Néstor Perlongher, un cartógrafo del éxtasis
Paralelamente a la publicación de sus libros de poesía, Perlongher militó en política, participó del movimiento de liberación homosexual y ejerció su profesión de sociólogo, cuyo último peldaño fue una "investigación-participante" sobre cierta forma de subreligiosidad en el estado de Arce, en Brasil.
NESTOR PERLONGHER emergió en los 80 como autor de culto por sus primeros libros de poemas, Austria-Hungría y Alambres.
Extásis: no contentarse con ser lo que se es. Literalmente, salir de sí, dislocar, llevar hacia fuera, quebrar la barrera del cuerpo, retirarse, abandonar, ceder, dejar, renunciar", decía Néstor Perlongher en el curso que dictó en el Colegio Argentino de Filosofía (CAF) en 1991, durante su último viaje a Buenos Aires, un año antes de que el sida lo golpease, fatal, en San Pablo. Agregaba: "El eje de la experiencia extática es la salida de sí".
La diversidad de intereses y derivas de este sociólogo de la UBA y master en Antropología Social de la Universidad de Campinas, pero sobre todo poeta-investigador y animador del neobarroco en la literatura rioplatense y agitador de las disidencias sexuales en Argentina y Brasil, podría incitar a la conjetura o alucinación de las direcciones que habrían tomado sus prácticas existenciales y literarias de haber seguido vivo, de haber llegado a tiempo para incorporar las drogas combinadas que a lo largo de la década del 90 salvaron a tantos otros.
Nacido hace sesenta años en Avellaneda, un 24 de diciembre de 1949 –aunque se dice que celebraba sus cumpleaños el 29 para evitar la coincidencia con el pesebre familiar cristiano–, Néstor Perlongher emergió en los 80 como autor de culto por sus primeros libros de poemas, Austria-Hungría y Alambres, y por dos intervenciones memorables tras su exilio brasileño: la lectura del poema "Cadáveres" en el hall del Teatro General San Martín (para "nosotros", al decir de María Moreno, "ese fue el fin de la dictadura") y la publicación del cuento "Evita vive", donde una Eva lumpen resucita, baja del cielo a repartir marihuana entre los excluidos, organiza orgías, le chupa la verruga a un comisario, arenga a los habitantes de hoteles de bajo fondo: "Grasitas, grasitas míos, Evita lo vigila todo, Evita va a volver por este barrio y por todos los barrios para que no les hagan nada a sus descamisados".
La inclusión de este relato en la revista El Porteño de abril de 1989 suscitó amenazas telefónicas de bomba a la redacción, indignadas cartas de lectores en los diarios y un reclamo de secuestro de la publicación por parte de ediles justicialistas del Concejo Deliberante.
Con menos estridencia y sin ninguna inclinación a dejarse capturar por un uso social o comunicativo en un lenguaje codificado, su poesía continuó desarrollándose, montada sobre diversos materiales para constituir ese aparato bélico que Perlongher denominó "neobarroso": una "poética del enchastre", según el poeta Roberto Echavarren, en la que los moldes modernistas de la poesía "se contaminan y flotan, como los desechos de una inundación, en el barro y las viscosidades de una carne vista a través de muchos lentes y encuadres".
Mientras tanto, los aportes de Perlongher y su lugar en el campo de las ciencias sociales, con sus investigaciones sobre "prostitutos viriles" y religiones subalternas en Brasil, no tuvieron la difusión que merecían en la Argentina, por razones obvias y no tanto. Acaso su politización setentista fue en parte responsable de esa opacidad intelectual desplazada por los mitos de su nom de guerre, la Rosa, una flor a veces blindada o etiquetada de activista gay, trotskista, anarquista o peronista, máscaras que nunca llegaron a encajarle, a cubrir o a darle rostro por completo su deriva, que ya en los últimos años de su vida apuntaba hacia la consolidación de una arqueología de la identidad y una cartografía del deseo de "salir de sí".
Estudio y militancia
Estudiante de Letras desde 1969 a 1971, según consta en su último currículum vitae mecanografiado en portugués, y militante de Política Obrera (PO) hasta que rompe con esa organización por la homofobia o la renuencia de sus dirigentes a reconocerlo públicamente como homosexual, ingresa en el 71 a la carrera de Sociología casi al mismo tiempo que al Frente de Liberación Homosexual (FLH).
