DIOS ES UNA CASA
Por Javier Calvo
Tengo por costumbre no escribir sobre los libros que traduzco, creo que por una razón comprensible: trabajo con muchos editores, todos magníficos, y no me gusta dar publicidad al trabajo de unos sobre el de otros. Sin embargo, he decidido hacer una excepción con La casa de hojas de Mark Z. Danielewski (de próxima publicación en Alpha Decay/Pálido fuego), por varias razones. No solamente porque es un libro absolutamente extraño y fascinante, y además uno de los más divertidos de traducir que me he encontrado nunca. Principalmente quiero escribir unas líneas porque conozco la historia de este libro, el fanatismo de sus seguidores y su capacidad para generar controversia y hacer correr ríos de tinta en las redes. Conociendo también la escena literaria española, imagino que el libro dará que hablar, aunque sea en un contexto restringido, y me apetece adelantarme a cualquier posible debate con mis propias opiniones. En los doce años que hace que se publicó la primera edición en Estados Unidos, ha habido en nuestro país varios intentos de publicar esta obra (yo por lo menos tengo conocimiento directo de varios), frustrados por cuestiones diversas asociadas con adelantos, costes de producción y demás, y el anuncio de su publicación final a través de un consorcio de dos editoriales independientes despertó el año pasado cierta expectación entre los aficionados españoles a la literatura estadounidense. Estoy convencido de que la edición española no defraudará esa expectativa. Personalmente no me convence demasiado la dirección que Danielewski tomó después de La casa de hojas, pero es imposible no reconocer la originalidad y el interés de su obra de debut.
La casa de hojas es famosa por varias cosas. En primer lugar, por su uso complejo y profundo del formato del libro. De hecho, pese a que en muchos sentidos es una de las cimas del hipertexto literario, La casa de hojas me parece absolutamente inimaginable en formato electrónico. Es un libro irreductible al e-book. Sus múltiples cadenas y niveles de autorreferencialidad se apoyan firmemente en su condición de falso aparato de notas a una falsa disertación académica, con los distintos niveles de metatextualidad señalados con cambios de tipografía y color de la tinta. Por otro lado, los vínculos entre cadenas de apéndices al texto o notas al pie a menudo están rotos, de la misma manera que el texto está incompleto y constituye en todos los niveles el opuesto del formato académico que él mismo satiriza. Además de esto, La casa de hojas es famosa por ser de las pocas obras mainstream de los últimos tiempos que han empleado con éxito “texto liberado”, por usar la expresión de Marinetti, es decir, que no tiene una maqueta preestablecida sino que crea continuamente caligramas y dibujos con el texto. Por último, y esta es una de las peculiaridades de la novela de Danielewski que le han conferido una extraña e inquietante segunda vida en Internet, La casa de hojas está plagada de supuestas “claves secretas” dentro del texto, escondidas en forma de anagramas, acróstico y acertijos, que sus fans discuten acaloradamente en los foros que el propio autor, con gran astucia, ha ido abriendo en Internet a lo largo de los años. Todas estas razones han convertido La casa de hojas en el gran libro-objeto de la narrativa americana de las últimas décadas, en sus distintas ediciones (la primera edición americana, por ejemplo, no incluye una buena parte del material de los apéndices, mientras que existen ediciones expandidas y con distintos patrones de colores de tinta). El hecho de que esta condición de libro objeto se tenga que retener en las distintas ediciones traducidas a otras lenguas es en gran medida la clave de las dificultades y costos que plantea su traducción.
Existe –al menos en nuestro país– una percepción de la tradición en la que se sitúa La casa de hojas que me parece no exactamente errónea, pero sí incompleta. Muchos que la han leído la sitúan sin dudarlo en la tradición de Pynchon, Gaddis y Barth, que tiene en David Foster Wallace a su apóstol más reciente. Es obvio que hay algo de verdad en todo esto, y ciertamente La casa de hojas es uno de los grandes hitos del gafapastismo literario de la década pasada, junto con La broma infinita, Submundo o Stone Junction. Yo, sin embargo, debo de ser el único que ve la novela de Danielewski un poco al margen de esa tradición. En gran medida, cuando digo que La casa de hojas es una primera obra tremendamente original me estoy refiriendo a la dificultad de encontrarle una genealogía de progenitores literarios; es un libro que se parece muy poco a nada. La crítica ha señalado el parecido indudable, tanto argumental como conceptual, con Moby Dick (la obsesión de Navidson con su casa se compara explícitamente en el mismo texto con la de Ahab), además de su sección de extractos, su condición calidoscópica y su exceso de material. También está la comparación obvia con Pálido fuego, por el hecho de que ambos son una falsa edición anotada.
