domingo, 28 de noviembre de 2010

Sólo hay que esforzarse por escuchar

Paulina Vinderman


POEMAS DEL LIBRO "HOSPITAL DE VETERANOS"


Pisadas sobre el vidrio




2)

He llegado a un hotel tan ruinoso como mi alma antes del viaje.
Suelen llamar café, al brebaje que preparan por la mañana
y no existen cerraduras en las puertas.
La felicidad debe parecerse bastante
a este estado de exposición a los detalles
y a una oscura revancha sobre "los elementos del desastre".

El tarareo del mar llega hasta mi hamaca
y el salitre hasta la máscara
de mi pobre memoria.
La soledad tiene patas de ángel en este lugar;
no escribirá nada, no puede escribir nada,
pero acribillará a preguntas mi pasión por lo astroso.

Desde acá, las ciudades
son arcaicas esculturas de asfalto y de vidrio
iluminadas por las matemáticas,
como lo son los durazneros por la estructura musical
del viento al anochecer.


3)


Hoy vino la muerte. Es bella y callada
pero los gatos se asustaron.
Se llevó a Concepción, la tejedora
de la casa amarilla junto al mercado.
Se la ve pequeñita y oscura —como una lenteja—
dentro del bote,
el bote que empujarán a la corriente, al río del río.
Antes la cubrimos de muñecos de trapo,
coloridos, imperfectos y torpes, como la vida.
El sol brilla como el de los tapices
y los perros tienen los ojos cenicientos y solemnes
como los míos.
Ojos de ceremonia y de señuelo.

Hoy vino la muerte. Desandamos juntas
el sendero hasta el cruce.
Es turbia y neutral, como el río,
como mi tazón de aluminio, como mi corazón
que es todo río.


4)


Si el mundo me invita a un café esta mañana,
podré sobrevivir.
Después de todo, nadie más que el viento
me trajo hasta aquí. El viento y la locura
de hablarle en voz alta, sin pedirles permiso
a los dioses de arena.
"No amé a quienes amé lo suficiente".
(tan sólo con reconocerlo podría regresar.)
El exilio es una perla barroca
pero el destierro un túmulo orgulloso de sus frases
inconclusas.
Las hojas del banano le dan una desganada frescura
a mi rincón (a mi mirada).
Veo a la vida como algo desenfocado y hermoso.
Un bosque que susurra,
sólo hay que esforzarse por escuchar.


7) Oro sucio

Vi subir un sombrero por el río y lo seguí.
Parecía oro sucio a la distancia, como las pepitas
que rodaban por las calles rojas de viento
en Porto Velho.
En el sombrero iba un sueño
y el sueño remaba en el letargo con una pala
invisible.

Los sueños no se siguen si no es hasta el final, me dije,
los ríos no se siguen si no es hasta el final.
Y el viento se encerró en un cesto para que nada
salvo yo misma, pudiera moverse en la amarilla opacidad.

Mujeres de ojos tersos y orejas separadas
vigilaban las orillas bajo los plátanos.
Los hombres remaban lejos, sudaban en las minas,
atesoraban con la boca abierta
la blancura de mi raza y de mi desesperación.

La vida colgaba cerca -nunca tan cerca-
la vida era un globo de color naranja
que hacía pasar el día como un guardabarreras.


Voy a escribir un sueño, pensaba,
y ¿cómo se hace para escribir un sueño
sin traicionar su dibujo, su luna hueca, su sonido?


Un chico de ojos verdes como melones
pendía de su madre india y la empujaba hacia el centro
de la tierra: cada vez más pequeña la mujer aceituna
con la historia cortada y una docilidad (de evangelio)
estremecida.

Vi subir un sueño por el río y lo seguí.
Tomaba forma de sombrero a la distancia,
tomaba el color del caoba su tenacidad.

En la hamaca alguien canta sobre cubierta,
recuerdo a la balsa rota, los cinco buitres y el reloj
atrasado en la espesura.

Voy a escribir un sueño, pensaba,
y ¿cómo se hace para escribir un sueño
sin traicionar su lengua, su luna vieja,
el verdadero desierto de su aliento?


8)

La región espera la lluvia como yo el poema,
los árboles deformes como orejas deformes,
las bocas ávidas como perfectos copones de bronce.
El calor como un techo demasiado bajo,
la postergación como emblema.
Me siento a mis anchas, yo también, a esperar.
Nadie sabe que danzo como una loba vieja
sobre una terraza que arde.
Que recuerdo los bosques y colmillos filosos de mi vida
en la rogativa.
Cuando, al fin, las gotas empiezan a caer
sobre los baldes y las ilusiones, corro a atrapar
las palabras que el cielo envía:
pobres pájaros que enjaulo sin misericordia.


