sábado, 26 de agosto de 2017

Una tarde, cuando todavía vivíamos en Yerbal

Dice en feis Daniel Gigena
27 min
una tarde, cuando todavía vivíamos en Yerbal, tomamos un ácido. Él partió a la mitad el círculo de papel, que se parecía al centro de las arandelas que usábamos en las hojas de carpeta en la secundaria, y me puso una mitad debajo de la lengua. Estuvimos dos horas sentados frente a frente. Escuchamos casetes de cantantes de jazz y fumamos un porro porque el ácido provocaba una ligera taquicardia. El departamento de un ambiente y medio nos parecía enorme. Más tarde nos vestimos y salimos a caminar a la hora de la puesta del sol que, desde los andenes de la estación de tren del Ferrocarril Sarmiento, se veía a cielo abierto. Ahora una torre de departamentos bloquea parte de la caída del sol. Ese domingo nos sentamos en un banco de la estación. Todo parecía vacío y lleno al mismo tiempo. Después de un rato se acercó un hombre mayor, mayor que nosotros en ese entonces quiero decir, y nos habló un buen rato (o tal vez fueron menos de diez minutos) de una pareja de calandrias enamoradas que volvía todas las primaveras al barrio. ¿De dónde volvían? Señaló un ceibo detrás de nosotros y recién entonces, como si sólo pudiera escuchar con los ojos abiertos, vi a los dos pájaros cerca de nosotros, también de cara al oeste. Cuando el hombre se alejó por el andén, Jorge me preguntó si no me había dado cuenta de que se había referido a nosotros de manera indirecta. Hablaba con asombro. También yo estaba un poco sorprendido de que el amor que sentía fuera tan evidente para los demás
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