La increíble historia de la última gran aparición de la historieta argentina
Femimutancia presenta "Banzai", su tercer libro
De los fanzines y la revista Clítoris a ser seleccionada en el concurso de historieta LGBTI organizado por la Municipalidad de Rosario, ganar un concurso de la Fundacion Proa y un premio del Centro Cultural Recoleta, Femimutancia se ha creado muy rápidamente un lugar propio dentro de la historieta argentina actual. Criada en zonas rurales y ciudades pequeñas, alumna de Salvador Sanz y Quique Alcatena, su ingreso al género ha sido gradual pero contundente, construyendo un mundo propio con una libertad inusual y un notable despliegue gráfico, donde la alienación y la soledad se presentan como un infierno pero también como elección y lugar de descubrimiento. Su flamante tercer libro, el costumbrista y al mismo tiempo fantástico Banzai es un trabajo que, entre la autobiografía y la lisergia, está habitado por andróginos y alienígenas, perdidos en urbes que bien podrían representar a una Buenos Aires otoñal o cualquier metrópolis retrofuturista
Aunque ahora llega en bicicleta, con su último libro en la mano, mientras termina de acomodarse, por fin, en un pequeño departamento en el barrio de Once, para Julia Inés Mamone –más conocida como Jules, su nombre escogido– el final del 2019 fue un pequeño apocalipsis: se separó e inició una vida nómade cuidando departamentos ajenos. Se deprimió y perdió trabajos. Se sintió a la deriva y empezó a ir a terapia por primera vez. Y después de todo eso, claro, también llegó un apocalipsis más concreto y colectivo: la crisis global que arrasó con el mundo como lo conocíamos la encontró a ella en medio de una crisis personal.
A pesar de todo eso, durante este tiempo pandémico, sucedieron para Jules –que tiene 32 años–, varias cosas que fueron confirmando a su nombre, no sólo como sinónimo de una artista inusual, casi anárquica en su acercamiento al lenguaje de la historieta, sino como un nombre cada vez más recurrente en el medio y con una proyección que parece en franca expansión: su tercer libro, Banzai, acaba de salir y ya se encuentra disponible en librerías especializadas. En los últimos meses, ganó el concurso organizado por la Fundación Proa con La madriguera, un libro que está terminando, se hizo del premio otorgado por el Centro Cultural Recoleta en conjunto con el Festival Sudestada por Autorretrato es asumirse muerte, una obra que ya está pronta a publicar, y empezó una tira semanal en la versión digital de la revista Aguinaldo –joven publicación de literatura y periodismo– que va en camino a convertirse también en un libro.
No hace muchos años, apenas tres o cuatro, Jules –que de niña soñó con ser escritora pero que de adulta siempre había estado más ligada a la ilustración– descubrió en el lenguaje de la historieta una posibilidad de expresión poderosa, y no se demoró mucho en llamar la atención del medio bajo el nombre de Femimutancia. Su despliegue gráfico notable, pero con una libertad inusual, no parecía desprenderse a simple vista de ninguna tradición argentina en particular. Y ese tipo de historias en las que se interesaba, se separaban muy naturalmente de los grandes temas generacionales, del desgaste de la narración autobiográfica confesional, e incluso de las preocupaciones más recurrentes de los relatos sobre diversidad sexual. La familia como lugar ominoso, no necesariamente deseable, ni siquiera en formatos reinventados, la alienación y la soledad como tópico –como infierno y también como elección y lugar de descubrimiento– son grandes temas que cruzan su obra.
“Hace muchos años que pensaba en cómo podía hacer este libro”, cuenta Jules, sobre Banzai, su tercera novela gráfica, aunque terminó concretándolo en un tiempo especialmente récord. Apenas en los primeros y más desconcertantes meses de la cuarentena. “Banzai” es un grito de guerra japonés con un doble significado: era usado por los guerreros para marcar la vitalidad de una nueva embestida o para suicidarse después de una batalla perdida. Banzai es también, el nombre del disco póstumo, ahora de culto, de Gata Cattana, la influyente rapera y poeta andaluza muerta a los 25 años a quien está dedicado el libro.
