(Extraído del suplemento "Soy", del diario Pàgina 12)
Viernes, 6 de Marzo de 2009
EPA
En el nombre de la madre
“Por el bien de niños y niñas”, eso esgrimen las voces más conservadoras cuando se alzan con palos y leyes contra la amenaza de las familias homoparentales que, dicho sea de paso, queridos terrícolas, ya están entre nosotros hace rato y gozan de buena salud. Esa cruzada por la felicidad de los niños, que implica escatimarle derechos y nombres propios, suena parecido a lo que dicen tantas buenas personas cuando se les pregunta sobre si les molestaría tener un hijo o hija homosexual: “Por mí no hay problema, lo que pasa es que no me gustaría verlo sufrir”. ¿Y quién va a hacer sufrir a ese niño si no este mismo padre que admite sin revelarse que las personas homosexuales llegan a este mundo para sufrir? ¿No es más fácil cambiar las leyes que andar por la vida poniendo o sufriendo estigmas basados en concepciones perimidas de lo normal?
En fin, algunos gobiernos así lo consideran y con el mismo lema, aunque un tanto más pragmático: “Para solucionarles la vida a tantos niñas y niños” y “para facilitarles las cosas a quienes efectivamente se ocupan de ellos”, el gobierno francés apura la aprobación de una ley que reconocerá la familia homoparental, hogares en los que viven unos 30 mil niños en Francia, según el Instituto Nacional de Estadística. Y desde el 1º de abril, en el Reino Unido, las madres lesbianas que conciban a sus hijos vía fecundación artificial podrán inscribirlos con los apellidos de cada una de ellas. El nombre de las madres como parte fundante de la identidad de una persona que crece criada por dos mujeres, o ha sido concebido a raíz del deseo de dos madres, contribuye a poner en jaque toda sospecha de “fenómeno extraterrestre” con el que se suele presentar esta realidad. El doble apellido por un lado compromete jurídica y económicamente a las responsables, y por otro otorga esa alcurnia, ya no de clase sino de orgullo de venir de donde se viene, de ser quien cada uno es.
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