ENTREVISTA
Luna Miguel y las escritoras que ladran
Luna Miguel es uno de esos rostros, uno de esos nombres, que irritan o incomodan en según qué espacios del mundo de la edición y de la crítica. Voces como la suya, -y podríamos mencionar aquí a Cristina Morales, premio Nacional de Narrativa por su Lectura Fácil, a Aixa de la Cruz o a María Sánchez-, tocan teclas sensibles solo por existir y reclamar parte de un espacio que otros no quieren compartir. Su nuevo ensayo El coloquio de las perras, editado por Capitán Swing, es un compendio de ese tipo voces, voces femeninas que, eso sí, vivieron otro tiempo, uno en el que su obra bien no obtuvo el reconocimiento que merecía, bien otro en el que su recuerdo fue maltratado e ignorado en la historia de las letras hispanas.
Son perras que ladraron alto, pero a las que no dejaron quedarse en los salones de la Literatura Universal (así, con mayúsculas). Luna Miguel ha preparado con cariño una antología que recoge la memoria de escritoras como Elena Garro, bajo la alargada sombra de su ex marido hasta la fecha de su muerte en la precariedad; Alejandra Pizarnik o Gabriela Mistral, única y olvidada mujer latinoamericana galardonada con el Nobel de Literatura. Pero también las de otras cuyas obras no rozaron si quiera ese nivel de reconocimiento. María Emilia Cornejo, Agustina González López o Alcira Soust Scaffo son algunas de ellas. Sensibilidades y talentos en el lado no visible del mundo de los libros, que nos recuerdan lo que cada vez que surge una voz desde los márgenes (presentes o futuros) se torna en dura obviedad: que debemos cuestionar lo que hasta ahora hemos considerado el prisma universal de la vida, la forma única de mirar al mundo. Y tal vez abandonarla para experimentar cómo es el paisaje desde la ventana de estas escritoras.
De todo ello hablamos con Luna Miguel.
COMPRAR: El coloquio de las perras, de Luna Miguel (Capitán Swing, 16€)
Vogue.es: En una ocasión ya nos contaste que El coloquio de las perras era el libro que más habías disfrutado escribiendo. ¿Por qué?
Luna Miguel (LM): Por todo lo que he aprendido sobre las autoras. La investigación me ha servido para descubrir y descubrir y descubrir. Aunque había una parte horrible, que era darte cuenta de que todo lo que estabas descubriendo había sido machacado y silenciado, y que eran mujeres que en vida habían sufrido cosas muy desagradables, a pesar de todo eso el fondo siempre tenía algo de luminoso. Por fin estamos hablando de ellas, leyéndolas, publicándolas. Eso siempre me daba un punto esperanzador. No solo viajé mucho e hice muchas amigas, escritoras, libreras, poetas que me dieron mucha información y con las que hablaba de nombres de mujeres del pasado. Ha sido un proceso muy largo y hermoso de hacer amistades, de descubrir libros, y quiero pensar que también de ayudar a que en el futuro se lea a estas escritoras. Todo eso hace que la sensación sea positiva y creo que por eso echo de menos estar escribiéndolo.
Vogue.es: Es un ensayo con una voz muy personal, hablas de cuándo conociste por primera vez esas autoras, lo que te costó encontrar sus obras, incluso les dedicas una carta al final a cada una. ¿Cómo fue el proceso de selección de estos nombres (y no otros) para esta genealogía?
LM: Es una selección absolutamente personal y egoísta, porque al final hablo de escritoras que me gustan y con las que disfruté leyendo. Pero también son mujeres que me daban pie para hablar de temas del presente, como he intentado hacer en las cartas. La historia de Elena Garro y la figura del marido, por ejemplo, me ayudaba a hablar del presente y de cómo hoy todavía se sigue haciendo esto. Ahora que han dado el premio Princesa de Asturias a Siri Hustvedt, todavía muchos medios siguen titulando por “la mujer de Paul Auster”. Me interesaba cómo los nombres de estas autoras podían ayudar a entender esas actitudes misóginas que todavía están aquí. Por eso hablo de una selección a tres ritmos: primero, mi gusto personal; segundo, la conexión con el presente y la oportunidad de hablar de otras mujeres; y por último también mi acceso a sus obras. Es decir, ha sido muy difícil de conseguir el propio Coloquio de las Perras [el escrito por Rosario Ferré, autora también recogida en el libro homónimo de Miguel]. Está publicado por una universidad y cuesta 50 euros en Amazon, he tenido que leerlo a trozos y gracias a la Universidad de Puerto Rico que me han pasado pdfs de artículos y obras de Rosario Ferré irrastreables de otra manera. Ha sido muy interesante el proceso de buscar esas obras. La de María Emilia Cornejo no la hubiese podido incluir si no hubiese viajado a Argentina y hubiese podido comprar el libro de una autora peruana que es más fácil conseguir allí que en Perú.