Con ese nombre sugestivo, que reconoce al mismo tiempo sus influencias en el manga, su vínculo con la música –habitual leitmotiv de sus historietas– y una esquirla de catarsis personal, Jules eligió titular su tercera entrega. La novela acaba de salir a la venta por el nuevo sello Feminismo Gráfico, una editorial de historieta y ensayo de la que es socia fundadora, y es su aproximación personal, entre el costumbrismo y la ciencia ficción, entre la autobiografía y la lisergia, al tema de la identidad de género no binario y al del abuso sexual en el nucleo familiar. “Fui víctima de abuso en la infancia y en cierto punto de mi vida me di cuenta que no es algo que voy a superar, que los resabios son algo con lo que voy a convivir. Entendí que lo que quería contar en la historieta no eran detalles de lo que me había pasado a mí, sino transmitir un clima en la cotidianidad, a la hora de vivir, de vincularme con otras personas hoy”, explica Jules. Los rastros de esa cotidianeidad inquietante se anuncian en el libro desde su portada: una persona sentada tranquila frente al océano parece esperar un acontecimiento final en medio de un atardecer rojo nuclear. Es Be, protagonista de la historia, y uno de esos personajes que a menudo aparecen en la obra de Femimutancia: andróginos y alienígenas, perdidos en urbes que bien podrían representar a una Buenos Aires otoñal o cualquier metrópolis retrofuturista.
El largo y sinuoso camino
Aunque hoy es un buen momento profesional para Jules, su vínculo con las historietas no siempre fue tan prolífico y tan feliz. Creció en zonas rurales y ciudades pequeñas: primero en Lima, al norte de la Provincia de Buenos aires, después en Río Gallegos, una de las ciudades más sureñas de la patagonia argentina y del mundo. No conoció a su padre biológico, que abandonó a la familia antes de que ella naciera, y su resentimiento por las historietas en general empezó temprano, cuando supo que ese hombre ausente era fanático de los superhéroes, al mismo tiempo en el que descubría que ella, como ahora, era capaz de dibujar sin parar.
Alejada de las revistas y publicaciones que nunca llegan a tiempo a las periferias y también de la televisión por cable, Jules se pasó la infancia trepando árboles con sus hermanas y primos, hablando con los animales, desconcertándose con las charlas sobre telenovelas que sus compañeras de colegio comentaban pero que ella no podía ver, y soñando con ser una escritora motivada por los libros de Ray Bradbury que le regalaba su abuela. “Creo que mi primer acercamiento a las historietas fue cuando entramos con mis primos a una casa abandonada y encontramos unas revistas Skorpio. Intuimos que había algo no permitido en ellas y las escondimos debajo del colchón. Un día cuando volvimos a buscarlas nos dimos cuenta que ya no estaban, que los adultos las habían encontrado y quemado en la chimenea. Todo eso me hizo pensar en las historietas como algo que estaba en el orden de lo prohibido, y al mismo tiempo que me alejó de ellas, me dio una gran curiosidad”, dice Jules.
En su vida adulta, ya en Buenos Aires, tuvo tiempo para reencontrarse con las historietas, y también para frustrarse y volverlas a odiar, pero sobretodo para descubrir lo que ella era capaz de hacer con sus formas. Estudió con Pablo de Bella, Salvador Sanz y Enrique ‘Quique’ Alcatena, autor trascendental en el medio argentino, que además es famoso por sus contribuciones a DC y Marvel en Estados Unidos. Este último, reconoce, la influenció particularmente: “Me ayudó mucho porque es de las pocas personas que puede ayudarte a encontrar la mejor forma para contar tu historia. Pero la tuya, no la que él quisiera contar sobre tu tema”, explica.
El 2017 fue para Jules un momento de revelación en lo personal y en el oficio: se atrevió, por primera vez, a mostrar su material en una feria de publicaciones, algo muy común y casi trascendental para el resto de sus pares de oficio, pero que ella, demasiado tímida, nunca se había animado a hacer. Jules, que hasta el momento trabajaba silenciosamente en sus historias, en los talleres y en su casa –una casa caótica, con un hombre que hoy enfrenta una causa penal por varios tipos de violencia– se había animado a presentar su primera publicación: un fanzine pequeño llamado Les niñes. En ese objeto mínimo pero contundente Jules narraba, de manera calma y contemplativa, incluso hermosa, su infancia, el abuso sexual que sufrió desde los 6 años por un miembro de su núcleo familiar y los episodios de violencia por un padrastro que más tarde fue asesinado por un policía. En su facebook todavía se puede leer un texto corto sobre el tema. Es un texto que impresiona por la forma ascética, triste pero sin autoconmiseración, con la que narra una vida difícil. Ilustrado, no con una historieta, sino con un dibujo de infancia –siempre está interesada en ese mundo o sobrevolándolo de alguna manera– Jules se refiere en apenas un párrafo a su vida en la clase trabajadora rural y el abuso por los hombres de su familia. “Tenía siete años. Sabía que no quería ser una mujer. Y sabía que no quería ser un hombre porque los odiaba”, se lee en esa pequeña pieza, que hoy, reconoce, volver a leer le impresiona. “Fue así que durante mucho tiempo no entendía lo que quería ser”.
