—¿Puedo dormir contigo? —le preguntó Therese.
—¿No has visto la cama?
Era una cama de matrimonio. Se sentaron en pijama, bebiendo leche y
compartiendo una naranja, porque Carol tenía demasiado sueño para acabársela.
Luego Therese dejó la leche en el suelo y miró a Carol, que ya se había dormido boca
abajo, con un brazo hacia arriba, como siempre se dormía. Therese apagó la luz.
Entonces Carol le deslizó el brazo alrededor del cuello y sus cuerpos se encontraron
como si todo estuviera preparado. La felicidad era como una hiedra verde que se
extendía por su piel, alargando delicados zarcillos, llevando flores a través de su
cuerpo. Therese tuvo una visión de una flor blanca, brillando como si la contemplara
en la oscuridad o a través del agua. Se preguntó por qué la gente hablaría del cielo.
—Duérmete —le dijo Carol.
Therese deseó no dormirse. Pero cuando notó otra vez la mano de Carol en su
hombro, supo que se había dormido. Amanecía. Los dedos de Carol se tensaron en su
pelo, Carol la besó en los labios y el placer la asaltó otra vez como si fuese una
continuación de aquel momento de la noche anterior, en que Carol le había rodeado el
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