Yo añadiría como precedente a varios niveles Fascinación de Don Delillo. Y obviamente, aunque no salga en los manuales, El resplandor de Stephen King. En general, el propio libro consigue despistar bastante bien de su naturaleza obvia de novela de terror. No en vano, estamos hablando de una novela que consiste en la introducción y las notas que un loco escribe a una disertación académica que hace otro personaje ciego y desequilibrado sobre un documental que nadie encuentra y que probablemente no existe acerca de una familia que compra una casa encantada. La parte de la casa encantada queda un poco relegada a un segundo plano en las explicaciones de la novela, pero La casa de hojas es totalmente una novela de casa encantada. Su poder reside ahí. Su manejo del género, que adapta con tremenda pericia elementos del simbolismo y del expresionismo, desde Mallarmé, Rilke y Kafka hasta el propio Melville, le permite convertir la casa de Navidson en un vórtice poderosísimo de asociaciones simbólicas que deben mucho más al legado literario del fin de siglo y el primer modernismo que a la tradición postmoderna. Explotando esas asociaciones por medio de una técnica literaria basada en explicitar sus propias referencias, citas y patrones y explotarlas hasta un punto de sobresaturación, la casa se convierte en un nodo metafórico que escapa con éxito (gracias a esa misma saturación) de toda interpretación mecánica o fácil: representa la vida familiar, es cierto, y también representa la propia idea de casa en un sentido atávico, en tanto que polo de un binomio dentro/fuera cuyo trastorno es uno de los grandes ejes argumentales del libro.
Sin embargo, pese a que sus ramificaciones interiores y su oscuridad son representaciones de los fantasmas en el armario de la familia Navidson, del romance familiar freudiano y de los traumas de todos sus integrantes (la novela tiene una lectura psicoanalítica apasionante, que Danielewski deja esbozada), el autor consigue escaparse de esa esclerotización del sentido. La casa de Ash Tree Lane es todo y nada, es una ballena blanca capaz de asumir todos los significados y ninguno, un símbolo hermético y mallarmeano, una divinidad a la que se accede a través de la negación absoluta de todo, al modo místico, y una incapacidad para articular. Gran parte de ese éxito de representación, creo yo, viene de su descripción de la casa. De las partes “de género”, las que parecen una película de terror, los infinitos cambios de la casa, sus expansiones y sus ataques (yo pasé miedo auténtico la primera vez que leí el libro). La imaginería de terror de La casa de hojas es fresca y poderosa, y de las pocas que no han sido cooptadas y vulgarizadas por el cine, precisamente por su condición intrínsecamente textual y resistente a la traducción.
No sigo lo bastante la escena literaria como para calibrar la importancia relativa de un libro como La casa de hojas en el contexto americano o internacional de las dos últimas décadas. Hay quien la considera un hito narrativo de primera magnitud o hasta la obra de un genio. La dificultad de su publicación puede sin duda magnificar su leyenda. La leyenda existe, sin duda, y una parte de ella se puede achacar a las virtudes de la (auto) promoción. En España creo que puede despertar pasiones entre una parte del público de la misma manera en que las ha despertado en Estados Unidos, en Alemania o en Francia. De la misma manera, no hay duda de que habrá quien reaccione de forma escéptica y hasta defensiva, conociendo el panorama, y máxime teniendo en cuenta las idiosincrasias de sus editores de aquí. Pero para mí la novela tiene una magnitud y un poder irrefutables y hablo de poder de fascinación, en el sentido de no poder salir del libro y de su mundo, de que tu imaginación quede absolutamente atrapada por él, durante meses, y que después ya nunca se vaya del todo de tu cabeza. Como he dicho antes, no soy muy fan del Danielewski posterior, especialmente del de Only Revolutions, pero me quito el sombrero ante lo que hizo con su primera novela. La gran mayoría de lanzamientos editoriales se pierden en las mesas de novedades, y especialmente la narrativa traducida por editoriales pequeñas y colecciones literarias. Es por eso que escribo unas líneas para decir la mía y llamar en la medida de lo posible la atención de los lectores que puedan estar interesados en esta extraña obra.
Texto completo de la entrada anterior que bloguer no me deja editar (???)
Tomado de http://elblogdejaviercalvo.blogspot.com.ar/
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