miércoles, 8 de enero de 2014

Literatura mexicana para buscar

CUATRO DE DISTINTA ESPECIE


por Iván Farías




La versión oficial es que en México la literatura realista es el canon, que hay un puñado de escritores que insisten en salirse de este; que son una minoría; que hay un grupo bien ubicado que se dedican a la literatura fantástica (o de la imaginación, insiste Alberto Chimal esperando con el cambio de adjetivo quitarse de encima la idea de los elfos y los duendes) y que están tan bien ubicados que uno puede saltar el renglón y no verlos.

Pero esos “contados escritores” insisten en brincarse las trancas y aparecer en editoriales no especializadas, en colarse por la puerta grande a sellos como Tusquets o Almadía, o peor aún, ser mencionados en estudios críticos que hablan sobre la gran República de las Letras. El presente artículo menciona sólo cuatro que no están “ni con Dios ni con el Diablo”, y por razones de espacio porque bien podrían unirse muchos más a la lista. Entre estos bien podría mencionarse a Mario González Suárez y El libro de las pasiones; a Cesar Silva Márquez y su novela Los cuervos, en inclusive también Juárez Whisky; a David Toscana y El Ejército iluminado o El Sabbath del lobo de Salvador Hurtado.



LA GUARIDA DEL FIN DEL MUNDO
Annick Prieur, una investigadora noruega, hizo a finales de los ochenta un estudio de campo en Ciudad Nezahualcoyotl sobre un peculiar lugar llamado “La casa de la Mema”. En ella se daban cita una cantidad cambiante de homosexuales y trasvestis que buscaban refugio de la violenta ciudad de México. En ella, según nos relata Prieur, quien vivió seis meses con ellos, existía “un ambiente de libertad y aceptación que no tenían en sus hogares. También se albergaba a personas en apuros, además de amigos y amantes de Mema.” Tal vez esta historia sea el punto de partida con la cual nació Salón de belleza (Tusquets), una de las obras más representativas de Mario Bellatin.

Salón de Belleza tiene muchos puntos de referencia con la Casa de la Mema, como la bondad hacia los extraños, la ayuda para bien morir y la ausencia total de los poderes exteriores, llámese gobierno o iglesia. La Mema y el anónimo narrador de la novela comparten la misma tenacidad por tratar de lograr una autonomía frente al desastre que acontece afuera.

Bellatín se ha distinguido por crear una literatura que se ubica fuera de lo habitual dentro de la literatura mexicana, pergeñando un mundo muy característico, muy personal, cosa que pocos escritores pueden presumir. Sin embargo, en Salón de belleza se sienten ecos de las novelas distópicas en los que los sobrevivientes hacen lo posible para sobrevivir ante el cataclismo de la civilización. Al igual que los cansados habitantes del edifico en el Up side Manhattan de Paria Z, o los maniacos exiliados en el subterráneo en Metro 2033 del ruso Dmitry Glukhovsky, los homosexuales hacinados en un otrora salón de belleza hacen lo posible para sobrellevar lo mejor posible el cataclismo sucedió afuera. El giro que ofrece Bellatín es que estos refugiados no buscan sobrevivir, sino morir con dignidad. Y es esto último, la dignidad, el eje en el que gira la historia.

La novela es además un relato en clave homosexual. El cataclismo al cual se enfrentan podría ser el SIDA y las enfermedades venéreas, además de la exclusión de la sociedad, además de la estética como santuario. El salón de belleza y el trabajo sexual son dos de los pocos reductos laborares a los cuales tiene que recurrir las personas que deciden manifestar su preferencia sexual abiertamente. Frente al trabajo en las calles, el decidirse a ser cultor de belleza es una oportunidad menos peligrosa. El anónimo narrador nos lo hace saber cuando en un recuerdo, su “tío” le dice que lo mejor es organizarse y tener un negocio propio. Así, monta los implementos para el negocio agregando una peculiar característica: peceras.

Las peceras se convertirán en metáfora-reflejo de lo que sucede en el propio salón de belleza convertido en “moridero”. Al igual que la hermosura propia de la juventud los primeros peces que habitan el refugio serán bellos y llenos de glamor, para acabar siendo deslucidos peces resistentes a las inclemencias. Tanto animales como moribundos terminarán confinados un espacio del cual no pueden escapar más que muriendo.

Bellatin se las arregla para poder hablar en un relato tan breve sobre la hostilidad hacía los diferentes, poner en duda la humanidad cristiana, la obsesión actual por el vivir pese a la mala calidad de vida y dejarnos con esa sensación de que el mundo ya se terminó y nosotros somos sólo los sobrevivientes a la catástrofe.



DESOLACIÓN Y OLVIDO
La más reciente novela de David Miklos, No tendrás rostro (Tusquets), cuenta la historia de un grupo de sobrevivientes de un periodo especial llamado “la Violencia”, que intentan hacer su día a día lo mejor que pueden. El protagonista y narrador, un hombre llamado Fino decide emprender un viaje que no parece tener sentido (con el renuncia a la tranquilidad y seguridad de su casa), pero que para él se convertirá, como todo viaje, en una fuente de experiencias vitales.

