Humanamente retorcido.
Un combate amoroso.
La mujer a la que amo me traiciona. Mi corazón se retuerce. Quisiera repudiarla, pero no puedo.
Estoy envejeciendo...
"Deje ya de hacerse siempre la víctima", me recrimina ella. Y yo me pregunto:¿qué quedaría de mí si dejara de hacerme la víctima?
Saber que ella ya me cambió por otro, que sus promesas son vanas, que es cuestión de tiempo. Saber y esperar a que llegue el momento.
Mi vicio es el sexo; mi debilidad, la fantasía.
La dulce y tierna cara de la mentira; el
ardor de su aliento. Qué empalago...
No quiero amarla: quiero controlarla, quitarle su voluntad, esclavizarla.
Soy yo quien la persigue, el débil,
quien la necesita para alimentar mi imaginación morbosa.
Mi derrota es su libertad; su felicidad,
mi tormento.
Y pensar que quizá ella ha sido nada más que la cuerda que yo requería para bajar a este pozo.
Ella dice que el chico sólo le gusta,
que nada pasará, que no dará rienda suelta a su capricho. Pero su cuerpo se encrespa, reniega, exige que esa carne le sea servida.
Ella se defiende: aún no se ha acostado con él. Pienso: a veces la intención duele tanto como el hecho.
La veo plena, expansiva, cariñosa, flkorecida. Sé que es por el otro.
Cabalga sobre mí. Y segundos antes del clímax, gime que quiere correrse sobre él, empaparlo.
Algo se quebró muy adentro de mí.
Aún no sé qué es. Temo descubrirlo.
Yo soy el pasado, la ruta gastada; el otro es el futuro, la sorpresa, el entusiasmo. ¿Tiene sentido pelearla?
Qué placer más morboso alargar la agonía...
Ser poseído por el otro a medida que la posee a ella. Experiencia desgastante, aniquiladora.
Siento que al despegarse de mí se lleva adheridos pedazos de mi carne viva.
Ella quiere leer estos apuntes, hurgar en mis garabatos para que su victoria sea absoluta.
"Quisiera nunca haberlo conocido", me espeta. Luego desenvaina su crueldad, arremete con estocada limpia y profunda, escupe con sorna. ¿Habré creado este animal a mi semejanza?
Herido, maltrecho, huyo de ella como de mi peor demonio.
Tendría que exterminar esta pasión como a una rata rabiosa que me roe el pecho.
La amé tanto que buscó a otro.
Qué necedad llamar amor al obsesivo vicio de fornicar.
Reconozco que he perdido la batalla,
pero aún me niego a capitular.
Invité al enemigo a la habitación, lo animé a quedarse. Ahora lamento tener que irme.
Puse mi inteligencia al servicio de una causa: ser despojado de ella.
Fugaz cada coartada con la que intento olvidar la mortificación de haberla perdido.
Me encantó de tal manera que la creí Penélope, y cuando salí a rastras la descubrí Calipso.
Su ausencia: la herida gangrenosa supurando en el pecho.
Por Horacio Cstellanos Moya. Apuntes del autor salvadoreño acerca de los tormentos que provoca la traición del ser amado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario