"El artista deviene primitivo. No “se hace”, no lo imita, simplemente se afecta por esta lógica y se trastoca en ella. Aquí no hay lugar para exotismos ni para fantasías de una representación como correspondencia, lo que hay son afecciones e intensidades. Hay un cuerpo que se deja consumir por lo salvaje, no como identificación de una conciencia sino como momento antropofágico de involución creadora. El artista aquí es el bárbaro que ha renunciado a la modernidad y ha quedado penetrado en el fallo del disturbio; el extranjero –el gringo— que no conquista sino que es conquistado y que vive también la violencia del choque de dos lógicas civilizatorias, la racional y la sacrificial.
Francis Alÿs, se sitúa en ese fallo y en su deambular encuentra los momentos de irrupción donde la lógica de lo primitivo excede los lineamientos de la racionalidad occidental. Dos instantáneas, una constelación:
1. Un zorro recorre los salones vacíos de la Nacional Portrait Gallery de Londres mientras las cámaras de los circuitos de vigilancia registran todos sus movimientos. El intruso asecha los espacios en los que cuelgan los retratos que intentan fijar la humanidad en la representación del rostro: el noble, el santo, el poderoso, el conquistador, el civilizado. Lo salvaje asecha sin invocar ningún momento chamánico. Aquí el zorro es el salvaje que se mantiene como vivo cuando sus cazadores sólo existen como imago. Su existencia es vigilada, pues los mecanismos de poder saben que de su control depende nuestra soberanía. Reverso dialéctico de la construcción moderna del salvaje-muerto, civilizado-vivo. Aquí, el intruso, el salvaje, el animal cazado, es el que vive, el que acecha a una representación de la humanidad que cuelga petrificada en los muros de un espacio de dominación que se sospecha como cancelación de lo existente.
2. En un paisaje desierto se escucha cómo ladra un perro ante la presencia de un intruso a su territorio, ladrido que crece y decrece en la tensión de acercamiento-distanciamiento. La cámara es claramente el otro; el perro convoca a otros perros como único poder soberano, su furia es la defensa ante la amenaza porque aquí “el gringo” es el enemigo, el peligro. Espacio incontrolado por la modernidad, donde el territorio es el propio cuerpo del animal, su habitáculo y su fuerza. El perro es aquí el salvaje que nos devuelve, con su presencia, a una lógica primitiva: la razón no sirve para establecer jerarquías de dominación sino que el flujo de vida es la fuerza que resiste, que convoca a nuestros cuerpos y nos devuelve a una piel como herida y a unos dientes como lanza, estremecimiento que hace emerger una inmanencia animal.
Dos momentos de irrupción que no intentan asimilar la experiencia de estos espacios dislocados en una representación. Imagen como pura alegoría de lo cancelado, de lo que vuelve y acecha. Aquí el artista es el bárbaro, aquél que presta su cuerpo a la violencia del choque, que carga la herida como entrada infecciosa, que se manifiesta para propagar el contagio y devolver así la posibilidad de un devenir animal del hombre."
Gilles Deleuze y Félix Guattari, “DEVENIR INTENSO, DEVENIR-ANIMAL, DEVENIR-IMPERCEPTIBLE…” Mil mesetas, capitalismo y esquizofrenia.
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