‘Carcoma’: el fenómeno literario que bate la tierra y despierta fantasmas
Carcoma es la primera novela de Layla Martínez. Es un libro breve, 138 páginas que están constituyendo un auténtico huracán literario. Editado por el sello independiente y feminista Amor de Madre, en sus dos primeros meses en librerías agotó dieciséis ediciones. La escritora Belén Gopegui la calificó de “acontecimiento literario” y no es para menos. No solo por los datos de ventas, sino porque su autora es capaz de realizar, desde un libro de terror que toma como espacio la casa encantada, un repaso renovado y nada indulgente a temas tan críticos como la violencia patriarcal, la cuestión de clase o la memoria histórica.
Layla Martínez tiene una vasta experiencia lidiando y analizando textos. Lo hace en su papel como editora en el sello independiente Levanta Fuego (antes, Antipersona, responsable de títulos como Vidas Trans), también como colaboradora en El Salto Diario o en su anterior ensayo Utopía no es una isla (Episkaia). Carcoma nace de un relato corto elaborado para Cuadernos de Medusa, una antología de cuentos también editada por Amor de Madre. El espacio es conocido para ella, una casa familiar repleta de recuerdos y de presencias donde varios espectros de lo posible conviven. Hablamos con la escritora sobre los temas de su novela y sobre el estado de la escritura en lengua hispana, un dominio editorial en el que las mujeres más jóvenes han tomado (por fin) el timón de las vanguardias.
Vogue.es: Al llegar a los agradecimientos del libro descubrimos que la casa de Carcoma es una casa real.
Layla Martínez: La casa es la de mi abuela. La gente cree que las licencias que me he tomado son lo sobrenatural pero no es así, mi abuela realmente cree en ello. La cultura de los aparecidos está muy arraigada en la Mancha y La Alcarria. Los familiares muertos que se te aparecen, la relación con la muerte, las sombras... Todo eso es un trasfondo real, una creencia que existe en esas zonas. Con lo que más licencias me he tomado es con el final. Es la historia de las víctimas de violencia de muchos tipos (de clase, patriarcal...), entonces quise que en esta ficción ellas fuesen las que pudieran vengarse, llevar a cabo ese ajuste de cuentas ficticio.
Vogue.es: En realidad, la relación con lo sobrenatural está muy plasmada en leyendas y en la cultura popular de los distintos territorios de España desde siempre, ¿no es así? Las novelas recientes de escritores jóvenes lo atestiguan: Canto yo y la montaña baila, de Irene Solà, o Tan jóvenes y la pena, de Millanes Rivas, por ejemplo.
Layla Martínez: Aunque esta relación con lo sobrenatural ha existido siempre en la península, como no tenemos una cultura de género de terror (porque ha sido siempre muy denostado y se le considera siempre un género menor), se ha roto en algún momento. Hay excepciones, como los relatos de terror de Emilia Pardo Bazán, o en el romanticismo español, pero al llegar el siglo XX, se pierde o se reduce al mínimo, no como en la cultura anglosajona o latinoamericana. Sobre todo con un contexto y trasfondo histórico como el de la guerra civil. Creo que es un género interesante porque cuenta con unas herramientas que conectan mucho con lo emocional. Incluso el cine de terror, que está ya decodificado hasta la saciedad, sigue generando desasosiego y malestar de una forma mucho más directa y eficaz que cualquier otro género. El terror consigue codificar mucha cantidad de información en metáforas muy simples y concretas, como las casas encantadas, que ya su simple mención evoca una cantidad enorme de datos, de fantasmas, de traumas que aún siguen vigentes porque no se han solucionado. Esto convierte al terror en una herramienta genial para hablar de esos traumas colectivos, de estas heridas sociales, históricas y generales que están flotando y planeando, sin necesidad de hablar sobre ellas.
Vogue.es: La memoria es otro tema que atraviesa la historia. La memoria de guerra y de posguerra desde un punto muy poco explorado, donde todavía hay mucho que contar, y es el punto de vista de las mujeres pobres.