Jules cuenta que ese fue algo así como su salida del closet al género no binario, con el que se identifica. Ni hombre, ni mujer. O ambos. Se rapó la cabeza, empezó a firmar como Jules, la forma en la que se dirigen a ella sus amigos, y a usar pronombres neutros además de los femeninos. En ese momento, el mundo de la historieta empezó a florecer definitivamente para ella, como trabajo y como catarsis. Ese mismo año participó de la antología de la revista Clítoris, editada por el sello local Hotel de las Ideas, más adelante quedó seleccionada por el concurso de Historieta LGBTI, organizado por la Municipalidad de Rosario y la Dirección de Diversidad Sexual, y después en la antología Poder Trans, donde adaptó un texto de Ivana Bordei, integrante del Archivo de la Memoria Trans. “Jules pesa y llega porque tiene algo para decir pero también tiene el talento para convertirlo en una obra que puede interpelar a muchos. La capacidad de transformar su mirada, lo que ella siente, lo que le ha pasado, en algo que signifique algo para los demás, que me puede maravillar y conmover también a mí. Esa es la gran virtud de su obra, eso la hace una gran artista”, dice ahora, sobre ella, Enrique ‘Quique’ Alcatena, su maestro. “Una vez que descubrió la historieta, que la palabra e imagen van fundidas y logran una gran intensidad, se metió de lleno para contar todo lo que ella quería contar. Haberla visto trabajar y desplegar prácticamente de entrada todo su mundo fue una experiencia para mí maravillosa. No tengo más que admiración hacia ella”, se emociona el autor.
La invasión de los dibujos mutantes
Con el envión renovado, Jules no se demoró mucho en seguir expandiendo sus dibujos mutantes con sus dos primeros libros: Alienígena y Piedra bruja. El primero lo autoeditó ella misma, y al contrario de sus miedos iniciales, lo agotó en tiempo record. Después, el libro fue comprado por Hotel de las Ideas para su reedición y más tarde mencionado por el sitio de Paul Gravett –un influyente crítico y editor inglés– como uno de los libros del año. “Durante un montón de tiempo sentí que no encajaba o que estaba demasiado incómoda y decía bueno, ok, qué soy yo, soy extraterrestre, hay algo mal dentro mío”, dice Jules, sobre ese libro, quizás su obra más poderosa, y la mejor forma para entrar a su trabajo y su universo.
En Alienígena, Jules se refiere al tema mencionándolo sólo profusamente, es más bien una postal de una incomodidad cotidiana que abruma y desconcierta, con un despliegue gráfico muy libre donde hablan los fragmentos de canciones de bandas como Las Grasas Trans y la rapera Negra Liyah, mucho más que los mismos personajes. Piedra bruja, su segundo libro, es una aventura sureña –la narración de un rito de pasaje y la herencia de las leyendas del sur de Argentina– donde la protagonista emprende un viaje para exorcizar a los espíritus familiares. Y además están los fanzines, claro, que sigue publicando y que ahora sí se anima a mostrar. Objetos pequeños con preguntas gigantes como Cómo ser humano o Agnostic, el último, que viene de regalo con su nuevo libro y que ella define como: “El momento de mi infancia en la que dejé de creer en la magia, los dioses y la naturaleza”.