Luego de una serie de avatares en épocas de persecución y cacería al diferente, que incluyeron su encarcelamiento en Villa Devoto durante algunos meses del 75, Perlongher se exiliaría en Brasil en el 81, ya recibido de sociólogo. En medio de las revueltas de la época había liderado las protestas callejeras contra la ley de restricción a los anticonceptivos que proponía el gobierno de Perón, así como en el 73 había conducido a los activistas del FLH a marchar en apoyo a la asunción de Cámpora al gobierno, mientras se reclamaba por la derogación de los edictos policiales. Y también había comenzado una investigación sobre los taxi-boys de la calle Lavalle, en el microcentro porteño, punta de lanza de su posterior tesis de maestría "O negocio do miché", en 1986.
Publicada en la Argentina años más tarde, primero como "La prostitución masculina" y luego como "El negocio del deseo", con traducción al español de Jorge Gumier Maier en colaboración con el propio autor, la investigación abarcó a los muchachos errantes que vendían sus encantos en la noche de San Pablo, en las áreas de Ipiranga, Sao Luis, Marqués de Itu, Largo do Arouche y adyacencias de la Boca do Lixo, esa especie de desagüe libidinal de la urbe donde el propio investigador, no por azar, vivía.
La "observación-participante" de Perlongher –quien se ocupó de diferenciarla de cierta politizada "investigación militante" que intervendría y colaboraría en forma activa con el grupo estudiado– comprendió excursiones durante más de tres años a los circuitos nocturnos, observaciones libres, entrevistas itinerantes y entrevistas profundas, algunas grabadas y otras no, con prostitutos, clientes y "entendidos", desde la convicción perlongheriana de que "no hay mejor manera de estudiar el trottoir que haciendo trottoir". Callejeo, cruising, yiro, nomadismo urbano que desplazaba a los sujetos de la "región moral" de los sociólogos de la Escuela de Chicago lejos de los circuitos familiares y fuera de límites geográficos e identitarios precisos. Los sujetos podían así mezclarse en una proliferación de significantes que Perlongher definió como "barroca en el sentido preciso de la palabra": múltiples puntos de fuga de las clasificaciones, desde el miché-macho al miché-loca al miché-gay, el "boy vuelta y vuelta", el "boy modelito", el "miché-gillette" e incluso el "semi-miché" que puede transar gratis con entendidos o, a la inversa, hacer una excepción a cambio de un pago.
Con este relevamiento de derivas e incertezas, Perlongher intentaba captar la productividad y positividad de esas prácticas, más allá de interpretaciones basadas en la carencia o en la negatividad. En contra de toda etnografía que tenga la premisa de la identidad o de una imagen coherente del self como un a priori que difícilmente podría registrar las fugas, las contradicciones, los deseos y prácticas concretas, en contra del lenguaje cristalizado de la antropología que bajo la excusa de significar tiende a sofocar lo real y también en contra de lo que llamaba las "sociologías del orden" que aspiran a reconocer las diferencias pero con el fin de modelizarlas, ya sea bajo la forma del desvío u otras, Perlongher apostaba a describir las diferencias para intensificarlas, a seguir los movimientos del deseo en la sociedad, a constituir un plano de expresión donde pueda tomar forma la fuerza pulsional de la corporalidad. El pensamiento de Deleuze y Guattari fue funcional a ese programa de Perlongher, pero fueron sobre todo sus lecturas, investigaciones y exploraciones poéticas las que lo llevaron desde el campo de estudios de las minorías sexuales a su interés definitivo por las drogas asociadas a prácticas religiosas como una de las formas del éxtasis.
