Las islas había contado en forma abreviada el secuestro de Tamerlan y el hecho de que guarda en la oficina un busto de Eva Perón, la historia del secuestro me siguió trabajando. Las islas me quedó como una especie de tronco del que las otras novelas son ramas. Dicho sea de paso: la demanda de colocar bustos de Perón y Eva Perón en la empresa no fue invención mía, sino que la tomé de la realidad, más concretamente del megasecuestro de los hermanos Born: me gustaba la nitidez de la doble demanda, por un lado 60 millones de dólares, lo que haría un secuestro puramente económico, y por otro los bustos de Perón y Eva Perón como una manera simbólica de legitimarlo desde el punto de vista ideológico. Teniendo ese tema como núcleo de la historia de La aventura de los bustos de Eva, que al principio era una sola novela con Un yuppie en la columna del Che Guevara, imaginaba la reunión de directorio: “nos piden bustos de Perón y Eva Perón, quién va a ser el ejecutivo que se encargue de conseguirlos”. No lo tuve que pensar: Marroné. Para ese momento, por ese pequeño núcleo de Proust y la cuestión de la lectura, pensé a Marroné como un lector ávido de la literatura de marketing y autoayuda para ejecutivos, todos libros que tienen su origen en el clásico Cómo ganar amigos e influir sobre las personas de Dale Carnegie, que es un libro bastante perverso pero muy inteligente para la era de los negocios y del mundo empresarial.

—¿Por qué separaste en dos La aventura de los bustos de Eva y Un yuppie en la columna del Che Guevara?

—Originalmente tenía la idea de una sola novela. Tenía el título La aventura de los bustos de Eva y también tenía Un yuppie en la columna del Che Guevara, que me gustaba mucho porque en su anacronismo remite a Un yanqui en la corte del rey Arturo, de Mark Twain que reescribe El quijote dando vuelta el concepto central: en lugar de un caballero en la modernidad lleva a un hombre moderno a la edad media. Mi novela tenía dos partes, una centrada en la figura de Eva y otra en la del Che. Cuando me di cuenta que iba de nuevo para las 600 páginas, me dije que era una novela muy larga, que tenía dos partes y dos títulos: estaba pidiendo ser dos novelas. A partir de esa decisión me pareció también interesante publicar la primera parte, ver cómo era leída y que eso también se incorporara en la escritura de la segunda.

—¿Tamerlán y el resto es como tu familia Glass?

—Algo así. Es lindo. De todos modos, no digo que se terminó pero hay como un círculo que se cerró. Con Marroné y su familia no se me ocurre nada. Con Tamerlán nunca se sabe. Lo decide él.

—¿La mirada irónica hacia los setenta es una decisión o es tu forma de abordar a un tema?

—Puedo contestar que sí a las dos. De hecho hay algo que pasó que me causó un poco de gracia cuando escribí Las islas. María Teresa Gramuglio publicó un artículo en el que se preguntaba porqué si la historia de los setenta se contaba en tono serio, trágico, heroico, la de Malvinas en la ficción siempre viraba hacia la picaresca. Pero cuando salió La aventura de los bustos de Eva, varios dijeron que había que reformular la pregunta de Gramuglio. Yo uso la parodia y la sátira, pero no necesariamente es el objetivo final ni se mantiene toda la novela. Lo hago porque es lo que me surge, lo que mejor me sale. Además baja las defensas del lector y siempre hay un momento en que la risa se corta.

—En la construcción de Marroné como personaje hay una influencia evidente de Cervantes, que tiene una actitud de lector maníaco, pero conociendo tu entusiasmo por la ciencia ficción, yo me atrevo a vincular Un yuppie en la columna del Che Guevara con 1984, de Orwell, y a Marroné como una especie de Winston.

—Para seguir tu analogía, Tamerlán sería una especie de O’Brian, el que tortura a Winston y que le dice “nunca te escapaste, desde el primer gesto de rebelión ya te estábamos observando y estabas condenado”. Qué puedo decir: estás hablando de una de las novelas que, sobre todo en mi adolescencia, me parecía una de las mejores novelas que había leído. No lo trabajé conscientemente como con El Quijote, pero sería raro que no hubiera una presencia fuerte de 1984. Hay algo que se desprende de lo que dijiste, que la divisoria de aguas tanto para Winston como para Marroné es la traición al amor, una traición de las cuales no se vuelve.

—¿El trabajo sobre Cervantes lo tomás por el ensayo de Piglia por el Che?

—No: empecé a escribir esta novela (cuando eran una sola novela) en 2002. Ya en ese momento tenía la frase final: “quién querría participar en la construcción de un Paraíso al que sería indigno de entrar”. Sabía que esa era mi meta, que tenía que llegar al Marroné que le dijera eso a su hijo, con esa ambivalencia de ser un consejo sabio o una hijadeputez. Lo de Piglia apareció en un momento avanzado en la composición y vino a reforzar la idea del Che como héroe lector. Creo que la primera nota que escribí para un diario fue sobre una obra de ballet de Bejart que se llamaba Che Quijote bandoneón y que tomaba la vinculación del Che con El Quijote que aparece en cartas y escritos del Che Guevara. Piglia señala, por ejemplo –y me parece un momento clave– que cuando lo hieren en el desembarco del Granma dice “me senté a morir como el héroe del cuento de Jack London”. En el momento de la muerte pensar en un modelo literario: ¡eso es un lector! Los héroes lectores son los que leen los libros y dicen “así tiene que ser la vida” y dedican su vida para que el mundo sea como dicen los libros. A grandes rasgos eso caracteriza a la generación politizada de izquierda de los sesenta y los setenta: “si Marx dice esto, si Lennin dice esto, vamos a luchar para que así sea y todas las piñas que nos damos contra la realidad es porque la realidad está mal”.