9)


Ese hombre habla en miedo
y el miedo es un idioma duro de entender.
Se disfraza de hostilidad, envenena el silencio,
lo hace girar extraviado, sin jardín alguno
donde el relato pueda confiarse, volver a ser
una canción de náufragos al calor del alcohol.

Me destina una habitación que semeja un armario
(ni siquiera hay una biblia en la mesa de luz)
¿Será mejor pensar el mundo desde esta celda?
Un cartel imaginario dice:
La búsqueda del tesoro empieza aquí.
La poesía lleva tatuado el jeroglífico:
el arte de ver el vuelo de los gansos salvajes
(desde mi ventanita)
como si me perteneciera.


10)


La única poesía que ilumina es la que arde
y ningún mar será más extenso que mi imaginación.
Pero los sauces llorones se inclinan demasiado,
(para mi orgullo) ante un sol despótico
y no puedo dejar incendiarse a mi soledad
sin poner en peligro al bosquecito cercano.
Finjo la serenidad que nunca tendré, el reposo
que jamás encontraré.
Y lo hago bien, más que bien: una parodia
esmerada a las puertas del cielo.
Soy un árbol clásico, de los que dibujaba
en mi cuaderno, esos de tronco oscuro, que
no se doblegan fácilmente y no conocen el dolor
de la palabra árbol.


14) Poste Restante


Salgo del correo con la voz ronca, la piel pálida
en un día que palidece.
—No tiene carta— ha dicho recién una boca amable
bajo unos anteojos de marco grande.
(¿y cómo podría ser de otro modo,
si ni siquiera recuerdo cuándo partí?)
He perdido mis lágrimas, mi tren, he perdido
mi oportunidad.

Estoy en un andén sucio junto a un hombre
que apoya el sombrero de fieltro sobre la valija.
Hay un poder voluptuoso atrapado en la visión
del último vagón, en el triunfo de lo callado.
El hombre se mueve en blanco y negro.
Se hunde en su estrecha vida como yo en la mía.
¿A cuál habitación regresará?
¿Habrá alcanzado a ver el girasol entre las vías?

Salgo del correo a una noche que parece
abrirse para siempre como ese girasol salvaje,
solitario, huérfano de historia, que parte el cielo en dos.


22)


¿Hay otro amor,
que no sea éste que se transforma en odio?
(un odio diáfano que sólo guarda la
oscuridad de la infancia)

Las luciérnagas iluminan con intermitencia
un mundo del cual ya no formo parte.

¿Hay otra patria que no sea esta noche?
¿Hay otra verdad?

El aire es tan puro que alucina
y la soledad, que fue siempre una tierra prometida,
es menos magnánima que la negrura del follaje
inventado, recortado y pegado sobre papel
para un suelo de lunas.


Hospital de veteranos


1)


La ventana del hospital
da a un baldío espeso de pasto y de botellas rotas
(como cicatrices de batallas).
Un sauce milagroso crece en la esquina que
da al cuartel.
Hospital de otro siglo, el dolor que me ata
a la silla despintada también es de otro siglo.
Las enfermeras corren con los orinales
por corredores hundidos y no reparan en él.
No estoy acá para curar mi vieja herida ni mi insomnio.
Soy hija, se supone que las hijas tienen salud.

En plena noche los azulejos blancos destilan
una luz primitiva. Puedo seguir un camino entre las
camas sin titubear.
Esa es mi luna, también la que imagino
sobre las botellas como un spot.
Comprendo su soledad (sin hermanos)
en medio del cielo.
Comprendo las mareas, comprendo a la locura
como un exceso de blanco.

He sido amada (no comprendida),
he sido aquel perro solitario de mi primer poema,
que atravesó la calle para ser mi amigo.

"¿Podríamos jugar mañana, cerca del sauce?"

El amanecer está en un punto muerto,
suspendido por una memoria que semeja un barco
sin mascarón de proa.

(Igual que mi vida).



2)



En estos días nunca despierto del todo,
me siento en el borde del sueño
a punto de caer de bruces, y me dedico a
espiar el cuento en su final.
Hay una tormenta en la cabeza calva
sobre la almohada
y un patio desnudo en la mía.
La noche fue un pizarrón
donde escribí mi piedad más ordenada,
la más benigna.

Ojalá nevara.

El ruido de los jarros de aluminio
con el té con leche, es mi llamado en la
mañana, aclara mi mente tímida, mi
grave respiración.
El día es opulento,
lleno de manchas en el piso,
estoy atrapando el adiós:
el ojo de mi" halcón de vida",
"no por su ojo sino por su alegría"
piso la nieve que cae, en otro lugar.