Salir del "yo"
El interés por las sustancias psicoactivas venía desde antes, por cierto: la escritura mediúmnica, en trance leve, intensificada por los humos de Artaud o los polvos de Lezama, un devenir chamánico del poeta dado vuelta por la fuerza dionisíaca que desintegra el yo en la lengua. Pero en la segunda mitad de los años 80 su búsqueda se hace más consistente cuando se vincula al Centro Ecléctico de Fluyente Luz Universal Flor de las Aguas, más conocido como Iglesia del Santo Daime, cuya doctrina musical se basa en los himnos y visiones que induce la ayahuasca, bebida preparada con la liana Banisteriopsis Caapi en combinación con la hoja del Psychotria Viridis, durante ceremonias de canto y danza que duran toda la noche y parte del día. Si bien la ingesta de esa combinación de plantas es una tradición amazónica que supo atraer a veteranos exploradores como William Burroughs y Allen Ginsberg, la iglesia del Santo Daime desarrolló en la segunda mitad del siglo XX una religión ecléctica que fusiona tradiciones indígenas y afrobrasileñas con un catolicismo popular, elementos espiritistas y cierto esoterismo new age, incluida la reencarnación y la ley del karma.
En las aguas aéreas
Perlongher llegó a viajar al estado amazónico de Acre en un periplo de dos días, navegando por ríos de la selva, hasta la comunidad de esa iglesia en la aldea de Ceu do Mapiá, participó en los ritos daimistas durante casi cuatro años y escribió su libro de poemas Aguas aéreas bajo la influencia de la ayahuasca. Sus estudios sobre esa subreligiosidad basada en plantas sagradas fueron difundidas parcialmente en artículos académicos en Brasil y en Francia, donde realizó su tesis de doctorado bajo la dirección de Michel Maffesoli, y en el curso del CAF en 1991, más tarde publicado como "Antropología del éxtasis" en la revista Sociedad de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
De nuevo, se trató de una auténtica investigación-participante, por parte de un observador que no intentaba captar los flujos de vida para reproducirlos, copiarlos, calcarlos en un punto fijo, sino que seguía los impulsos deseantes, trazaba las líneas de fuga, intensificaba las vías de salida como un cartógrafo que quiere perderse más allá de todo mapa. Campesinos del nordeste brasileño, peregrinos del hippismo en "retorno a la tierra", ex guerrilleros setentistas, gnósticos, seguidores del candomblé, artistas y poetas fueron sus compañeros en ese viaje de disolución del yo en las entidades acuáticas y forestales, un trance que comparó con la escritura de poesía como forma del éxtasis, esa forma en la que "vos no sos vos, no sos vos quien habla" como le decía al antropólogo Edward Mc Rae en su última entrevista, un par de meses antes de morir en San Pablo.
El desplazamiento del interés por la sexualidad al interés por el uso ritual de sustancias como vehículos de acceso a lo sagrado coincidió con la saturación y el fin del liberacionismo sexual ya integrado a la escena social, diluido en lo público, normalizado en parte por el derecho legal. En la búsqueda de éxtasis mediante drogas –que Perlongher distinguía en dos versiones, una de experimentación salvaje, individual, con riesgo de caída en la autodestrucción y otra de carácter ascendente, comunitario, ritualizado a través de algún tipo de organización grupal– habría una experiencia corporal intensiva que plantea un desafío aún mayor a la organización del organismo humano que toda experimentación sexual previa, incluida la orgía sadomasoquista. En las sustancias inductoras del éxtasis se jugaría la construcción de un cuerpo místico, asociado al deleuziano "cuerpo sin órganos", donde "cambia la imagen corporal, el sujeto se percibe a sí mismo desde fuera, en un plano cero de pura intensidad que corresponde a las vibraciones, los corpúsculos, las ondas, las velocidades, las lentitudes".
De todas maneras, Perlongher también se alejó de la iglesia del Santo Daime, en parte agotado por la ética del sufrimiento que aparecía en la doctrina, así como desilusionado por una retórica del amor y la ayuda que no percibía en lo real.
Mientras la enfermedad hacía su proceso en el cuerpo, el pensamiento de Perlongher pareció seguir el camino intensivo de entrada y salida de todas las siglas, identidades y prácticas que había recorrido en pocas décadas. Sus últimos poemas de El chorreo de las iluminaciones son un canto de cisne, al decir de Tamara Kamenszain, que sale como un "aullido extraterrestre, náusea beatnik de fin de fiesta". Y sus últimos borradores de artículos sobre la experiencia extática son como intentos de trazar un mapa inteligible de las efusiones, los derrames, los escapes de un cuerpo místico que vive, se abre y se disuelve en el mundo. Una cartografía ya no del exceso, sino del éxtasis.
Tomado de http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2009/12/19/_-02103833.htm
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