—¿Cómo convive la idea del héroe lector con la de pertenecer a una organización guerrillera que es represora en cuanto a la lectura? En la novela contás el caso de María Eva que camufla un libro con la tapa de Fannon.

— Está leyendo En busca del tiempo perdido, justamente. Quería ver si el deseo de Marroné de leer a Proust en Las islas tenía un origen mucho más serio. Marroné conoce a María Eva — en realidad es un nombre de guerra, se llama Susana– cuando ella tiene el libro escondido y cuando ya están enamorados se prometen que si alguno muere el otro va a leer a Proust en nombre de los dos. Se podría decir que el final de Un yuppie está en Las islas. Pero volviendo a la pregunta, podría decir que el modelo también está en Don Quijote, porque Alonso Quijano parece un mal lector: cree a rajatabla que lo que dicen los libros es verdad. La lectura de Alonso Quijano no es estética, lee como un código más ideológico que estético. Y Marroné, guiado por sus compañeros cuando está en el foco guerrillero en el Tigre, recibe una pedagogía de la lectura: “esto te gustó pero está mal que te guste porque es burgués”.

—¿Cómo es la relación que Marroné mantiene con María Eva cuando se une a los guerrilleros?

—María Eva es un personaje encantador en una novela en donde todos tienen muchísimos dobleces y lados oscuros. Me gustó crear un personaje que fuera creíble, pero que básicamente fuera buena gente. María Eva es fundamental porque Marroné, en toda esta búsqueda de la excelencia y del éxito a través de los libros de management y de autoayuda primero, y luego su imitación de la vida del Che, lo que está buscando es una aceptación que siempre le fue esquiva por un detalle no menor: es un negrito. Fue criado por padres adoptivos de Belgrano, fue a un colegio inglés, se mueve en una vida empresarial, pero todo el tiempo le hacen sentir que es un negrito que una increíble suerte o una distracción del destino le han permitido estar donde está. En cambio tanto con María Eva como con el grupo de combatientes, no sólo es aceptado por eso sino que es un punto a favor. Con eso, por ejemplo, me puedo reír del idealismo de quienes participaban en la lucha armada y porque eran de origen de clase media sentían cierta vergüenza de ser blancos. En toda la historia argentina hay un racismo no admitido, donde el morocho llega hasta acá y basta. Es un tema con el que tanto el peronismo de izquierda como otros grupos de izquierda tenían una clara toma de conciencia en contra del racismo y una decisión de cambiarlo.

—Por otro lado, el amor entre Marroné y María Eva sufre por la represión sexual de la organización.

—Hay una vinculación con la figura pública del Che, una línea que sin duda viene también de El Quijote que vincula idealismo con ascetismo. El desborde sexual y las fantasías sexuales son siempre inmanejables para cualquier ideología política. Lo simpático de María Eva es que quiere reconciliar las dos cosas, como la primera que cogen y le dice a Marroné que se imagina que él es un guerrillero y ella una burguesita. Pero después cuando ella tiene la fantasía que se la cogían al mismo tiempo un estanciero y un peón piensa que para la ideología que tiene está mal calentarse con eso. Indudablemente las fantasías sexuales difícilmente son políticamente correctas. O, como lo dijo más sucintamente Susan Sontag en Fascinante fascismo: la diferencia fundamental entre el nazismo y el estalinismo es que el nazismo es sexy. Lo escuchás y decís “¡Puta! Es el tipo de cosas que diría Tamerlan”.

–Tenés una novela sobre Malvinas y dos novelas sobre la década del setenta. ¿Hay otro momento histórico posterior que te parezca novelable?

—Escribí El sueño del señor juez que transcurre a fines de 1870, que no se vincula a nivel personajes con las otras novelas, pero es la fundación de Malihuel, el pueblo donde se desarrolla El secreto y las voces. Es una novela más literaria en un punto de vista en su lenguaje y su relación con el presente político es más metafórica, se puede ver como una alegoría sobre el abuso de poder, el autoritarismo y las puebladas, que es una de las características que más me gusta de los argentinos. Indudablemente hay otros períodos fascinantes, pero cada uno sigue sus propios gustos, inclinaciones, no se los puede forzar. La historia posterior, como la crisis del 2001, el corralito e incluso el momento actual, me parece que le corresponde a los autores más jóvenes que la vivieron y que fue definitoria para su identidad. Los momentos que más motivan la ficción son aquellos períodos que han hecho que seamos lo que seamos. Por otra parte, dejando de lado mi experiencia y mi subjetividad, no hay período más intenso, fascinante, espantoso, que el que va desde los tempranos setenta hasta la guerra de Malvinas. Pasó todo.

—¿Hay un vínculo entre el diálogo final de Marroné con el hijo, que me parece de mucho amor, con la relación que podrías mantener vos como escritor y la generación que viene después?

—Lo más concreto y verdadero que podría decir es que desde Las islas intuí y luego comprobé que mis lectores eran de la generación siguiente. No podría decir que consciente o deliberadamente decidí escribir para ellos, pero sentí que eran los destinatarios y que iban a ser los que mejor me entendieran o que me leyeran con más pasión. No lo había pensado, pero la imagen de Marroné tratando de decantar un texto a partir de su experiencia para el hijo se parece a esto que estoy diciendo. Pero se me acaba de ocurrir por tu pregunta. Porque cuando yo imaginaba el diálogo, lo veía como una cosa más cínica, y esto que leés del amor y el intento sincero de ayudar al hijo es más de la escritura o del personaje que de una intención mía.




Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2011/13171

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