sábado, 11 de mayo de 2013

Crítica con o sin juicios de valor

DISCUSIÓN

El problema del juicio. Sobre Ficciones argentinas, de Beatriz Sarlo

Damián Selci


Conocemos las opiniones de Beatriz Sarlo sobre actualidad política argentina; no conocemos sus opiniones sobre literatura contemporánea argentina. Esta es la conclusión que se desprende de la lectura de Ficciones argentinas, volumen que reúne las colaboraciones de Sarlo en el suplemento cultural del diario Perfil sobre treinta y tres autores argentinos (predominantemente jóvenes). Los artículos son neutrales, es decir, descriptivos: cuentan el argumento, establecen series, destacan influencias, pero se niegan a abrir juicios de valor. Por consiguiente, Sarlo queda del lado de la crítica posmoderna que fomentan Josefina Ludmer y Elsa Drucaroff, quienes también se oponen a valorar los textos y también rebajan la crítica a la función del comentario general y amistoso. Esto se confiesa en el prólogo, que Sarlo usa para atajarse: sus reseñas “no quieren dar una interpretación definitiva”, “son un viaje exploratorio” sobre “lo que me interesó o me provocó”. Sarlo dice que es arriesgado escribir sobre libros de autores jóvenes, lo cual es verdad. Sin embargo, este riesgo decrece a cero si el crítico no valora ni toma posición. Tal como señala la contratapa, Sarlo no califica nunca, o lo hace de modo elusivo. La novela de Jorge Consiglio es “extraña”; el libro de Diego Meret resulta “inquietante”; el de Selva Almada, casi en un éxtasis de pronunciamiento, “sorprendente”. Para sumar cautela, el método analítico de Sarlo consiste en decir todo lo que un libro no es, y luego rematar con una metáfora indeterminada: Pequeñas intenciones, de Consiglio, “inhabilita la pregunta sobre la sombra autobiográfica”, no es “ni urbana ni subjetiva”, “permanece ajena a otras marcas (…) de la industria cultural”, y cuando por fin hay que definir por la positiva se nos dice que la novela está hecha “del fracaso de las pequeñas intenciones”. Este tono tenazmente recatado genera la impresión de que Sarlo quiere intervenir en el campo literario sin pelearse con nadie y sin jugársela por nadie. Se preocupa por hablar de autores noveles, no por escribir algo significativo sobre esos autores. Esto puede desconcertar a los lectores que conozcan a Sarlo por sus intervenciones en el debate público. ¿Por qué su pluma se permite toda clase de adjetivos cuando se trata de política argentina y ninguno cuando se trata de literatura argentina? La razón es simple: Sarlo decidió arriesgar su prestigio en la política y necesita compensar con una estrategia pacifista en literatura. Da pelea en un frente de batalla y pacta en el otro –de ese modo, si pierde en política, podrá refugiarse en su capital literario, amasado en Punto de Vista (el canon de Sarlo quedó en Saer-Chejfec, con lo que se perdió la línea que va de los Lamborghini a cierta tendencia de la poesía de los noventa) y rifando bendiciones a media voz para los jóvenes talentos en ascenso. En este sentido, Ficciones argentinas es un accesorio a sus columnas en La Nación, y por eso mismo, un libro hueco, táctico en el peor sentido, conservador por default y por completo prescindible.



Beatriz Sarlo, Ficciones argentinas. 33 ensayos, Mardulce, 2013, 224 págs.





