Gracias porque fue con él y porque estábamos casados.
Yo aparecía ordenando mi biblioteca que tenía estantes muy altos de pared a pared en una casa de techos muy altos (tenía cosas como mi casa actual pero era más grande). Yo parecía trapecista allá arriba acomodando los tomos del Tesoro de la juventud que todavía no traje de lo de mi mamá. Eran tomos de tamaños diferentes, que yo ponía y sacaba en relación con otros libros míos que reencontraba o reubicaba. Me acuerdo que veía libritos de mis chicos cuando eran chicos y la colección de filosofía de mi vieja que tengo acá apilada mal sobre la alacena-nobiblioteca del comedor.
De repente yo me colgaba de los pies del estante alto y, cabeza abajo, le decía a uno de sus amigos que andaba por ahí (casa llena de amigos que van y vienen como siempre soñé) que dejaran de pellizcar el pastel de carne que había quedado del mediodía y si querían comer prendieran el horno y lo pusieran a calentar. El amigo era un actor morocho, de rulos, del que no me acuerdo el nombre (ni sé cómo buscar en google).
Yo seguía en lo mío y al rato volvía a colgarme hacia abajo y él estaba ahí mirándome con una cara de amor conyugal que espero no olvidarme en toda mi vida. Me decía que ya se habían ido todos, que ya se habían comido el pastel, que eran como las 11 de la noche y yo seguía allí arriba. Yo lo besaba sin descolgarme, aún cabeza abajo y era de esos besos no pasionales sino cotidianos, matrimoniales de los buenos, de los que dicen estoy acá porque elegí pasar mi vida con vos.
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