La siguiente columna de la poeta y ensayista argentina Tamara Kamenszain fue publicada en la revista Ñ, el sábado 19 de febrero pasado.
Traducir sin lengua
Por haber sido recientemente publicada en Inglaterra, fui invitada a participar del workshop “Problemas en la traducción de poesía” que coordina Cecilia Rossi en la East Anglia University y donde participan aspirantes a traducir poesía al inglés desde diversas lenguas. Cecilia llevó a la clase lo que ella denominó una versión “literal” –aunque aclaró que descreía de ese concepto- de un poema de mi libro El eco de mi madre. Después dividió a los 20 participantes en cuatro grupos con la consigna de que en cada uno debía haber por lo menos alguien que dominara el español, y les pidió que en dos horas y usando como base esa versión literal, pergeñaran otra. A mí me sentó al frente de la clase y dijo que ahí me tenían para preguntarme lo que quisieran. Para mi sorpresa, las preguntas casi no apuntaron al significado de las palabras. Lo que a los futuros traductores en un principio les urgía era cotejar referencias biográficas: saber, por ejemplo, si el libro aludía a mi propia madre y si ella había padecido Alzheimer como lo sugería el estado de desorientación en el que yo la situaba. Después, al calor del trabajo, las preguntas variaron hacia la indagación de giros, inflexiones de sintaxis o modismos que me llevaron a escribir el poema de esa manera y no de otra. Como si, aliviados de no tener que dar una versión fiel de un hecho real -les cité a Goethe: “mi poesía no contiene nada que no haya sido vivido pero tampoco nada tal y como se vivió”- se hubieran ido dejando tomar por el ritmo íntimo de la experiencia que se les hacía presente. El producto, cuatro versiones muy distintas del original, tuvo sin embargo algo en común: gente que en su mayoría no manejaba mi idioma, había captado, mejor o peor, y teniendo solucionada la instancia “literal”, eso que en el decir le gana a la lengua y apunta a la vida. No a un dato biográfico constatable sino a un sentimiento singular de eso vivido que, justamente por ser indecible, resulta fácil de traducir. Porque la poesía se escribe sin lengua y para traducirla también hay que deslenguarse (además de deslomarse)
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