Matate, amor: un exquisito aquelarre femenino al frente de un relato demoledor
Marilú Marini, en la dirección, y Érica Rivas, en la actuación, llevan a escena la novela de Ariana Harwicz sobre el deseo descarriado de una mujer que derriba todo mandato costumbrista de la familia
Hace unos diez días Marilú Marini escribe un mensaje/invitación invitando a ver una pasada general de Matate, amor, la novela de Ariana Harwicz en la que dirige a Érica Rivas. "Será un ensayo, sin luces, muy desnudo....", apuntaba. Le escribimos a la autora, que vive desde hace años en Francia, diciéndole que quisiéramos sumarla a la crónica del ensayo. Responde a las horas. Entre otras cosas, cuenta: "Como acabo de parir, hace horas, menos de un día, te respondería por audio". ¿Qué hace una madre que acaba de parir respondiendo a las tres de la mañana una consulta periodística? Quizás las respuestas haya que encontrarlas en esa mujer protagonista de Matate, amor.
En la página 99 del libro que acaba de ser elegido como candidato al prestigioso Premio Man Booker, se lee: "Quiero ir al baño desde que terminó el almuerzo, pero es imposible hacer otra cosa que ser madre. Y dale con el llanto, llora, llora, llora, me va a trastornar. Soy madre, listo. Me arrepiento, pero ni siquiera lo puedo decir".
La historia previa
La adaptación la hicieron entre las tres. De este power trío de mujeres indomables (o "este exquisito aquelarre de mujeres", según interpreta Diana Szeinblum, encargada del diseño coreográfico), la que cuenta el proceso de esos encuentros de un lado y del otro del océano es Ariana, la madre de Matate, amor; la que acaba de ser madre de su segundo hijo, la que ve nacer a la distancia esta puesta de una escritora cuyos libros parecen haber sido paridos desde la dramaturgia. "Aprovecho un agujero en la realidad para contarte del proyecto -explica en un generoso mensaje de voz-. Hace más de un año conocí a Érica una tarde en un bar. Había leído el libro y le había gustado muchísmo. A partir de ahí no paramos de trabajar la idea de llevar el texto al teatro. Luego vino la aparición fantástica de Marilú. Por suciedades de la vida no se había podido hacer la versión escénica antes. En principio se iba a hacer con otra actriz, otra directora, otro director. Pasó por varias manos, pero no se pudo; cosa que para mí era muy frustrante, muy angustiante, porque siempre sentí que había escrito este texto como sin querer y que, de manera inconsciente, lo escribí como una obra de teatro, una obra de teatro con forma literaria, con pausas y ritmos literarios, pero sentido teatral".
Cuando las dos se largaron a buscar un director o directora había algo claro: "Tenía que ser alguien que nos representara", cuenta Érica luego de la pasada frente a unos pocos espectadores. No era fácil. A Marilú la había conocido filmando la película Las mujeres llegan tarde. Tanto la impactó que decidió filmar un documental sobre esta gran dama de la escena. Grabando unas escenas en París le comentó que buscaba un director para el texto de Ariana. "«Te dirijo yo», le dije con plena inconsciencia", le respondió esta mujer tan atravesada por lo argentino como por lo francés como la misma escritora de Villa Crespo que desde hace años vive en la campiña francesa.
Confiaron tanto en esa jugada que, entre las tres, hicieron la adaptación teatral ("fue como si hubiéramos estado esculpiendo, diseñando a mano no al personaje de la novela, sino a esta nueva mujer que crecía de la novela a la obra de teatro y de la novela hacia el cuerpo de Érica", cuenta la autora). Confían tanto en Matate, amor que las dos actrices son las productoras. Y la llevan a escena en una sala que está por fuera de los teatros de grandes marquesinas del centro. Es acá: en Santos 4040, la bella casa de Paternal en donde, al fondo, el bosque despliega sus formas que la misma Marilú y su equipo cuidan con obsesión antes de que ese bosque sea habitado por Érica Rivas.
Que lo presenten en Santos 4040 tiene algo de decisión tanto estética como, si se quiere, política. "No es un texto para la escena comercial. Por otro lado, yo venía de hacer teatro en ese circuito y quería volver a la escena independiente. Estaremos en Santos hasta que podamos recuperar el dinero invertido", suelta Érica, después del ensayo, riéndose aún de su rol de productora de este bosque tan encantando como fantasmal. "Yo no podría haber soñado más alto que mi primera novela sea llevada al teatro con Marilú y Érica", suma su voz la otra integrante de este aquelarre femenino.
