domingo, 9 de octubre de 2011

Hay que ver

Peripecias del no


Por Maximiliano Tomas



No debe haber ninguna casualidad en que las tres películas argentinas más interesantes de los últimos años se hayan estrenado al margen del circuito tradicional y hayan sido producidas desoyendo los dictados de la industria y sin ayuda alguna del Estado. Tampoco debe ser casual que en las tres se haya visto involucrado de alguna manera Mariano Llinás: en Historias extraodinarias (2008) como director y guionista; en Excursiones (2009) como actor; y en El estudiante (2011) colaborando en el guión y como socio minoritario. Hay en todas ellas una manera de ver y entender el cine que nada tiene que ver con la de la mayor parte de la industria nacional y el Incaa. Para ponerlo de manera sencilla, la distancia que puede existir entre Historias extraordinarias y El secreto de sus ojos, por mencionar dos hitos del cine argentino reciente, es la misma que media entre un libro de Thomas Pynchon y uno de Wilbur Smith: dos universos paralelos e inconciliables.

De ellas, El estudiante (escrita y dirigida por Santiago Mitre, y que obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Bafici y en el Festival de Locarno de este año), tal vez la más polémica, protagoniza desde hace semanas un extraño suceso de público en los dos únicos lugares donde se proyecta, la Sala Lugones y el Malba. Mitre fue guionista de Leonera y Carancho, los dos últimos trabajos de Pablo Trapero, y a lo largo de siete meses de 2010 filmó su propia película en los pasillos y las aulas de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. La historia es la de un joven de la provincia de Buenos Aires que llega a la ciudad para estudiar y se ve envuelto y seducido por la militancia universitaria, convirtiéndose en mano derecha y operador político del futuro rector. Un estudiante que no estudia y que madura aprendiendo los rudimentos básicos de la política de base. Lo novedoso de su objeto narrativo, y el talento con que está filmado el ámbito universitario (por momentos con fascinación entomológica, en otros con cierta fresca ingenuidad) hacen llevadera una película de más de dos horas basada en conversaciones, discusiones y diálogos.

Pero algo sucede en la escena final, justo antes de los títulos, donde el protagonista dice “no” y le niega ayuda a su mentor por primera vez: un mensaje ideológicamente confuso que resignifica lo visto hasta ese momento. Como si en esa renuncia hubiera una condena a toda la política (ayudado por la negatividad con que está retratado el conjunto de los personajes: no hay allí nadie que se salve, ningún alma bella, ni siquiera un progresista: todos buscan un cargo, un sueldo, aprobar una materia, y para ello traicionan y negocian, negocian y traicionan, en un círculo vicioso que jamás se rompe).

Ese “no” puede ser interpretado de varias maneras (una venganza del estudiante hacia el rector; el nacimiento mediante la traición de un nuevo delfín), pero una de ellas es la de la sustracción del protagonista del universo de la política, un territorio viciado e irrecuperable, sin fisuras. Un mensaje que condena a la política y la deja en manos del enemigo, lugar del cual no hay retorno. Aunque hay también otra posibilidad. El director es hijo de Ricardo Mitre, amigo y colaborador de Juan José Alvarez y secretario administrativo del Senado durante la vida breve de la Alianza. Leída en clave autobiográfica, las posibilidades interpretativas estallan y se multiplican. En todo caso, El estudiante es una película incómoda, que sin dudas hay que ver.

(Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil).

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