sábado, 29 de noviembre de 2025

Enamorada de Carol y Therese

 "Therese había intentado hablarle de su trabajo en el Black Cat Theater. Eso era

algo, pensó, era lo único importante que podía contar de sí misma. Pero aquél no era

el momento. Le contestó despacio, intentando parecer tan distante como ella, aunque

notaba su propio embarazo al hablar.

—Supongo que es algo educacional. Aprendí a ser ladrona, mentirosa y poeta al

mismo tiempo. —Therese recostó la cabeza en el respaldo de la silla para que le

llegara la luz del sol. Le hubiera gustado decir que también había aprendido a amar.

Antes de Carol no había querido a nadie, ni siquiera a la hermana Alicia.

—¿Cómo te convertiste en poeta? —Carol la miró.

—Supongo que sintiendo demasiado las cosas —le contestó Therese muy

consciente.

—¿Y cómo te convertiste en ladrona? —Carol se chupó el pulgar y frunció el

ceño—. ¿No te apetece un poco de pudin de caramelo?

—No, gracias. Todavía no he robado, pero supongo que es fácil. Hay carteras por

todas partes. Sólo hay que cogerlas. A una le roban hasta la carne… —Therese se rió.

Una podía reírse de eso con Carol, una podía reírse de cualquier cosa con Carol.

Comieron pollo frío troceado, salsa de cangrejo, aceitunas verdes y crujiente apio

blanco. Pero después de la comida Carol la dejó y se fue al salón. Volvió con un vaso

de whisky y le añadió agua del grifo. Therese la observaba. Luego, durante un largo

momento, se miraron la una a la otra, Carol de pie en el umbral de la puerta y Therese

en la mesa, mirando por encima del hombro, sin comer.

—¿Conoces a mucha gente así, desde el otro lado del mostrador? ¿No te importa

hablar con cualquiera? —le preguntó Carol con calma.

—Claro que sí —sonrió Therese.

—¿Te vas a comer con el primero que pasa? —Los ojos de Carol centellearon—.

Podrías encontrarte con un secuestrador. —Le dio vueltas a la bebida en el vaso sin

hielo y luego se lo bebió. Sus finas pulseras de plata tintineaban contra el cristal—.

Bueno, dime, ¿has conocido a mucha gente así?

—No —dijo Therese.

—¿No muchos? ¿Sólo tres o cuatro?

—¿Como a ti? —Therese sostuvo firmemente su mirada.

Carol la miró fijamente a su vez, como si exigiera otra palabra, otra frase de

Therese. Luego dejó el vaso sobre la estufa y se dio la vuelta.

—¿Sabes tocar el piano?

—Un poco."

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Carol, de Patricia Highsmith

 "Otra vez le llegó a Therese el levemente dulce olor de su perfume, un olor que le

sugería una seda verde oscuro, que parecía propio de ella, como el aroma de una flor

especial. Therese se inclinó para acercarse más al olor, con la vista baja posada en su

vaso. Le hubiera gustado apartar la mesa y echarse en sus brazos, enterrar la nariz en

el pañuelo verde y oro que rodeaba su cuello. Una vez, sus manos se rozaron por el

dorso en la mesa y Therese sintió que aquella parte de su piel revivía y casi ardía.

Therese no comprendía lo que le estaba ocurriendo, pero era así. La miró, ella había

vuelto el rostro ligeramente, y otra vez tuvo la sensación de conocerla de algo. Y

también supo que no podía tomar en serio aquella sensación. Nunca había visto a

aquella mujer. Si la hubiera visto, ¿habría podido olvidarla? En el silencio, Therese

sintió que las dos esperaban a que la otra hablase, aunque el silencio aún no era

embarazoso. Llegaron sus platos. Era una humeante crema de espinacas con un huevo

encima, y olía a mantequilla.

—¿Cómo es que vives sola? —le preguntó la mujer, y antes de darse cuenta

Therese ya le había contado su vida.

Pero sin caer en aburridos detalles. En seis frases, como si le importase tan poco

como una historia que hubiera leído en alguna parte. ¿Y qué importaban los hechos

después de todo? ¿Qué importaba si su madre era francesa, inglesa o húngara, o si su

padre había sido un pintor irlandés o un abogado checo, si había tenido éxito o no, o

si su madre la había presentado al colegio de la Orden de Santa Margarita como una

criatura difícil y llorona, o como una niña de ocho años igualmente difícil y

melancólica? ¿Qué importaba si había sido feliz allí? Porque en ese momento era

feliz, su vida empezaba aquel día. No necesitaba padres ni pasado.

—¿Hay algo más aburrido que la historia del pasado? —dijo Therese sonriendo.

"

Con mi golcito al rescate de libros desamparados



































 

Tesoritos para mí en casa de Enriqueta

 Conocí a Enriqueta de casualidad en un evento de Bok. Yo fui sola y ella cayó sin saber ni qué pasaba ese día (Presentación del libro de poemas de Gustavo Lopez, el padre de Mery Canelones) y se me sentó al lado. Nos pusimos a hablar en castellano, en francés y en italiano. Me dijo que se mudaba  a un departamento mucho más chico que su casa de toda la vida y que tenía libros para dar. Le dejé mi teléfono. Me mandó mensaje hace dos días y hoy me fui para su casa.

Una hermosura en O Higgins y Azopardo que no sé cómo se anima a dejar pero se ve que a su edad (que no sé exactamente) ya le debe pesar casa tan grande para ella sola. Así que estuvimos chus

































meando, cosechando jazmines, kinotos y patitos del aire y todos estos libros que me hicieron muy feliz. Sobre todo los de la colección Robin Hood y esta otra juvenil de Ediciones El Molino que no conocía.

Fijate las bellezas de enciclopedias del año del orto, El libro Gordo de Petete, el libro de discursos de Perón, algunos en francés, manuales de escuela del año 50 que se ve que eran de su marido o incluso de sus suegres. Estuve toda la tarde firmando, clasificando, integrando a mis nobibliotecas. Uniéndome con la nena que a los 8 años subrayaba y hacía listas de los tomos que iba a pedir para navidat y su cumple.



Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...