viernes, 23 de marzo de 2012

Bellesi inaugura el Filba

: Filba ::
Un laberinto del cual no tenemos el mapa de salida
23-03-2012 |



Las palabras inaugurales del Filba Nacional fueron de la poetisa Diana Bellessi, quien hizo un recorrido por lo que se convoca a este festival en Bahía Blanca: “la carne abierta de un lenguaje que no se cierra sobre sí mismo”.

Por Diana Bellessi. Foto: Renzo Luna Chima.

Cuando pensé en este Filba Nacional que se inaugura hoy en Bahía Blanca, algunos nombres, como siempre sucede, llamaron mi atención. El de Aníbal Jarkowski, cuya novela El trabajo leí con intensidad hace más de un año, el de Carlos Godoy –que al final no vino–, por los poemas del libro Escolástica peronista ilustrada, el de María Moreno y sus magníficas crónicas, género sobre el que ha dado un taller en esta ciudad, el del escritor de culto elegido como centro, Libertella, a quien recuerdo con noción de presente y con cariño. Y alrededor de este triángulo las estrellas de Katchadjian, Incardona, Ortiz, Kohan, Coelho, Sagasti, Gusman, Budassi, etc… ¿De qué voy a hablar?, me dije, y de inmediato dos luces de alarma se encendieron en mi mente.

La primera asociada a la noción de trabajo como mal: cuando no lo hay, porque casi nos expulsa de la condición humana, y cuando lo hay, porque muestra los límites del capitalismo, es decir, la condición esclava del trabajo, su carácter alienante. La segunda luz mala apareció con la idea del país como laberinto, no en términos borgeanos, sino en aquel sentido que sostenía Martínez Estrada, un grande que se vino a vivir a esta ciudadela conservadora que ha sido Bahía Blanca. Recordé aquellas palabras que pronunció ante Tomás Eloy Martínez en Lugar común la muerte: “Para encontrarla –dijo Martínez Estrada, refiriéndose a la salida de las tragedias argentinas– debiéramos conocer el mapa de la cárcel donde estamos confinados. Si lo tuviéramos, podríamos matar al gendarme. Pero no hay mapas. Quizá ni siquiera hay gendarmes. Todo lo que nos queda, entonces, es sentarnos a la puerta de nuestra celda y ponernos a llorar”.

¿Pero hay una relación entre el trabajo como mal y el país como laberinto? Creo que sí. Son los trabajadores los que acompañan los proyectos que impulsan el trabajo como fuente genuina de crecimiento y riqueza dentro del país. Sin embargo, en cuanto empiezan a reclamar una participación amplia en esa riqueza, se convierten, rápidamente, en el peligro que acecha la estabilidad de aquello que han ayudado a construir, y que no es otra cosa que una nueva oportunidad histórica como país. Al mismo tiempo, los medios de producción de esa riqueza que se intenta distribuir bajo otros modelos, o bajo los modelos que el capitalismo admite, siguen estando, mayoritariamente, en las mismas manos.

En ese sentido, se agrega el elemento de la explotación de los recursos naturales, que igualmente entra en abierta contradicción con el interés de la vida: metales por agua, por ejemplo. Soja por bosque nativo; soja por diversidad de cultivos. Para imprimir a la recuperación económica, la velocidad necesaria que le permita reducir al máximo posible los daños –que por otra parte tienen un fundamento histórico de larga data, donde mucha gente tomó decisiones abiertamente inescrupulosas contra el bienestar del país–, la ironía terrible es que se recurre a las modalidad tradicionales que ofrece el sistema capitalista, que en este punto planetario o global de su historia, se caracteriza por apropiarse de la mayor cantidad de recursos llevándolos a la extenuación casi inmediata por una máxima ganancia, sin ninguna proyección histórica, ya que hace rato que al capitalismo no le importa la historia ni el futuro. Y entonces vemos cerrarse, otra vez, la salida del laberinto.

El escepticismo y la ironía, o el tremendo tsunami de la parodia encuentran zonas ricas en el arte de nuestro tiempo. Hasta cansarse, hasta cansar sus procedimientos, corriendo la orilla de un océano que no deja en tierra casi nada. Casi nada, salvo los pequeños momentos íntimos de cada vida que vuelven a alzarse como el último bastión de sentido que tenemos, y que pueden vivir, islotes de un archipiélago desperdigado, adentro del laberinto donde alzamos, no un país, sino nuestra casa…

Un aislamiento orgulloso y salvaje, como el de Martínez Estrada, ¿acaso nos envuelve? ¿O el teatrito de crudas frivolidades que cada uno supo armar por su cuenta, y por cuenta de una actitud modal de nuestro tiempo? Vaya a saberse…

Cuando me invitaron a este Festival Nacional, el primer Filba que no se hace en Buenos Aires, me dijeron que sería en Bahía, “…pero mirá que no en Bahía de Brasil, ¿eh? ¡sino en Bahía Blanca!” Faltó que me dijeran “se hace en Brigitte Bardot”. Como nos cuenta Kohan en una entrevista sobre su última novela, BB, “para no nombrarla” a esta ciudad, que “es la ciudad negativizada, maldita”. “La idea de una ciudad de mitología negativa –agrega Kohan– me atraía por ese poder de negación: todo lo que se genera ahí cae bajo la sombra del principio de negación”. Negación potente y seductora. Así, este propio Festival, quizás, en la ciudad donde vivió Roberto Payró y fundó el periódico La tribuna, y donde ahora el sello 17grises lo ha publicado, como ha publicado a Enrique Banchs, a Jaime Rest o a Vicente Fatoni.