Layla Martínez: Sigue muy vigente porque no ha habido ese cierre colectivo. Esos fantasmas siguen en las cunetas, no ha habido un exorcismo grupal. Todo sigue muy vigente, sobre todo en los pueblos. Son comunidades más pequeñas, menos anónimas y con una sensación de pertenencia grupal más marcada, ya que en muchos casos, la estructura jerárquica y social siguen siendo las mismas. No ha habido un cierre colectivo, ni una una rendición de cuentas por lo que hicieron, ni por lo que amasaron y cómo lo amasaron. Y claro, al final los traumas, los miedos, se heredan, se convierten en marcas familiares. Eso era lo que yo quería contar, no solo los traumas de la propia posguerra. En la zona de la Alcarria, aunque la represión fue dura en todas partes, durante los años 40 muchísimos hombres tuvieron que echarse al monte. No solo por cuestiones ideológicas, sino por miedo a las denuncias por envidias y odio. Mi abuela aún recuerda cómo bajaban con cuidado por las noches a por comida, cartas a la familia... Tanto es así que se quedó en el imaginario la atmósfera del monte lleno de sombras escondidas, o los señoritos que iban de cacería a por ellos como quien va a cazar jabalíes y conejos, con total impunidad y visto bueno de las autoridades. A día de hoy sigue habiendo muchos desaparecidos en estas batidas. Quería hablar sobre cómo la sociedad actual está construida sobre esas cunetas sin nombres, sobre esas sombras anónimas en el monte, y sobre cómo siguen sin estar cerradas esas heridas.
Por ejemplo, leyendo sobre la Brigada Lincoln, que fueron unidades de voluntarios afroamericanos que se integraron en las brigadas internacionales, hay un momento en que se habla de una defensa de una colina en la que mueren varios de ellos y son enterrados allí, en agujeros sin nombre ni recuerdo. Esa colina hoy es una urbanización de lujo de Villanueva del Pardillo. Pienso en el potencial narrativo del horror de casas de lujo construidas sobre las tumbas anónimas, como por ejemplo la película Poltergeist, con la casa construida sobre un cementerio indio. Veo ese paralelismo entre los chalets de Villanueva del Pardillo y la casa sobre el cementerio indio y no puedo dejar de pensar en la cantidad de historias que podrían escribirse. Me hace pensar que tal vez muchos de los problemas que tenemos ahora venga de que hemos construido la casa sin haber desencantado primero el cementerio sobre el que está construido.
Vogue.es : En la novela tratas unas desigualdades estructurales que afectan el desarrollo de los personajes. A una nieta que quiere estudiar fuera pero ni la casa, ni tampoco esa estructura social, se lo permiten.
Layla Martínez: Las desigualdades sociales se siguen reproduciendo, aunque nos hacen creer que todos tenemos las mismas posibilidades. A la nieta le ata la propia historia familiar y el trauma heredado, pero también el problema de que siempre se reproduce el sistema de clases, no hay apenas movilidad y no ha habido realmente cambios. Podemos llamarlo sociedad justa, pero sigue existiendo violencia de clase. No es un problema de si has estudiado o no, es de haber nacido en la clase correcta o no, de si estás atrapado en la violencia estructural.
Vogue.es: El estereotipo de clase lleva a pensar que los personajes pobres son menos capaces de hacer el mal, o siempre esperas que haya una justificación detrás moralista. Creo que juegas mucho con esto, a defraudar las expectativas que se ha creado el lector, demostrarle que ha caído en su propio prejuicio.
Layla Martínez: Me gusta escribir personajes que no son morales, son muy divertidos. Por otro lado, la idea de la venganza es muy literaria, me apetecía mucho. Esa venganza cocinada muy lento, tipo Conde de Montecristo o Hamlet, da mucho juego. Hay una cosa que dice Stephen King en su libro Danza macabra que es que la mayor parte del terror es bastante conservador ideológicamente, porque siempre hay una vuelta a la normalidad. En una historia de una posesión, por ejemplo, mediante el exorcista, que suele ser ultraconservador y casi una defensa a ultranza de los viejos valores. Hay una pequeñísima minoría de novelas de terror que no acaban con una vuelta a la normalidad, sino que abrazan lo monstruoso. Por ejemplo, la película de Babadook, pese a ser una película bastante convencional en su historia, tiene muchas segundas lecturas. En ella no hay un vuelta a la normalidad sino que se asume la existencia del monstruo. Se va a quedar en el sótano, le cuidamos y nos quedamos todos tranquilos. La convivencia con lo anormal me parece más interesante, narrativa e ideológicamente, es menos conservador. Yo tampoco quería hacer un final que contentara a todos, ni una vuelta a la normalidad, porque de por sí la normalidad en la que vivimos es bastante violenta. Quería que ellas pudiesen hacer algo inmoral, que te dejase con la carcoma por dentro, de no sentirte cómodo con ello pese a empatizar con ellas. No quería que tuviesen una reconciliación con el pasado porque socialmente no ha existido esa reconciliación.
