Dejo a mi hijo mayor, mi Juli, mijito bebé, con su señora y su hijita en su nueva casa y siento el mismo desgarro que cuando lo dejaba en salita de 3.
Camino las 3 cuadras que separan su casa de la mía y pienso que no van a poder sin mí, que algo más tengo que hacer, qué cómo los dejo allí sin mi ayuda.
Al ratito no más me acuerdo: De que viven solos hace tres meses, de que Julián tiene más edad de la que yo tenía cuando lo tuve a él, de que lo mismo sentí cuando empezó a trabajar, cuando se demoraba su tren, cuando se iba a la panadería y tardaba cinco minutos más. Me acuerdo de que mi hijo siempre pudo hacer sin mí todo lo que tenía que hacer sin mí y de que los padres y madres NO son necesarios cuando uno arma su propia vida. Para no caer en el otro extremo, releo el mensaje que el nene me mandó ayer: "A ver si venís a visitarnos dos veces por semana vieja".
Y es una epifanía de orgullo y admiración.
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