A pesar de semejantes enunciados, Jules no parece una persona sombría. Hay algo celebratorio y vital en su costado, como dice de sí misma, “darks”. En sus redes, comparte memes a la velocidad de la luz, practica shibari –un estilo de bondage japonés–, ilustra manuales de sex shops, tiene amigos. Sube a instagram versiones deformes y festivas de personajes de la cultura pop: Sailor Moon, Molly Shannon en Superstar, Divine o Vulpess, la banda de adolescentes que se hizo famosa por cantar en un programa para niños la mejor traducción de “I Wanna Be Your Dog” de The Stooges, es decir: “Me gusta ser una zorra”. Jules reinventa las portadas clásicas de la Wonder Woman de los años 40 y las transforma en heroínas mutantes, lésbicas, anticarcelarias y montadas en animales gigantes. Y los bolsos del Archivo de la Memoria Trans que todo el mundo parece estar usando en Buenos Aires son estampas de dibujos suyos. Jules dibuja con asombro, casi con una mirada extranjera, como si viniera del interior o de otro planeta, una Buenos Aires muy reconocible: con sus pizzerías, su subte línea A, sus cervezas en lata baratas, así como una patagonia argentina extrañada con sus paisajes irreales, sus animales y sus leyendas. Cuartos cerrados y claustrofóbicos. Playlists de punk y de cumbia.
Al infinito y más allá
En el último tiempo Jules empezó a expandir sus dibujos mutantes también en otras partes del mundo. Ilustró la tapa de la revista suiza de cómic Strapazin, y estuvo en Superbollo, una novela gráfica colaborativa editada en España con prólogo de Paul B. Preciado. Pero la última gran aventura para ella seguramente sea Feminismo Gráfico, una nueva editorial de la que forma parte junto a Daniela Ruggeri, dibujante y fundadora de la convención Dibujados, Facu Saxe, investigador, y Mariela Acevedo, fundadora de Clítoris. El proyecto nació como una genealogía de mujeres en la historieta argentina en formato de muestra museística, cuyo destino era transformarse en una exhibición itinerante. Pero la pandemia cambió los planes y el recorrido lógico para el emprendimiento terminó siendo un proyecto editorial de historieta y ensayo alrededor de piezas gráficas con mirada feminista. “Me hubiese gustado leerla a los 20 años”, dice Mariela Acevedo, editora de sus libros y ahora también compañera en ese nuevo sello, sobre el trabajo de Femimutancia. “Son historias de soledad pero también de tribus, de raros, que te intimidan y que te fascinan. Hay mucho punk, y hay mucha música alternativa, todo eso hace 20 años no lo podía encontrar fácilmente en los libros. Me fascina pensar qué le pasa a una piba de 15 años que está viviendo esta época y que tiene acceso a estos relatos”, se entusiasma.
Precisamente, el proyecto en el Jules está trabajando por estos días es un cómic para niños, aunque muy poco convencional: una historia sobre la maternidad y la paternidad no deseada desde la mirada de la infancia, con humor, con afecto y con cinismo. Hijx de la muerte, que en este momento se puede leer periódicamente en las redes de Aguinaldo y que pronto se convertirá en libro, es la historia de un personaje infantil que está obsesionado con la idea de que la muerte es su madre y que busca formas de morir para encontrarse con ella. “Bueno, si Edward Gorey pudo, yo también”, se ríe Jules, que admira al autor norteamericano que dibujó sus hermosos alfabetos de niños muertos, y que también lee a Tomi Ungerer, que dibujó, entre otros, al gatito insolente que no quería besar a su mamá. “Me sacan un poco de quicio los libros infantiles que tratan a les niñes como si no tuviesen raciocinio, como si no se dieran cuenta de nada de lo que les pasa, o no pudieran soportar temas que, de hecho, muchos viven en su cotidianidad. Hay muchos casos de gente que, como yo, nunca conoció a sus padres. No es para nada raro, pero no es tanta la representación que encuentro de temas como esos en la ficción infantil y no veo por qué no”, explica.
Por el momento, además, se concentra en el libro que está en proceso con el incentivo de la Fundación Proa, La madriguera, que se apura a terminar por estos días –dos páginas diarias, por lo menos, dice– y que debería publicarse en algún momento de este mismo año. Si bien, es un libro que retoma un drama familiar, con su estilo, mitad costumbrista, mitad ciencia ficción, y todas las felices herramientas que el género ha dado para narrar el horror, el libro también se podría conectar fácilmente con el clima de nuestros días extraños: el personaje se despierta después de un largo sueño en medio de una ciudad en cuarentena. Y, como ahora, sobre el futuro es imposible adivinar demasiado.
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