La música antes me servía como separación de los ruidos y voces que interrumpían mis propios intereses: me encerraba en mi pieza adolescente a leer o estudiar con Radio Bankok a todo lo que daba y si molestaba a mis viejos y hermanes mejor, elles me molestaban mucho a mí.
En otros momentos la llevaba en el auto para tranquilizarme y no odiar mis mañanas. El saxo de Petinatto a mejorado mucho mis madrugones. Todavía tengo un cd puro de flamenco que meto apenas arranco y mejora mucho mi humor.
Nunca usé auriculares proque me geden la oreja y porque, creo, no sé aislarme del todo, tengo miedo de no escuchar algo importante de mi entorno, que ocurra el apocalipsis zombi y no escuchar el estruendo o los gritos.
En mi casa me gusta crear una atmósfera musical, pero no me gusta como telón de fondo. Me satura la reverberación de sonidos a los que no les presto atención pero me la reclaman todo el tiempo. Me gusta armar como una ola con el gggggggggg de las chicharras, el bicho-feo del venteveo, las cotorritas en el crespón, el ventilador, las puertas de los vecinos que se golpean, el bondi que frena en la esquina, mis perros que maúllan, mis gatas que ladran.
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