domingo, 11 de septiembre de 2011

Basta de concordia y buenas costumbres

Reflexiones acerca de un festival
septiembre 11th, 2011 · No Comments


Por Maximiliano Tomas



El viernes empezó la tercera edición del Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), que organiza, hasta el 18 de septiembre, una serie de actividades vinculadas a la escritura y la lectura en diversas sedes alrededor de la Ciudad. ¿Hacía falta un festival más, a pesar de la permanente oferta de lecturas, encuentros, debates y performances (porque ahora, parece, los escritores performan sus textos) que existen en Buenos Aires? Puede que sí, como puede que no. Hace falta un festival, por ejemplo, que tome distancia de la Feria Internacional del Libro, que se realiza todos los años entre abril y mayo: que no replique ideas que ya están presentes en aquel evento, que por definición se dirige a un público masivo y no especializado. La gente que va a la Feria del Libro lo hace, en general, como un paseo de fin de semana, para asistir a las charlas donde las celebridades hablan de sí mismas o presentan un producto nuevo (en formato libro), o para cumplir allí con su compra anual de cultura en papel. Los títulos más vendidos son siempre textos clásicos, religiosos, escolares o de divulgación, lo que traza un perfil aproximado de los gustos y los hábitos culturales de sus visitantes. Si la Feria del Libro se dirige, entonces, a lectores no literarios, un festival de literatura debería restringir, por definición, sus objetivos: pensar en ofrecerle un contenido (mesas, debates, lecturas, proyecciones, talleres) diferente a las personas que compran libros habitualmente, que leen y disfrutan de la literatura, lo que además lo liberaría de la obligación de la masividad (¿Cuál es el verdadero tamaño del mercado literario argentino? ¿Cinco mil, veinte mil, treinta mil personas?).

El Filba nació como una idea de Pablo Braun, su actual director (junto a Soledad Costantini), también dueño de la librería Eterna Cadencia y del sello editorial del mismo nombre. Una iniciativa personal para destacar, que arrancó como un evento de bajo perfil, pero se fue convirtiendo de a poco en algo más grande, hasta llegar a la presente edición, donde parece haberse afianzado su organización y perfeccionado su difusión e incluso su financiación. Sin embargo, a la hora de la programación, el Filba no termina de conformar del todo ni a propios ni a extraños: no parece ser un festival para lectores exquisitos, que escaparían horrorizados frente a algunas de sus propuestas (un asesor de contenidos a la derecha, por favor), ni tampoco para los no iniciados, que difícilmente sepan quiénes son Kjell Askildsen, Cees Nooteboom, J.M. Coetzee o Joao Gilberto Noll, cuatro de los autores más interesantes que llegan a la Argentina para esta edición. ¿Cuál es el público potencial del Filba? ¿Para quiénes están pensadas sus actividades? ¿Personas con amplios intereses culturales, estudiantes de letras, periodistas, escritores? El texto de presentación del programa no ayuda a elucidar esta cuestión cuando afirma: “Este nuevo espacio se propone sumar tanto al público lector como al no lector a los debates y a las expresiones más recientes de la palabra escrita”. ¿Para qué quisiera un no lector asistir a una mesa sobre imaginarios suburbanos en la literatura argentina, o a una entrevista pública con el escritor italiano Ermanno Cavazzoni?

El Filba podrá adoptar, ahora que se confirma como una cita fija anual del calendario cultural porteño, los destinos que prefiera: pero bien haría en olvidarse de los no lectores, y preocuparse más por los lectores habituales de literatura, y ofrecerles un espacio de debate, reflexión y discusión (¡basta de concordia y buenas costumbres!) que deje, tras de sí, una huella o una marca que sirva para repensar el estado actual de la literatura y el campo literario. No sería poco.

(Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil).

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