Hoy salí caminando hacia lo de una amiga que hace un locro genial y me tenía reservadas dos porciones de las que ya he dado (cuenta: de la mía, digo, mi porción). La casa de ella queda a como 20 cuadras de la mía y en la esquina de la que fue la casa de mis viejes. El recorrido a pie me hizo reflexionar sobre la identidad de los barrios soris y los barrios populares, las metamorfosis del arroyo Los berros, los muros con alambre de púan, las veredas avanzadas de cumbia y de ramas para prender mi salamandra.
Estoy, otra vez, con conflicto de vivienda porque me aumenta el alquiler y no sé, realmente no sé, dónde quiero vivir. El ex barrio de mis viejes fue odiado por mí durante muchos años pero es hermoso y muy tranquilo, sin gente, vegetal, lleno de pájaros. Mi barrio tiene todo el aguante pero me asusta su circulación ansiosa y su fealdad en los zanjones y las paredes sin revocar.
Ya se imaginarán todo lo melanco que puedo haberme puesto mientras miraba tronquitos y ramitas por el camino y no los juntaba porque pesan y planeaba volver con el auto (que también era de mi mamá) y todos mis planteos sobre irme a vivir a lugares desconocidos y descubrir el universo (sea José C. Paz o Guatemala) o quedarme entre estas 20 cuadras que eligieron mis viejes cuando planearon la familia que me dio origen.
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