"La tristeza ante la muerte ajena es algo que no entiendo muy bien, o sí, entiendo que es la tristeza por uno mismo y no por el muerto, de quien no hay nada que lamentar -tristeza por lo que a uno le falta, por lo que a uno le faltó decir y hacer, por la culpa real o imaginaria-. Y el espanto porque, mientras mi padre vivía, de un modo mágico era como una coraza contra mi propia muerte. El que tendría que vérselas con la muerte era él, y no yo. Y en el mismo momento en que él me faltó, me quedé yo enfrentado, mano a mano, con esa buena señora. Sin coraza."
Mario Levrero. La novela luminosa.
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