La historia actual
En escena hay pocos elementos. Hay un bosque de fondos cambiantes, una banco de madera tosca, un cuchillo, estrellas, pastizales, una manzana roja, un vestido dorado, proyecciones cambiantes, un libro antiguo y un cuerpo, el de Érica Rivas, poseído, dominado y dominador de un deseo a desentrañar. Un cuerpo todo que es grito, que un ciervo observa hasta desnudar sus tristezas infinitas de mujer con marido, perro, bebé y bosque.
El trabajo de Érica tiene momentos sencillamente demoledores. En ciertos sentidos, esa mujer que habita parece ser una continuidad de aquella otra mujer de la última escena de Relatos salvajes que, en plena fiesta de su casamiento con todos los ritos vestidos de fiesta, le grita desencajada a su desencajado esposo que va a dedicar su vida a acostarse con cada persona que le tire un mínimo de onda, con todo aquel que le dé un granito de amor. Desde la semana pasada, los viernes y los sábados cumple con el rito de interpretar a una mujer normal de una familia normal, pero una mujer "un tanto excéntrica, desviada" en otro relato verdaderamente salvaje.
"Es cierta la asociación -reconoce ella-. Igual, al final, los personajes, las historias que voy contando siempre tienen que ver con la liberación. Es triste darse cuenta, pero es así. Es como una necesidad tan grande, tan arraigada que termina siendo una pregunta obligada, una pregunta que me atraviesa. Yo siento que este material abre una puerta más de ese laberinto. En términos absolutamente personales, para mí esta mujer es un grito femenino que acompaña el momento actual, con ese empezar a vernos de otra manera. De todas manera, Matate, amor va más allá de esa lectura. De ahí su fuerza poética".
La fuerza poética de la que habla ella, en ese mínimo escenario en donde se muestran los hilos del rito teatral, su cuerpo, sus gestos, sus inflexiones de voz, sus gritos y sus susurros, pasa por una gama de tonos avasallantes. En una escena, mientras suena un aria de Coppelia, su cuerpo parece poseído por una Iris Scaccheri de estado más alterado que la propia Iris.
Marilú, casi en susurro, mientras asistentes desmontan el bosque luego de la pasada, los aplausos y las tensiones que aflojan, aporta su parecer. "El trabajo de puesta fue desentrañar el texto para hacerlo estallar. El libro de Ariana es suficientemente bello y rotundo como para no necesitar agregarle más elementos. Había que apelar al viejo lenguaje del teatro y al nuevo lenguaje del teatro para que, sencillamente, el eterno lenguaje del teatro contara una historia con la confidencia y la complicidad del que escucha. Todo el tiempo de ensayo fue un proceso de abrir puertas, posibilidades, de jugar con las rupturas que tiene el texto y jugarlas en lo gestual, en lo actoral. Mi deseo era que todo lo que rodeara a ese texto, a esa mujer, fuera bello y, a veces, irritante, para que abrazara al cuento como cuando presentás a un niño en brazos", susurra Marilú sobre su segundo trabajo de dirección.
"Con una mano sostengo a mi nene, con la otra un raspador. Con una mano preparo la comida, con la otra me apuñalo. Qué bueno tener dos manos. Qué práctico", confiesa la mujer de Matate... Ariana Harwicz, la madre de esta criatura indomable, agrega a la distancia: "No hay otro gesto artístico que tenga sentido que el gesto de la audacia, que el gesto de pensar contra sí mismo, que el gesto de correrse de los mandatos o de las leyes que rijan la época que le toque al personaje de la novela que fuese. Salir del oscurantismo de una época, de la ceguera de una época, de la estupidez de una época es ir contra la época. El resto es contingente. Cualquiera que quiera ser libre tiene que poder pensar solo, lo que pasa es que es lo que más miedo da y acuna más seguir el ruido de la época, sea la época que sea. Salirse de una comunidad, de un deber ser es el gesto artístico. A mí me interesa solo eso para mis personajes. Y el gran gesto de esta mujer es abandonar a su hijo, desear de una manera más descarriada".
En una sala de Paternal, el deseo de estas tres mujeres descarriadas se llama Matate, amor.
Matate, amor
Dirigida por Marilú Marini
Sala, Santos 4040, Santos Dumont 4040
Funciones, viernes y sábados, a las 20
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