Estoy tan pero tan contenta!!!! Y el amor que siento por mis amigos y amigas cervantinos, mis admirados colegas, compañeros y profesores es tan grande, tan bueno, que me cura de todas las fobias (a las de encierro, al pánico de dejar mi casa y mis hijos e hija ahora puedo sumar a la que hace que todo me dé vueltas cuando subo al lanchón para cruzar el charco y cuando el señor o señora de migraciones rechaza mi DNI prehistórico).
Más allá de lo académico que siempre me llena de un orgullo difícil de comparar con nada (tantos años de deseo y ahora tantos logros), me encantó la organización de este congreso más que la de otros: mesas sin superponer, mucha camaradería sin miradas sobre el hombro ni desprecios, invitaciones a teatro, a recorrido turístico, a pizza, a cerveza, a la mansión del embajador; regalos de libros; música final; intercambio de datos y contactos.
También quedé fascinada con Montevideo a pesar de que no me pude comprar nada de nada, ni una hebillita mirá, ni medio diario, porque nuestra moneda no vale nada allá y todo nos resultaba carísimo.
Uno de nuestros mejores golpes de suerte fue descrubrir el hostel El viajero. Cuando Eugenia buscó opciones por internet, Daniela votó por éste porque tenía baño para la habitación de ocho que ocuparíamos juntos y yo lo preferí a otros un poco más baratos por su frente: una maravilla de puerta y ventanas de casona antigua. Era lo único que sabíamos: allá todo fue deslumbramiento: limpieza, comodidad, belleza, buena onda.
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