DISCUSIÓN

A propósito de “El problema del juicio. Sobre Ficciones argentinas, de Beatriz Sarlo”, de Damián Selci


Graciela Speranza


Está claro, desde sus filosos artículos de la revista Planta, que Damián Selci quiere reabrir la discusión sobre el juicio de valor en la crítica literaria. Su comentario sobre el último libro de Beatriz Sarlo acota el debate, pero es un punto de partida frente al panorama general de una crítica que se ha vuelto burocrática, suntuaria o irrelevante y, en el argumento por detrás del caso, refiere a un periplo histórico más amplio. Tras la impugnación del juicio dogmático del crítico modernista, la crítica parece haberse rendido progresivamente a un pluralismo autocomplaciente de inspiración posmoderna, a la aplanadora estética de los estudios culturales o, en el mejor de los casos, a una simple cautela prescindente que lleva al elogio acrítico o la virtual desaparición de la crítica negativa bien argumentada, y podría interpretarse hoy (así lo hace Isabelle Graw) en términos sociológicos: en un nuevo “capitalismo de redes” que induce a acumular “contactos”, buscarse enemigos puede llevar al aislamiento o incluso a la “muerte social” del crítico.

No creo que sea el caso de Beatriz Sarlo. No solo porque las simples elecciones de un crítico de renombre ya valorizan (y así lo admite finalmente Selci cuando señala que Sarlo rifa “bendiciones a media voz para los jóvenes talentos en ascenso”), no solo porque, contrariando su voluntad explícita de no convertir la serie de reseñas en “un canon de la nueva literatura argentina”, la reunión de la serie en libro ya valoriza el conjunto (¿por qué, si no, nombrar en el prólogo a un par de escritores que no están en el libro pero podrían haber estado?), sino porque, a pesar de una aparente disposición a abrirse a “un viaje exploratorio”, Sarlo sigue practicando el ejercicio valorativo, proselitista y cautelar, típico de la crítica modernista. Si el método analítico la lleva a “decir todo lo que un libro no es”, es porque quiere señalar lo que los libros “no deben ser”. Enumerando los riesgos que por fortuna eludieron esos libros, se desprende claramente un canon con el que valorar el resto.

Tampoco creo que no haya valoración en el momento “positivo” de sus reseñas críticas, que no hay por qué reducir al signo de los adjetivos. La descripción precisa y la caracterización de singularidades poéticas son decisivas en la atribución de valor (“La precisión del lenguaje”, se ha dicho, “es la mejor forma del juicio”), y en sus mejores lecturas Sarlo dio sobradas muestras de sutileza y precisión crítica. Pero el “viaje exploratorio” llevará a ver en el paisaje solo lo que ya se ha visto si se antepone un deber ser estético a la experiencia de la obra renovadora, que en su novedad exige otros criterios. Es ese, a fin de cuentas, el gran momento de la crítica: un desafío a las certezas adquiridas, un empeño de la sensibilidad y la razón lidiando contra la amenaza prepotente del prejuicio. No hay crítica “exploratoria” sin un momento de duda y parecería que Sarlo no duda nunca. Tampoco Selci parece dudar demasiado. Bienvenida su discusión sobre el problema del valor en el arte pero, asimilando los vaivenes de la historia de la crítica en el siglo XX, se agradecería algún argumento más amplio para saber cómo no volver a caer en la trampa del poder dogmático del crítico. ¿Con qué criterios abre hoy juicio la crítica? ¿Es posible ir más allá de un pluralismo banal sin volver al juicio apodíctico? ¿Cómo no sofocar la efervescencia del presente con la ansiedad de la predeterminación histórica?

Codificada por los deportes competitivos y el sensacionalismo mediático, cuando no por el militarismo autoritario, a la cultura argentina le encantan las listas y los rankings. Y aunque las formas de lidiar con la tradición, los pares y la sucesión son muchas, las más heroicas entre nosotros siguen siendo el parricidio, el fratricidio y el filicidio. Vengan de la gimnasia política o de tramas freudianas más arcanas, los cidios hacen escuela, vuelven visible, se aplauden. Tal vez podamos concebir otras formas del juicio sin retroceder medio siglo ni alimentar nuestras peores lacras.





Tomado de http://revistaotraparte.com

2 comentarios:

juan dijo...

graciela speranza es una pelotuda. de eso no hay dudas.

Paula Irupé Salmoiraghi dijo...

¿Por?

Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...