Adiós a Leónidas Lamborghini, una de las grandes voces de la poesía argentina
Considerado una de las voces principales de la poesía nacional, Lamborghini falleció a sus 82 años. Sus restos serán velados en la Biblioteca Nacional, a partir de las 21.30. Admirado por Fogwill y Ricardo Piglia, entre muchos otros, es dueño de una obra prolífica y rupturista. Aquí, una de sus últimas entrevistas.
Leónidas Lamborghini está considerado como una de las voces centrales de la poesía nacional, aunque al comienzo de su carrera fue acusado de mancillar a la poesía por su inclinación a la parodia. Su obra es prolífica y admirada por colegas exigentes como Ricardo Piglia y Rodolfo Fogwill.
–¿Cuál es su visión sobre la poesía argentina actual?
–Debo decir que la palabra "actual"me asusta un poco. Estoy bastante apartado de la actualidad, porque si un poema me agrada o me entusiasma, no importa que sea actual o no. No importa la línea, no importa la escuela, no importa la historia del arte, y menos aun si se trata de un poeta mayor o menor. Lo que percibo en los poetas jóvenes es una ironía y un cinismo bien atemperados y bien alejados del lirismo que imperó, por ejemplo, en los años 40 y 50. Si tengo que dar nombres, me gusta la poesía de Bértola, Monteagudo, Casas, Rubio, Durand, Emiliano Bustos, Fernando Molle, Sergio Raimondi, la gente de las revistas Vox y El niño Stanton. Entre las poetas, suelo releer con gran placer a Irene Gruss, cuyos libros me parecen excelentes. También, hay varias poetas muy jóvenes cuyos trabajos me gustan mucho.
–¿Qué diferencia a la nueva generación de las anteriores?
–El panorama está movido porque hay rupturas. Estos jóvenes rompen con el verosímil de poesía –que pasaba exclusivamente por la lírica– y con la concepción del poema ya no como cosa sagrada sino como un espacio para la experimentación, sin más límite que la voluntad o la capacidad del poeta. En la nueva poesía, los escritores recuperan la parodia, hoy está de moda.
–Colocándolo casi en un rol de visionario, ¿qué caminos cree que tomará la poesía nacional en las próximas décadas?
–Es imprevisible: la ruptura parece marcar un determinado camino, pero la ruptura sutura y lo que fue cambio ya no lo parece y entonces es necesario volver hacia atrás para encontrar lo nuevo. Hay veces que para descubrir lo nuevo hay que volver a lo viejo, como decía León Trotsky. "Se trata de dar vuelta las viejas formas, como un guante", era su frase, citada por un poeta católico y conservador como T. S. Eliot, quien también dijo que Trotsky fue el único que entendió cómo venía la mano. En los textos de los poetas jóvenes percibo la ausencia de una épica. Con épica, me refiero a un poema que siendo poema –no propaganda– sea político, que recoja los conflictos actuales de la sociedad y los articule con el conflicto personal. Creo que esa carencia es un rasgo de la nueva generación, aunque no descarto que esté equivocado y sea yo quien no pueda percibir la presencia de ese elemento. Uno lee en estado de gracia o bien de desgracia. Cuando leés en estado de gracia, parás un momento y pensás: "Qué pavada estoy diciendo, si esto que creo que no está aparece en el poema de tal autor". No hay duda de que en los más jóvenes hay un lirismo, pero es despojado, muy distinto al de mi época. Despojado de todo colgajo lírico o, como dice el crítico y poeta Sandro Barrella, de "un lirismo narcotizado".
Hoy, los poetas exhiben un lirismo seco. Para expresarlo más gráficamente, los jóvenes bajan la poesía del cielo a la tierra.
–¿A qué poetas argentinos regresa como lector?
–Desde ya, me parecen importantes y releo las obras de Fogwill, Oscar Steimberg, Néstor Perlongher, Francisco Urondo y Osvaldo Lamborghini. Entre los ya no tan jóvenes, me interesan Daniel Samoilovich, Daniel Freidemberg, Pancho Muñoz y Daniel G. Helder. Entre los líricos, al que sigo con mayor placer es a Arturo Carrera. Yendo a los muy nombrados y los no tan nombrados, pienso que siguen teniendo vigencia Juan L. Ortiz, Oliverio Girondo, Leopoldo Marechal, Joaquín Giannuzzi, Ricardo Zelarayán y Hugo Savino. Pero hablando de rupturas y novedades, me interesan los gauchescos: ese Bartolomé Hidalgo que sale de hacer endecasílabos e inventa el tono y el metro de los gauchescos, e incorpora esa risa nuestra tan particular, que está ahí no como mera burla sino para hacerle una grieta al muro detrás del cual se esconde la impostura. Y ellos (Bartolomé Hidalgo, Hilario Ascasubi, Estanislao Del Campo y José Hernández) fueron poetas políticos y de una gran originalidad, y esto no lo digo yo sino que lo detectó con gran lucidez Ezequiel Martínez Estrada. Insisto: me parece actual cualquier poeta que me produzca placer. De lo contrario, todo se vuelve muy aburrido: es la historia del arte, son los catedráticos, la gente que tiene todo muy ordenadito por influencias, líneas y escuelas y a mí eso nunca me interesó un carajo. Para mí, puede ser grande una línea como "mi corazón una mentira pide", que voy a recordar toda la vida aunque no sepa quién fue el tanguero que la escribió (N. de R.: fue Alfredo Lepera). Por último, si se puede hablar de miserias y grandezas de la poesía argentina actual, creo que estamos atravesando un momento en el que, paradójicamente, se escribe cada vez más y mejor poesía y, sin embargo, el género no tiene visibilidad ni en los suplementos literarios de los diarios ni en las librerías.
*Publicado en Ñ el 11 de agosto de 2007
http://www.clarin.com/notas/2009/11/13/_-02040295.htm
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