Lo mejor de lo mejor de lo mejor de andar con mi gente cervantina es que no se asustan de nada: cualquiera de mis tontas tonterías es lo más común del mundo entre nosotros y nadie dice "qué barbaridá" cuando hago esas cosas que tanto escondí durante tantos años. Por ejemplo: Agarrar lo que tengo que leer (en este caso la ponencia de Silvana) e irla leyendo en voz alta mientras hago otra cosa (en este caso: caminar por Montevideo).
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