Vogue.es: ¿Crees que hay un maniqueísmo en la representación de las clases bajas?
Layla Martínez: En la producción cultural, por normal general, hay una sobrerrepresentación de las clases medias y altas, porque casi siempre son ellos los que escriben y producen, los que dirigen y actúan. Siempre parece que las clases obreras son algo así como "el otro", a pesar de que numéricamente son muchísimos más. También le ha pasado a las mujeres, siempre se ha escrito y narrado desde el punto de vista de un hombre blanco cishetero, generalmente de clase media alta. Todo lo que no sea eso es el otro, y se le suele dotar de poca profundidad moral e intelectual. O, por el contrario, se le da siempre un estereotipo, como el personaje obrero que tiene que hablar por su propia clase y ser algo muy maniqueo, estar encajonados y ser estereotipados.
Vogue.es: La historia gira en torno a un acto violento que podría haber sido perpetrado por mujeres, pero en el telón de fondo se refleja que ellas mismas están atravesadas por la violencia patriarcal. ¿Cómo trazaste el equilibrio del peso de estas violencias para crear la historia?
Layla Martínez: La venganza de las dos mujeres tiene como telón de fondo, además de la violencia social, la violencia patriarcal. Ambas están entrelazadas. No significa que las mujeres de clase alta no sufran maltrato, pero me interesaba contar como ambas se imbricaban y se retroalimentaban mutuamente, sobre todo en esta cosa de que la propia casa estuviese construida sobre toda esta violencia, el maltrato a las mujeres con las que se ganó el dinero para edificarla, por parte del bisabuelo.
Vogue.es: Da la impresión de que sois las jóvenes escritoras las que en España estáis hablando muy claro de temas como una violencia de clase, de violencia de género… Pienso en Las maravillas de Elena Medel, o en Listas, guapas, limpias, de Anna Pacheco, que cuenta el rapto de la abuela de la protagonista en su juventud para forzar el matrimonio, o también Panza de burro, de Andrea Abreu.
Layla Martínez: Existe esta discusión sobre si el formato novela está un poco anquilosado. Hay quien sostiene que la novela es así porque nace con la burguesía, otros que opinan que no, que existe un poco de anquilosamiento ya que, por ejemplo, en la poesía hay mucha experimentación, pero la novela se ha quedado estancada. En España quizás esto ha sido especialmente llamativo porque la gente de las vanguardias, y esto es algo que tiene mucho que ver con la memoria histórica, se tuvo que exiliar o fueron asesinados.Y claro, los novelistas de los años 40 y 50 fueron gente muy cercana al régimen, en el sentido de que buscaban agradar y agraciarse con un régimen ultraconservador y ultracatólico. Y creo que eso sigue bastante vigente actualmente, los best seller actuales son muy conservadores en las formas. Pero en los últimos años ha habido un intento constante por salir del corsé. Canto yo y la montaña baila, de Irene Solà, Cristina Morales desde Los combatientes, Panza de burro... Todos son estilísticamente arriesgados. Estamos también en un punto en el que la literatura latinoamericana nos está llegando más, no solo los nombres de siempre, sino también escritoras que están experimentando mucho y eso contribuye a que las escritoras españolas tengamos unos nuevos referentes que hace 30 años nos hubiese costado muchísimo encontrar, como Elena Garro. En ese sentido, soy muy muy optimista con todo lo nuevo que llega y con todo lo que nos queda por delante de desarrollo, experimentación y juegos, ya que casi todo lo están haciendo mujeres jóvenes.