El trabajo como mal y el país como cárcel de la que no se puede salir porque no tenemos el mapa. Estas sensaciones me persiguieron y me encerraron en una sombra de la que no surgían frases ni palabras. Hasta que una amiga, la poeta rosarina Sonia Scarabelli, me recordó que la literatura siempre opera frente a este malestar que produce la consolidación de un sistema. Una continua tensión o torsión irresuelta se levanta, o se encarna en el lenguaje en desmembramiento que muestra su costado más fragmentario, algo común en la poesía, y que roza, en las fricciones de la ficción de género, como el terror, el thriller, o el fantástico, la carne abierta de un lenguaje que no se cierra sobre sí mismo.

En los poemas de Godoy, o en los de Mertehikian, o en los de Lucía Gagliardini, por ejemplo, me parece escuchar otra cosa, diferente a las poéticas del noventa. Un contrapunto no dirigido que lleva elementos de la lírica frente a esa sistematización de la catástrofe; un sujeto que arrastra las hilachas de su pequeña vida. “El peronismo es un invento” nos dice Godoy, pero

“una nenita
haciendo pis
sobre la vereda
desde lo alto
sostenida
en brazo de su padre
es rock and roll
peronista”

o

quedarse
con un perro
callejero
es peronista

o

anotar
caminando por la calle
sobre la palma de la mano
el número de teléfono
de un departamento
que se alquila
es romance
peronista

Señalo algunos de los momentos de este largo poema, que me golpearon de inmediato; aunque lo que digo, quizás, sea sólo una alucinación personal. Estas piedras, alzadas en medio de la nada, los nuevos menhires contemporáneos, como el del coreanito argentino de un cuento de Coelho perdido en Los Angeles, o la zombi que devora los brazos de una mujer muerta en la novela Berazachussett de Leandro Avalos Blacha, o los bellos cuentos perturbadores de Samanta Schweblin. Estos menhires o rocas aisladas como en medio de la nada, parecen configurar aquel mapa imaginario del autor de Radiografía de la Pampa; lo podamos usar o no, ya que la utilidad no es parte de la escritura, pero se avizora con sus imágenes en el papel en blanco de una foto que empieza a dibujarse en el cuarto negro, la celda donde intentamos descifrarlo.

“Quién sabe, quién sabe”, asentía el viejo Martínez Estrada, “Los límites de la realidad siempre están más allá, como las aguas de los espejismos”. Es, al menos el mapa del intento que trazan los escritores, porque en todo libro que leo con algún interés, siento ese entregarse al mundo de una manera que desmiente aquel escepticismo cerrado, aunque sea bajo el incesante golpe de cuchara contra el plato vacío del que nos hablaba Olga Orozco.

Unas semanas atrás, la poeta Andi Nachon me mandó un mail donde aparecían estos párrafos:

“Morrisey dijo después del primer tema: voy a tocar un puñado de canciones que son parte de mi corazón, y, la verdad, creo que ese es el punto que todos los que escribimos tenemos en común: del corazón, de la cabeza, de las entrañas. Algo que urge hacer y entregar a los demás con las manos abiertas. El resto es vanidad”. “…ojalá los festivales alguna vez logren dar cuenta de ello, de esa extraña red que logra sostenerse en el viento y nos toca y nos ilumina…”, “al menos eso sentí ayer cantando con quince mil personas las canciones de mi adolescencia”.

Son sabias mis amigas. Entre ellas, la más vieja, la maestra, Griselda Gambaro, que abrió la puerta de la ironía y la parodia hace ya muchos años, en los setenta, como en la novela Ganarse la muerte, por ejemplo, y que aún ahora sostiene en su mano el palo para dármelo en la cabeza, y sostiene al mismo tiempo la gracia de la verdad y la necesidad en la escritura.

