sábado, 10 de julio de 2010

Masotta y la historieta

02/07/2010
Conciencia y estructura: la operación de Masotta
Por Federico Reggiani

La de Oscar Masotta es, hacia el interior del mundo de la historieta, una figura incómoda, una suerte de emblema de las relaciones –de fascinación y rechazo– que la historieta y la alta cultura mantienen entre sí.

Por un lado, es el fundador de los estudios académicos sobre historieta en Argentina (aunque la palabra “académicos”, tratándose de Masotta, es una ironía) y, vía sus intervenciones en el Instituto Di Tella, es el primero en proponer una mirada pop sobre el género. Pero esa mirada atenta, sin tentaciones pedagógicas o de denuncia ideológica, es inevitablemente “desde arriba”: la reacción tensa con que los historietistas recibieron la noticia de que la historieta era, por fin, un arte, da cuenta de esa incomodidad. (El capítulo de El oficio de las viñetas” de Laura Vazquez dedicado a la Bienal del Di Tella es imprescindible para entender esa reacción)

Conciencia y estructura, la compilación de ensayos que Masotta publicó en 1968 y que ahora reedita con elegancia Eterna Cadencia, permite una doble comprobación. En primer lugar, recupera dos artículos inhallables (“El ‘esquematismo’ contemporáneo y la historieta” y “Reflexiones presemiológicas sobre la historieta: el esquematismo”) que completan, con La historieta en el mundo moderno y sus intervenciones en la revista LD Literatura dibujada toda su escritura sobre el tema. En segundo lugar, permite situar esos artículos y ese interés entre sus otras preocupaciones: el psicoanálisis, la filosofía, el arte de vanguardia, la literatura, el marxismo.

Ese contexto es bienvenido e indispensable porque el de Masotta por la historieta es un interés político. Es que, como ha dicho Lucas Berone (nuestro mejor lector del Masotta lector de historietas), “la fundación semiológica de los estudios sobre la historieta adoptó las formas o el protocolo del escándalo, dentro del campo intelectual de Argentina durante la década del sesenta”. Leer historietas era discutir los presupuestos del campo intelectual y la idea misma de la institución arte. Hacer vanguardia.

¿Y qué lee Masotta en la historieta? ¿Qué encuentra de políticamente revulsivo y desalienante en esas revistas que, es bueno recordarlo, no ofrecían Spiegelmans ni Chris Wares y en las que había que buscar detrás de mucho estereotipo para encontrar páginas de Pratt o de Breccia?

Encuentra un lenguaje que, por su propia condición “esquemática” y por el modo en que muestra su canal de comunicación, constituye una radical exhibición de la distancia que hay entre los signos y las cosas: distancia que ocultan la seriedad de la literatura y la propiedad naturalizante del cine y la fotografía.

Los artículos, en particular “Reflexiones…” tienen momentos áridos. Todo deseo de cientificismo se enfrenta a una condición de los textos científicos: la obsolescencia. Algo de eso ocurre en algunas páginas de Masotta. Ciertas afirmaciones del estructuralismo saussuriano más hard no producen hoy la fascinación que han producido en los ’60 y la variedad de intereses ha hecho que se acuse a al crítico, quizás con algo de justicia, de cierto gataflorismo teórico. Sin embargo, hay algo evidente, y es que podemos seguir leyéndolo. Esa lucha contra la naturalización de los signos (la gran batalla del S/Z de Barthes) es una marca de época, sin dudas, pero es también la causa por la que esa época todavía es la nuestra.

Algo ha tenido Masotta entonces: no es casual que sea protagonista y personaje de dos libros hipnóticos: La operación Masotta, esa masacre de Carlos Correas, y el Lamborghini de Ricardo Strafacce. Y algo tiene ahora: una lucidez que excede a veces de manera notable los postulados teóricos que esforzadamente lo sustentan, y, sobre todo, una prosa fascinante:

La historieta es un medio “inteligente” y estético al nivel mismo del contacto: hace posible una cierta contemplación de lo que hace posible constituir el relato. La restricción que obliga al dibujante a traducir hechos de series perceptuales distintas a un verdadero paisaje lunar sin sonidos, ruidos, ni movimientos, y donde las carencias son convertidas en exageraciones y las imposibilidades en efectos, se halla en los fundamentos de una inteligencia comparativa y de la imaginación del espesor del signo. (p. 327)

Esa prosa es la que hace leer el libro, más allá de las cincuenta y pico de páginas dedicadas a la historieta. Los artículos dedicados al psicoanálisis me exceden, aunque eso es porque el psicoanálisis me excede, pero los textos sobre literatura y arte son muy disfrutables. En particular, recomiendo rastrear las muchas inspiradas injurias que recorren el libro (Sabato es “ese anarquista que la sociedad gracias a Dios a podido recuperar”, por ejemplo). Y en la compilación está, claro, “Roberto Arlt, yo mismo”, uno de los textos más potentes, más tristes y más inteligentes que haya leído alguna vez.

Toamdo de http://hablandodelasunto.com.ar/?p=6632

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