Miklos logra en su novela hacernos sentir la desolación y la melancolía de un mundo en el que la Violencia arrastro con todo, dejando solamente algunos páramos de tranquilidad. El Palomar, tal vez guiño al entrañable pueblo creado por los hermanos Hernández en sus cómics de Love and Rockets, se vuelve así, uno de los pocos bastiones en el que se puede tener una existencia tranquila. Ahí es que Fino, La Rusa y Blumenthal viven y cuentan los días largos.

La novela adquiere un tono onírico donde la mierda se convierte en piedra, las reglas de una nueva vida son dictadas por una desbordante mujer y donde la Rusa es Dios. Mantra que es repetido hasta que uno acaba teniendo esa certeza.

Luego de que Fino, el personaje testigo y narrador, decide comenzar una búsqueda más allá de El Palomar sabremos qué ha pasado con el resto del mundo. Nos toparemos de frente con personajes extraños que de una u otra forma se han adaptado a esta nueva existencia, algunos formando comunidades con nuevos mandamientos o huyendo del desastre, como el minero Anzures, quien en su monologo nos deja apreciar una musicalidad envolvente. Sin duda uno de los puntos más altos de la novela.

Miklos escribe una historia que dice poco pero que resuena mucho al cerrarla. Uno desea revisitar a ese mundo donde el ser humano intenta no dejar atrás lo poco de la civilización que él mismo destruyó.

No tendrás Rostro se inscribe al igual que la de Bellatin, Salón de Belleza, dentro de ese apartado de la ciencia ficción llamado narración postapocalíptica y que comparten otras grandes historias del género: La sequía de J G. Ballard; La Carretera de Cormac McCarthy; La larga marcha de Stephen King, cada una con su carga de desolación, crueldad y locura. Las distopías e historias postapocalipticas que se han puesto de moda de hace unos años a la fecha desmerecen mucho y acaban siendo un lastre para el género.

Y es que esas novelas juveniles han convertido este tipo de narraciones en el campo propicio de venta de libros a pasto dirigidos a los adolescentes que todavía no se dan el encontronazo con Fahrenheit 451, 1984 o Batalla Royal, por mencionar sólo tres. Ese público meta todavía no conocen las posibilidades fabuladoras y críticas de la sociedad de dichas historias, porque las que consumen son diluidas por la imagen del héroe juvenil que redime a su pueblo.



LA SONÁMBULA
Bibiana Camacho se asoma a la novela con Tras las huellas de mi olvido (Almadía), luego de un libro de cuentos prácticamente inconseguible debido al sello en el que fue editado. En Tras las huellas de mi olvido Camacho recurre a una narrativa lineal y en primera persona en la que nos narra las desventuras de una adolescente promedio llamada Etél que —como muchas— tiene severas discusiones con su madre, se siente incómoda con la relación que lleva con su novio; aunque se da tiempo para tener algunos encuentros en los que descubre su sexualidad y recorrer los bajos fondos de la ciudad.

En la película argentina La Sonámbula, una mujer viajaba en un mundo tecnificado buscando respuestas a su vida. Siguiendo la lógica de los sueños o de la pesadilla, la mujer deambula de un lado a otro para, al final, darse cuenta que todo el mundo conspiraba para que no se despertara ya que todos los que la rodeaban eran sólo sueños provenientes de ella.

En la novela de Camacho sucede al revés, son las pesadillas recurrentes las que van poblando su realidad, como si hartas de vivir dentro de su cabeza desearan hacerse corpóreas en el mundo de “afuera”. En un mundo completamente cotidiano, —que a veces coquetea con la novela urbana y la negra—, la idea de que la protagonista de la historia tenga la certeza de haber olvidado algo importante nos hace sentir una desazón que no nos abandonará hasta el final.

Esta desazón se incrementa cuando, en un ataque de ansiedad, decide comenzar a hurgar en las pertenencias de la madre para encontrar papeles que ella desconoce y hacernos dudar de su origen. Etél, al igual que nosotros tenemos la sensación de que fue puesta en el mundo como se pone una pieza en el tablero, que su pasado no existe y que es meramente un robot o un fantasma que se cruza con los demás personajes de su drama personal.

Esto se agrava cuando, luego de un evento crucial, Etél decide resguardarse en su cuarto y a cambio recibe total indiferencia cuando antes la relación maternal era invasiva. La historia al ser narrada a partir del punto de vista de la protagonista, no sabemos qué parte de la historia es real, qué es mera suposición o qué en realidad pasó. Como ella, caminamos dando tropezones en medio de pintorescos sujetos: abuelos que se escapan de los asilos, homosexuales que hacen bizarros concursos de belleza y gordas gandallas que resguardan edificios.

Al final la desmemoria, la locura y el hartazgo acaban en sangre. Y pese a lo crucial del desenlace, Etél la sonámbula, sigue con la misma desazón del principio.