Vogue.es: Siempre estás apoyando nuevos talentos, o autoras de tu misma generación a través de tu Instagram o de tus otros perfiles (@loslibrosdeluna). Esta vez miras al pasado, ¿qué importancia crees que hay en este ejercicio de memoria?
LM: Creo que para apoyar a la gente que viene detrás de nosotros tenemos que ser conscientes de la que hubo antes. Estamos en un momento muy interesante porque las escritoras actuales empezamos a darle la mano a la que estaba atrás para que todo lo que ella tuvo que pasar quizás no vaya por el cordón umbilical hacia la que venga después. Es decir, yo no quiero que una Rosa Berbel, por poner el ejemplo de alguien mucho más joven que yo, sufra las cosas que yo he sufrido, como que hablen de mi físico en la prensa, que me insulten de ciertas maneras o que me acosen en ciertos festivales. Yo he sufrido eso pero entiendo que en menor medida que mujeres que han venido antes de mí gracias a que ellas se plantaron. Esta conexión entre el pasado, el presente y el futuro es interesante y tiene que tratarse. Ya no lo hago solo como escritora de ficción o de poesía sino también como periodista. Los periodistas cuando vemos un vacío sentimos esa pasión por llenarlo, y a mí me interesaba llenar ese vacío de escritoras latinoamericanas que no encontraba en ningún sitio. Por ejemplo, Como acabar con la escritura de las mujeres (de Joanna Russ) es un libro fundamental y que nos ayuda a entender muchas cosas, pero se centra en el mundo anglosajón casi exclusivamente. Y yo quería hablar de esos mismos problemas de los que Joanna Russ habla, pero en español. Y es ahí donde te das cuenta que el primer problema era yo misma, porque yo no había leído todas esas mujeres. Ni siquiera conocía el canon de mujeres del siglo XX y por eso yo creo que vi esa necesidad.
Vogue.es: ¿Y has aprendido algo sobre la escritura de las mujeres que no hayas podido aprender de tu propio trabajo creativo?
LM: He aprendido bastante. Me he dado cuenta de que muchos temas que creíamos que no se habían tratado nunca en literatura ya los habían tratado ellas. La novela En Diciembre llegaban las brisas, de Marvel Moreno, ya hablaba del acoso callejero, por ejemplo. Te ayuda a poner en perspectiva tu propio trabajo. También he aprendido la importancia de leer más allá de tu entorno. He aprendido del ejercicio sacrificado de buscar más allá de lo que se publica en las mesas de novedades y buscar más allá de lo que parece que la industria va poniendo en boca de todos. Se me ocurría que todos hemos leído a Lucía Berlín, pero perdemos el foco con otras tantas autoras machacadas que tampoco lo tuvieron fácil, y creo que mi posición como escritora y periodista también es buscar esos nombres. En el mundo de la edición somos lectoras además de editoras, es un trabajo que nos gusta hacer y parece que todo es favorable a que podamos hacerlo.
Vogue.es: En el libro introduces parte del capítulo de Gabriela Mistral hablando de tu abuela, profesora de literatura, y hablando de ellas deslizas también una idea muy importante: la de no juzgar su feminismo. A veces nuestra mirada puede ser poco comprensiva, o muy dura, con quienes vinieron antes.
LM: Precisamente el de Mistral fue el capítulo que más me costó escribir porque no sabía por dónde enfocarlo. La elegí porque quería que estuviera ella, la única Nobel latinoamericana, y fue gracias a mi abuela, puesto que era de las pocas autoras latinoamericanas que ella había leído, y a la que no explicaba en clase. Me ayudó mucho hablar con ella y me di cuenta de que a lo mejor el activismo que yo puedo hacer ahora cuenta con muchas más herramientas que las que ella tuvo. Pero eso no quita que ella haya hecho mucho para cambiar las cosas. El activismo de su generación es tan válido como el de la mía, ella estaba dándome las claves para que yo continuara.
