domingo, 16 de agosto de 2009
Ayer vi: Rey Lear
Debo confesar que no me gustó mucho. Sí me gustó que decir que no sería pecado, pero no mucho. La obra nunca me había llamado la atención, el tema de la vejez no me pega por la mía propia sino por la que mi madre no quiso vivir y en la que mi padre se encuentra viudo como nunca imaginó al casarse con una mujer 14 años menor.
Todo el tiempo pensaba en mi viejo y mi vieja. No sé explicar qué emoción sentía. Estaba incómoda en la silla, en el teatro que me pareció apretado, en la compenetración que Alcón NO me producía (aunque yo huviera creído que sí), en los actores que no terminaban de convencerme (ni Furriel, ni el rubio con cara de novio de Floricienta, nilas hijas rpotagonistas pero opacas), en mis làgrimas que empezaron a aparecer en la escena en que al personaje de Carnagui le arrancan los ojos.
Sí, las escenas que más me gustaron fueron las de Carnagui y las del loco. A Alfredo Alcón lo sentí lejano, declamativo como requiere Shakespeare pero... No sé, no me llegó.
Creo que si lo pienso salí medio boleada por lo fuerte de la escena final, pero sin creerme los personajes, como con bronca por... No sé bien por qué... ¿Por los elementos misóginos de la obra, por las dos horas de incomodidad, por la tragedia inevitable? No sé.
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Lunes por la madrugada...
Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...
que sonríe cómplice de amor...
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