LOS CUENTOS DEL ERMITAÑO
Escondido en el estado más pequeño del país, Tlaxcala, se encuentra uno de los más desbordantes cuentistas de la actualidad, Efrén Minero. Amante de los gatos (a los cuales ha dedicado un libro de citas y referencias), Minero ha creado una obra constante que ha madurado hasta hacerse muy sólida. El primer libro de Efrén Minero, Los síntomas del ermitaño (FETA), es en síntesis un alegato de la nostalgia, de la juventud de los setentas, del rock and roll y de los amores perdidos. Es en sí un libro escrito desde la provincia, desde la periferia, sin afanes cosmopolitas, pero inscribiéndose de lleno en la vida contemporánea.

Tlaxcala inunda todos los textos; es su mundo y a partir de él se hace presente. Pero es en sus relatos fantásticos donde el tlaxcalteca da rienda suelta a su talento. En el cuento “Un pedazo de futuro” incluido en Los Síntomas… un inocente burócrata se enamora de una chica con “velo de mariposas”. A este sujeto le es vaticinado un futuro promisorio con la mencionada mujer viviendo en Perú. Pero, cual broma fatal, su porvenir acaba siendo un verdadero infierno de tedio:

La veo de lunes a viernes desde hace veintisiete años, platicamos de las familias o de las actividades amortajantes de la oficina; incluso soy amigo, desde la infancia, de su esposo –quien gentilmente nunca menciona el incidente de la feria— y ¿saben? Ella perdió en algún sitio de la vida su velo de mariposas…
Otro de los cuentos que aparecen en dicho volumen, “Los drovencindos”, se inscribe directamente en la fantasía, toma de Borges (y de otros) la creación de libros falsos mezclado con reales para crear una mitología.

Es inútil intentar su búsqueda en los textos especializados del dilatado espectro de la zoología. En el bien documentado cuanto extenso Tratado de los animales mitológicos del prolijo doctor Jeremy Button no hay noticia de ellos, tampoco los considera don José María Higareda en su libro de los animales extraordinarios.
“Los drovencindos” es, a final de cuentas, la actualización de las leyendas orales que pululan en la Malinche, volcán madre de los tlaxcaltecas, leyendas que van desde la abuela que desaparece en una caverna hasta la serpiente dorada que se traga a los viajeros. Minero emprende un camino para legitimar e integrar en la zoología fantástica a estos seres parecidos a conejos que bailan hasta el hartazgo. Los drovencindos son suicidas que aceptaron unirse a una danza eterna para evitar el sufrimiento.

Sin embargo, esta fantasía no está libre de la problemática en la que Minero parece sentirme más libre: el hastío.

Nadie se convierte en drovencindo sin más ni más. Siempre hay alguien para darle advertencias indicadas. La verdad, mi joven amigo, es que se hace drovencindo el que lo desea. Transfigurarse en drovencindo representa no pocas ventajas, digamos que es liberado del peso de esta realidad, de sus hombros es retirado el peso inevitable en otras circunstancias del dolor, la pena, el llanto; a cambio de pasar cadenas de lustros danzando… carecemos de una conciencia del tiempo que llevamos danzando, pero las sensación de que ha transcurrido una hora se superpone interminablemente con la que nos hace pensar que llevamos centenares de años haciéndolo. Danzar y danzar y danzar en el vacío, sin sufrimiento alguno, es cierto, pero en la vacuidad total que al fin de cuentas… es el más grande.

Es en su más reciente libro, Las grietas del silencio (Impretei), que Minero Zapata se revela como un escritor en pleno uso poder de sus recursos. Ese tono de relato épico, con ecos de libros antiguos y secretos se aprecia en todo el libro. El humor se vacía y queda pegado a muy pocos textos.

En Las grietas del silencio se juega desde el principio con sus autores favoritos. El título del libro retoma los versos de Enriqueta Ochoa “ya no me soporto en las grietas de la espera ni en el sopor del silencio” y se hunde de lleno en esos libros que parecen ser, en una madurez literaria, su único alimento.

Sus cuentos toman ese aire de crónica histórica en donde retoma sus recuerdos, es decir esa Tlaxcala de los setenta y ochenta, pero las convierte en narraciones fantásticas. La historia de un tortero real, la convierte en la de un loco muy cercano al narrador de Dagon, esos acuciosos solitarios que enloquecidos por los incunables se alejan del mundo para tratar de entender la magia pero que acaban en la locura.

Tal parece que la cotidianeidad también produce monstruos. En los relatos de Minero y Camacho se entremezcla mucho de relato urbano y crónica de lo cotidiano pero en ellos se vislumbra la sombra de la duda, de lo ominoso, que de un momento a otro comenzarán a pasar cosas muy poco “normales”. Tal vez sea que la bomba de tiempo de un personaje estalle y decida matar a todos o que el destino les depare un futuro triste e irónico.


Tomado de http://www.tierraadentro.conaculta.gob.mx/cuatro-de-distinta-especie/

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