3)


El gato asoma por detrás de la tapia
entre los vidrios rotos.
Se eleva sobre la marejada de la memoria,
girando en el oscuro verano, cortando
los tallos que me sujetan a la tierra.
Sé que mi tibieza no le es suficiente, hay
demasiado miedo en nuestros pelajes revueltos.
Y en nuestro esfuerzo por vivir, no
queda tiempo para lunaciones.
Sólo una mirada celebratoria, un enlace
sin traducción bajo una luz perfecta.
Los vidrios parecen hierbas a la distancia
y el raído saco de hilo que me cubre,
azúcar sucia.
Nos iremos de inmediato a nuestros asuntos
por detrás de la vida,
como si ella fuera la tapia, o un telón suntuoso
(tierra de nadie entre bastidores).


4)


A golpes de estrellas, a golpes de luna,
¿cuánto hace que parezco un castor,
manteniéndome a flote en los rápidos del río?
Soy el guardián de mi padre, el guardián
del lenguaje, títulos nobiliarios sacudidos
por el temporal.
El amor es un objeto antiguo, valiosísimo,
encerrado en un museo babilónico, expuesto
a la artillería del invasor.
Bajo mis dedos crecen metáforas como hongos.

Días vacíos, quemados por un viento dorado.

Detrás del cielo azul pastel, habita una negrura
de cuervo.
Pobre cuervo, alisando sus plumas sobre
el alambrado; él, como el castor, bebe de este mundo
el agua posible.



5)


Pongo un vaso y una flor
en la mesita atestada junto a su cama,
pero él no los mira.
En realidad lo hago para mí.
La vida todavía debe ser para mí,
el viento que insiste en abrir la ventana
aún puede dejar un poema en la escudilla.
La crueldad de haber arrancado la flor
a su madre planta, para mi egoísmo -
verla morir en un escenario sórdido-
es un anzuelo limpio (carece de rencor.)

Del otro lado, la bolsa de sangre lanza
destellos azules, mal copiados, de mi flor.
Para avisarme que ella es la vida por ahora:
una paciencia de color azul.

(La lluvia que veo caer sobre los tubos
de oxígeno en el patio, también es para mí.)


8)

Los días se han vuelto cada vez más escasos.
"Si yo fuera el invierno mismo", hablaría
de culpas, frías como el alcohol sobre la piel,
frías como la cama al lado de la ventana rota.
Esta es una isla de detención
(rodeada por un mar que no vemos).

Las voluntarias vestidas de rosa
son tan dulces y compasivas que provocan furor,
no pueden con el invierno,
(no pueden con nuestro invierno.)

El aire es tan denso que a su través,
puedo ver las partículas de dolor como flores
de un empapelado envejecido.
Flores de ceniza, flores de estuco.
Palabras que ya nunca diremos.

Lavo la taza y las cucharas mientras espío
la caída del sol: un vertiginoso cielo
color limón que cae del otro lado del mundo,
sobre árboles talados demasiado temprano.


9)


Una pobreza luminosa nos une otra vez,
como en la infancia.
Pero ésta será la última canción.
¿Recordaré la letra cuando nos hayamos ido?
El olvido es una traición dulcísima
que no lastima tanto como una muerte.

Por ahora distribuyo los tesoros
en un espacio neutral: una servilleta a cuadros
y un marco para la foto de mamá, bella con su fe
y su collar prestados.
Ah, "si yo fuera el invierno mismo",
encendería fogatas diminutas en el corredor,
estrellas muertas que se asocien a este universo
de falla, de necesidad.


10)


Nuestra casa está en ruinas, te dicen
mis ojos sin querer.
Sólo tenemos esta seguridad de la leche caliente
que cruza tu garganta y nos consuela.
Afuera brilla una ciudad que cierra los ojos,
tal vez sufra más sin embargo: por ser plana,
por no tener colinas de aflicción.
Pero espera, pacientemente espera.
Nosotros oscilamos en la neblina de este sueño
desahuciado y ardemos en lo que ya terminó.
Heredé tus huesos y tu testarudez,
pero no tu miedo: ese foso en el cual hemos
nadado como perros sin dueño toda una vida.
—Gracias por la cena—dice tu voz ronquísima
desde el fondo de los tiempos, como un invitado
cortés a su anfitrión,
y sé que te irás pronto, llevándote el foso,
el hermano que no tuve, - el secreto - donde
construí a tientas, a pinceladas de acuarela, mi valor.


13)


El enfermero jefe me entrega tu anillo
(tu anillo de boda)
y camino después por los corredores apaciguados,
entre las fogatas,
con una estrella amarilla sobre el corazón.

No volveré al hospital.

Me demoro en las pobres lámparas
del subsuelo, las pobres lámparas que
desde ahora serán toda mi luz sobre el
libro a leer: miles de hojas con letras tan apretadas
que no pueden cantar.
Buscaré la Liebre, en el cielo sin nadie,
buscaré en la noche tu pueblo.
Mi manera de aproximarme al mundo
cambiará.
Mañana, soledad, palabras que se vuelven
jeroglíficos.

Te escribiré.


Paulina Vinderman

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