Dice Rita Gonzalez Hesaynes en feis:
El jueves aterrizamos en Catania, en la isla de Sicilia. La primera impresión fue la de una ciudad italiana bastante típica en diversos tonos de beige, que gozó de momentos de esplendor hace siglos y ahora quedan esos mismos edificios, un poco derruidos y quizás por eso mismo más hermosos.
El hambre con el que llegamos nos hizo entrar de cabeza en la cocina local, que nos viene volviendo locos: cannoli y todo lo que lleve pistacho, arancini, helados y granitas (los mejores helados de agua que comí), pastas, una variedad increíble de pesca del día, aceitunas y unas masas de confitería que son exactamente lo que las nuestras intentan imitar sin mucho éxito. Hasta las típicas servilletitas de pizzería que no sirven para nada parecen haber salido de acá.
La ciudad invita a perderse y recorrer todos los callejones que ves aunque nunca te pierdas realmente porque terminás en las mismas esquinas. Debemos haber pasado por la plaza del Duomo como 30 veces fácil. Esta gente parece cagar iglesias, así que entramos a varias. No es difícil encontrar como 4 iglesias en menos de 100 metros, a veces una al lado de la otra. Santuarios callejeros como los del Gauchito Gil pero dedicados a la Virgen y a Santa Ágata, la santa del lugar, una pibita que sufrió persecución y martirio por no querer acostarse con el gobernador, una tragedia megadramática que incluye tetas amputadas, burdeles, potros de tortura, condenas a la hoguera, terremotos, cárceles, San Pedro y velos milagrosos. Catania es una localidad de pescadores y encima al pie del monte Etna, que está siempre dispuesto a escupir fuego. Entre las potencias destructoras del mar y la lava volcánica, necesitan toda la ayuda divina posible para zafar de la muerte, cómo no levantarle un altar a todos los santitos posibles?
La arquitectura es de una mezcolanza impresionante. Edificios barrocos, ruinas griegas y romanas, fachadas con fuerte influencia islámica y hasta algún edificio fascista que combina art decó con símbolos romanos. Los contrastes también son muchos. Hay partes más chetas y otras, bajando a las playas, que no están tan lejos de nuestras villas, en donde abundan los talleres de motos instalados en locales ínfimos a la calle, señores instalados en sillas de plástico conversando toda la tarde y carritos de helado.
A la mañana abren los mercados. El del pescado es la perla del lugar. Los bichitos no pueden ser mas frescos, tanto que algunos todavía te los ofrecen vivos. Es difícil de ver, hasta para mí, que me los como. Una de mis grandes contradicciones. Esta gente vive de esto y del turismo. Deben haber sufrido enormemente durante la pandemia. Ahora que las cosas mejoraron, hay hasta varios contingentes de escolares paseando por la ciudad, vendedores callejeros, pibes que hacen cuadros con aerosol como en cualquier ciudad de playa que se precie. A la noche las calles están llenas de gente de toda edad con ganas de pasarla bien. Hay pasajes donde apenas se puede pasar de la cantidad de personas que se amontonan
En Catania la gente grita, se ríe a carcajadas, mironea con atrevimiento y te saca charla como en Argentina. Vincenzo, el cuidador de iglesia que tartamudea en tímido castellano su devoción a Ágata y María. Lorenzino, el mozo con un mejor amigo argentino. Me siento 100% en casa. Hasta tienen más o menos mi tamaño ínfimo. No en vano parte de mi familia sale de Sicilia. Los señores tienen la misma cara que tenían los amigos de mi abuelo. 24 horas después de llegar, tengo casi el mismo nivel de italiano que mi nivel de alemán después de 3 años: me atrevo a inventar frases, nadie me corrige, sino que me enseñan palabras nuevas.
Escribo esto en un tren regional a Siracusa desde donde miro el color intenso del Mediterráneo. Yo no sabía que el mar podía ser tan azul.
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