Vogue.es: Fernanda Melchor, María Fernanda Ampuero, Pilar Quintana, Dolores Reyes... Son algunas de las escritoras latinoamericanas que están revolucionando esas formas. A menudo desde España se coloca a su obra el adjetivo de “brutales”, algo que ya se ha convertido en un tópico con connotaciones racistas. También Carcoma o Panza de burro podrían ser calificadas así. ¿Esas ganas de romper el molde narrativo es más que un fenómeno geográfico, es algo generacional?
Layla Martínez: En el género de terror hemos estado muy condicionados por el modelo anglosajón, y ahora hay un interés en buscar la conexión con lo que se está haciendo en Latinoamérica, pero claro, a veces esto se etiqueta de una manera que tiene que ver más con unos intereses editoriales que con una descripción acertada. Por ejemplo, el realismo mágico. Parece que si escribes algo que sea mínimamente fantástico, de terror o simplemente menciones de pasada lo sobrenatural y eres latinoamericana, te cae esa etiqueta encima. Y claro, esa propia etiqueta ya es discutible de por sí. Pedro Páramo es una novela de terror pura y dura, se le llamó realismo mágico simplemente porque no entraba en los cánones anglosajones de terror, y porque a un nivel editorial, era más fácil de vender así. Yo creo que podemos decir que es algo generacional, algo que compartimos con la intención de romper lo básico. A las mujeres no se nos ha dejado hacer esa genealogía, buscar el hermanamiento entre escritoras de distintos puntos del mundo, solo ahora hemos podido empezar a hacerlo.
Vogue.es: Hemos pasado por encima de un tema bastante paradójico. Esto lo decía Luna Miguel en El coloquio de las perras sobre Elena Garro o Gabriela Mistral, galardonada con un Nobel y hasta hace dos días casi imposible de encontrar en librerías. También ocurría en castellano con la largamente descatalogada Ursula K Leguin. ¿Esta dificultad de llegar hasta las obras de autoras influyentes o incluso galardonadas afecta a la genealogía entre escritoras?
Layla Martínez: Alfaguara reeditó hace poco Recuerdos del porvenir, de Elena Garro, pero recuerdo buscarlo hace un tiempo y no encontrarlo por ningún sitio, ni de segunda mano. Sigue sin ser incluida en esa generación del boom latinoamericano. Para mí, conectaba mucho con Canto yo y la montaña baila. Se podrían establecer esas conexiones pero claro, nos han impedido hacerlas.
Vogue.es: Hablemos también las condiciones en las que se da la escritura. Las mujeres comienzan a ser editadas pero acometemos la labor de la escritura desde un sinfín de trabajo reproductivo y de precariedad laboral. Creo que todas las escritoras que hemos nombrado están en esta situación. Han conseguido escribir, que el mensaje salga ahí fuera, y a veces con un éxito increíble, como el de Panza de Burro, pero desde qué condiciones.
Layla Martínez: Creo que la propia Abreu lo contaba en una entrevista, que había escrito Panza de Burro a saltos, en la biblioteca, en un Google Docs… Habría que reflexionar más sobre cómo afecta todo esto a la escritura, porque es indudable que no escribes de la misma manera ni de los mismos temas si no tienes que dedicarte a nada más, o si dispones de una renta familiar. No digo que mejor ni peor, pero sí que escribes desde otro sitio. Las condiciones materiales afectan mucho, por ejemplo, a la extensión. Estas novelas son cortas. Esto lo decía Lucia Berlin, que llegaba a su casa después de dos trabajos, acostaba a los niños y el único rato que tenía para escribir era antes de caerse de sueño. Toni Morrison se levantaba a las cuatro de la mañana, para disponer de dos horas de silencio antes de despertar a los niños. Berlin decía que no se veía capaz de escribir una novela, por eso hacía relatos cortos. Así influyen las condiciones en lo que estás escribiendo. Cómo vas a meterte en la estructura de una novela como Cien años de soledad, con doscientos personajes si tienes que hacer muchas otras cosas. Al final la mujer de García Márquez fue la que se encargó de mantener todo eso. En mi caso, escribí Carcoma a ratos y la corregí entera en las vacaciones de verano, en quince días reescribí todo.
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