Qué estoy diciendo, entonces, que el trabajo pago es el mal, cuando lo hay porque el salario no alcanza, y cuando no lo hay porque te quita de la condición humana, y que el país, podría decir, el mundo, es un laberinto del cual no tenemos el mapa de salida… Cuando lo pensé por primera vez sólo lo sentí desde la sombra, se hacía presente con el sonido y la furia, no con las palabras, pero ahora quizás pueda darle el viso de un discurso. No sé el destino de este Festival Nacional que organiza por primera vez Filba fuera de Buenos Aires. Entiendo porqué se eligió a Bahía Blanca, o a BB. Porque esta ciudad se alzó contra su mitología negativa y produjo denodadamente en los últimos treinta años. De aquí salió Vox, la revista y la editorial de libros, de aquí salió el grupo Mateo, salieron los pintores y las feministas, como las del grupo Despertando a Lilith, salieron las canciones de Zambayonny, salió el Museo del Puerto, y 17grises, sólo por nombrar algunas cosas que conozco de Bahía, Blanca, blanquísima y manchada de sangre también… Por el horror de su pasado y la prepotencia de trabajo de su presente, es un buen lugar, una buena idea la de alejarse de la cabeza de Goliat de Buenos Aires rumbo a un país que desconocemos, para tomar cerveza juntos y escucharnos alzando nuestras piedritas de morondanga en la construcción de un mapa imaginario que nos permita salir con la cuchara en la mano, golpeando quizás un plato vacío, o semilleno, o con algo…

No voy a pensar que federalizamos nada, sólo estamos probando irnos con la banda de gira e incorporar a ella otros instrumentistas y cantantes, homenajear a los que nacieron aquí y sobrevivieron produciendo una obra, como Héctor Libertella; ojalá haya otros Filbas nacionales, y que se hagan en la Pampa para celebrar a Bustriazo Ortiz y a Orozco, en San Juan para festejar a Escudero, en Jujuy para aplaudir a Groppa, en Catamarca para leer y releer a Luis Franco… Bueno, invitaron a una poeta, ¿no? Sabrán perdonar que sólo nombro a otros grandes poetas de este mapa imaginario, y dejo que la industria perezosa les recuerde a los demás, aunque la presencia de Entropía, de Letranómada (esta semana leí un libro maravilloso publicado allí, de un angoleño africano, para colmo treintañero, El silbador se llama, de Ondjaki), de Letranómada decía, de Eterna Cadencia, de InterZona, de 17grises, de Mansalva, de Bajolaluna, de Tamarisco y muchas otras pequeñas y efectivas editoriales, parece haber puesto los medios de producción donde encuentran lugar las nuevas ficciones en manos similares a los de la poesía.

Así, leer la Primera antología argentina de cuento zombi, Vienen bajando, por ejemplo, fue como leer una antología de poesía contemporánea argentina, con el mismo gesto casi secreto y dichoso por igual, aunque más marcadamente enunciativo. Estos muertos vivos sin habla ni cabeza, cuya caza y mutilación forma parte de la manera de divertirse de los “vivos”, me dice más de hoy que el más pesado de los ensayos. Cadáveres del setenta, o muertos vivos del dos mil uno, o negros magníficos reciclados en el presente, por los que uno quiere ser infectado, ser zombi con ellos, componen un poema de amor como el que leído pocas veces.

Entonces, diría, a la luz de estos pensamientos, no auguro mucho de este primer Festival Nacional (como no auguro demasiado de la administración actual de nuestro país, la mejor que hemos tenido, sin embargo, en tantos años) pero espero, paradojalmente, mucho. Espero que se rocen las nuevas producciones, dentro y fuera de Buenos Aires, con la obra de grandes maestros, muertos o al final de su vida. Y que ambos sean escuchados con la misma intensidad, por lo que han hecho, y por lo que se está haciendo. Héctor Libertella y Francisco Marzione, por ejemplo, Hugo Gola y Roberta Iannamico…

Ver obra de Santoro y escuchar a Luis Sagasti, cuyo libro Bellas artes es realmente precioso, o percibir la inteligencia de Maxi Crespi, o escuchar leer sus poemas a Mario Ortiz, sólo por nombrar a los que en algo conozco, y que me llegue el asombro por los que no conozco, los que aún no he visto ni leído. Eso es un Festival, empezamos a aprender cuando leemos el programa, nos divertimos en el medio y seguimos leyendo después. Me llevaré los libros de 17grises que aún no tengo para continuar el banquete… Bienvenidas y bienvenidos, entonces, a los que hemos llegado a BB, y a los que nos esperan aquí, a los organizadores que lo hacen posible, a Brigitte Bardot que nos recibe mostrando aquellas tetas juveniles del ayer.

Fin del discurso, ahora viene la palabra kitsch, la más temida y cursi, aquella por la que Martínez Estrada hubiera vomitado, y que aún nos persigue a los argentinos como un fantasma, sin la cual no sería posible disfrutar de este Festival ni de nada, es decir, viene aquello de lo que hablaba la poeta Andi Nachón con las quince mil almas coreando las canciones de la adolescencia. Viene el amor; y la fiesta. Como escribió Gabriel Bermúdez recordando a Spinetta: contra todos los males de este mundo.


Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=20848#more-20848

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que sonríe cómplice de amor...