Vogue.es: El panorama editorial más activista de Twitter se mostró hace poco ligeramente decepcionado con la resolución del Nobel de literatura, por eurocentrista tal vez, y hace poco también asistimos al fallecimiento del crítico Harold Bloom, impulsor de un canon occidental muy poco diverso además en cuestión de género o raza. La frase de Cristina Morales (último premio Nacional de Narrativa) que aparece en tu libro encapsula muy bien todo este sentir: atacar el canon con la literatura. ¿Hay que seguir haciéndolo? ¿Hay que seguir atacando el canon con la escritura?
LM: Siempre. Y seguramente vendrá una nueva generación que atacará lo que estamos haciendo ahora. Las generaciones cambian y nos mejoran y cuando dentro de 20 años a lo mejor lean a algunas de las mujeres que estamos ahora publicando se darán cuenta de que nuestra mirada era súper eurocentrista o racista directamente. Mi canon, por ejemplo, aunque ahora está cambiando, es fundamentalmente blanco, y europeo, y francés (cuando en Francia hay muchas autoras racializadas a las que tampoco he leído, he leído a cuatro a lo mejor de todas las que podría estar leyendo). Entonces creo que las nuevas generaciones llegan para corregir cosas que otras se han dejado fuera. Ahora estamos en un momento en el que estamos corrigiendo y cuestionando un canon que si no se cuestionaba iba a ser muy dañino. Incluso muy dañino con los propios hombres, porque parece que para ser escritor solo haya una opción; ser escritor, ganar mucho dinero, llevarte todos los premios y ganar el Nobel. Parece que ese sea el camino para ser considerado escritor y que te lean dentro de miles de años. A lo mejor no es necesario que te lean dentro de miles de años, y simplemente estamos aquí de paso y aportamos solo una cosa. Puede que todo lo que yo aporte en toda mi carrera sea recuperar la figura de Elena Garro, aunque nadie se acuerde de mí. Solo eso ya sería importante. Al final, ¿qué queda? Es como las calles con nombres de personas que no sabes quiénes son pero que forman parte de la ciudad. Creo que con la literatura irá pasando lo mismo. Me parece necesario que haya un punto de conexión donde sí podamos ver quiénes eran esas personas. Ahora vemos las antologías de la generación del 27 y no sabemos quiénes eran la mitad de ellos, ni las mujeres que formaron parte de esos movimientos. Pero aunque no vayan a ser las más leídas por lo menos deberíamos poder poder ir a las antologías y encontrarlas. Y que si alguien quiere recuperarlas que su historia esté ahí y bien contada.
Vogue.es: ¿Cómo aproximarnos ahora a la obra de ese escritor macho, del que hablas en tu libro y que sabemos tóxico en otros aspectos de su vida?
LM: Seguir leyéndolos pero siendo consciente de qué hicieron durante su vida. No pasa nada por saber que Pablo Neruda era un violador [Miguel se refiere al pasaje de sus memorias en las que confiesa haber violado a una mujer, un pasaje extrañamente ignorado por la crítica], se puede seguir leyendo su obra (y yo creo que se debe), pero siendo conscientes de lo que hizo y que no hay que repetir ese error: que el hecho de que fuera un gran escritor no disculpa que fuera un violador. Parece que eso es lo que ha ocurrido hasta ahora: como era un gran artista lo disculpamos.
Son autores que tenemos que leer porque no han escrito la literatura universal que ellos creen, sino que han escrito una parte del mundo que también nosotras necesitamos conocer. Incluso es sano leer a autores con los que no estás de acuerdo porque te hace reforzar tus ideas o entender tu posicionamiento.
Vogue.es: Se están revisando ya textos superimportantes del cemento feminista actual como por ejemplo Una habitación propia, hace poco asistíamos a como Rosa Berbel revisaba la ira de Charlotte Brönte vista por Virginia Woolf, y Elizabeth Duval le hacía una contrarréplica. ¿Estamos discutiendo más a fondo que nunca la escritura femenina?
LM: Creo que estamos viviendo un momento muy sano en el que toda obra literaria puede discutirse. Antes hablábamos de que el fin no es ganar el Nobel, ni tener todos tus libros en tapa dura, que parece que eso era antes la literatura. Por suerte ahora gracias a las redes sociales y demás estamos debatiendo más, y la figura del crítico no es la del tío que tiene título de crítico sino una chica de 19 años que escribe en Twitter, como es Elizabeth Duval. Y me parece estupendo que eso pase porque era lo que queríamos. Hay mucha gente que lee, gente joven y muy inteligente, debatiendo ideas propias que te pueden gustar más o menos pero es un debate necesario y respetuoso y eso me parece brillante. Revisar el feminismo también es algo importante que es importante que se haga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario