Cuando una conchuda a la que entrego mi cariño y mi respeto me parte el corazón me quedo como trapito mojado pensando por qué siempre me pasa a mí y cómo no lo veo venir y me protejo. Pero en el fondo estoy orgullosa de ser todo lo sensible y entregada que soy y nunca estar desconfiando de que se venga el palazo. Incluso de gente que ya me ha dado varios. Yo sigo con el pito y la matraca y mis globos sin pinchar de nuevo.
A fin de cuentas son para tenerles pena: que necesiten pisotear a otra para sentirse ella. Que, a esta altura de sus partidos, necesiten estar haciéndose las capas cuando deberían estar más allá de competencias ridículas, sabiendo que de mi parte tienen admiración y entrega.
No hay comentarios:
Publicar un comentario