LA VIDA Y EL TRABAJO SEGUN JOSE MARIA MUSCARI
“Tengo el poder de ser el configurador de mi destino”
Hipercreativo, el actor y director se muestra en la obra Auténtico, ayer estrenó Escoria y a fin de mes presentará una versión libre de Julio César, de Shakespeare, interpretada por Moria Casán y Leticia Brédice, entre otras. El arte de combinar lo under y lo comercial.
El nuevo departamento que José María Muscari tiene en San Telmo luce paredes blancas, parquet, pufs rojos, una lustrosa escalera de mármol, ventanales hacia la ciudad, dos sillones de cuero y alfombras rayadas. Sobre el televisor, una breve pila de cajitas de dvd, que la cuarta temporada de Lost primerea (un adicto más y van...). Todo está prolijo y, sin embargo, el anfitrión se disculpa por el desorden: que aún falta para que esté terminado, que pintó, que necesita algunos muebles porque tiene más espacio que en el monoambiente que antes ocupaba. Tal vez sea esa búsqueda permanente de perfección la que une sus tres partes: el actor, el director y quien recibe con parsimonia y capuchinos a Página/12. “Siempre fui exigente con las personas con las que trabajo como lo soy conmigo mismo”, justifica. Su cabeza funciona prospectivamente: programa con frialdad los meses venideros, el tiempo que destinará a ensayos, los guiones que retomará del tintero de su computadora, las obras que estarán en cartelera, la conformación de sus equipos; si comerciales, si under, todo queda bajo su impronta. “Como soy prolífico, pareciera que lo único que hago es andar de un ensayo al otro, pero la verdad es que no”, revela. Pero cómo no adherir a la creencia popular con la cantidad de proyectos que con su firma pueblan las agendas actuales y venideras: Auténtico –en donde, además de dirigir, actúa– desgranando sexo, política y humor a la gorra los lunes a las 21 y jueves a las 23 en el Teatro La Comedia (Rodríguez Peña 1062); ayer estrenó Escoria en el Teatro del Pueblo (Av. Roque Sáenz Peña 943). Y hay más: a fin de mes presentará una versión del texto de Shakespeare Julio César, con actuaciones de Moria Casán, Norma Pons, Andrea Bonelli y Leticia Brédice, y ya tiene confirmado quiénes participarán en El anatomista, en abril del año próximo: Alejandro Awada, Antonio Grimau, Walter Quiroz, Sofía Gala, Romina Ricci y Victoria Carreras serán los intérpretes de esta obra basada en el best seller de Federico Andahazi. “Hace un mes que lo tengo armado y, por lo general, los elencos se resuelven más sobre la fecha, a los pedos”, compara.
–En las promociones de sus últimas obras no falta el slogan “Otra de Muscari”. ¿No descarta ninguna idea? ¿Cómo es su proceso creativo?
–Soy una persona de mucha proyección. Nunca estoy en el marco de lo inmediato. Ahora sé que termino algunas actividades en septiembre y tengo octubre, noviembre, diciembre y enero para escribir tres obras con las que vengo dando vueltas hace mucho tiempo. Vienen cuatro meses en los que sostengo las funciones de Escoria y escribo. Después, ya sé que en febrero empiezo a ensayar El anatomista, con un súper elenco, que siempre se arma a las apuradas porque los creadores lo manejan así. Yo lo programo desde antes porque me da la posibilidad de gestar el espectáculo, terminarlo y hacer otro. Ahora estoy ensayando Escoria pero tuve la idea hace dos años y al elenco lo fui preparando en el último año y medio. Soy bastante pragmático: voy armando de a bloques.
–Y ese pragmatismo, ¿viene con contraindicaciones?
–Antes sí, ya no. Ahora es una exigencia ligada al placer. Con Escoria se dio un caso particular porque en el tiempo de ensayos, para los cuales usualmente destino dos o tres meses, hubo veinte días en los que estuvimos parados, por la gripe A y las muertes de mi papá y mi abuelo. Entonces, el proceso fue más largo. Al margen de este caso, encontré un ordenador en el deporte, en el culturismo, que hace que tenga que tener súper ordenada la comida y que vaya al gimnasio. Entonces me concentro en otra cosa, pongo el cuerpo en funcionamiento y descanso la mente, que es mi herramienta de trabajo. Hace poco me separé, pero estaba en una relación, enamorado, y eso también te oxigena. Pero no soy una persona que va de ensayo en ensayo. Eso es más bien una fantasía que hay sobre mí.
–Pero no lo es que sea muy exigente...
–Siempre fui exigente. Cuando era más pendejo, era soberbio y eso le molesta al otro. Y a mí también, porque cuando tenía actitudes jodidas, me frustraba. Después, con el tiempo, me di cuenta de que había algo de eso que estaba bueno, que era justamente la exigencia, para mí y para los demás, pero que debía acompañarla con contención y afecto. El elenco de Escoria es un grupo de actores muy volado, son incontrolables. Si yo no pego un grito no empiezan a ensayar jamás. Entonces, me vuelvo un poco su padre. No trabajo sólo en el ensayo, pero en esa instancia no me gusta perder el tiempo. No está bueno pelotudear y dentro del teatro hay mucho folklore sobre eso. Pareciera que para ser actor hay que charlar un rato, tomar un café... Eso no va conmigo. Mi folklore tiene que ver con el trabajo. El que no se pueda adaptar, que se vaya a otro lado.
–Tanto en Auténtico como en Escoria persiste el tratamiento de la discriminación, por la condición sexual y por lo efímero de la fama, respectivamente. ¿Se siente discriminado?
–No, se dio de esa manera. En el caso de Auténtico, no me dije “quiero hablar de estos temas”, sino que junté a cuatro amigos con los que me entiendo muy bien. No fue una creación grupal, fue dramaturgia, guión e idea míos, pero ellos tuvieron espacio para proponer determinadas cosas que yo tomé. La fortaleza de la obra no es la historia, sino cómo esas personas se encuentran ahí arriba para discurrir políticamente sobre la forma en que el sexo atraviesa nuestros días.
–¿Y en Escoria?
–Para esa obra, si bien el tema terminó siendo la discriminación y los actores que fueron famosos y están en el inconsciente colectivo pero ya no en un podio mediático solidificado, tenía ganas de hablar del fenómeno extraño que ocurre cuando ves a un actor de televisión en el colectivo. Fenómeno que me pareció muy “freakiante”, porque como uno tiene condenado al actor a la idea de lo plano, de la caja boba, de mundos mágicos y glamorosos de la televisión, cuando esa persona aparece en la cotidianidad con sus miserias, se produce una dicotomía extraña. La discriminación apareció porque el elenco que armé tuvo mucha entereza para enfrentar la parte más dolorosa de la actuación. Hay actores que no se animan a hablar de eso y yo junté a diez que ponen en primer plano que trabajan en un remis, que viven en el campo o que cuidan perros.
–Llegado el caso, ¿usted se animaría?
–En ese sentido, creo que tengo el poder de ser el configurador de mi propio destino. A diferencia de los actores que se consagran dentro de la televisión, el reconocimiento consiste en lo que me autoinvente. Un actor, por lo general, no toma muchas posiciones, sino que espera que lo llamen. Yo no me voy a quedar inválido. Al revés, que me llamaran sería una novedad. Que invente todo yo, por un lado, me genera cierta presión, pero, por el otro, la alegría de saber que no tengo que estar esperando a nadie.
–Otro punto en común entre Auténtico y Escoria es el roce constante entre la ficción y la realidad...
–En Auténtico todo lo que decimos es real, pero está teatralizado como parte de un gran show. No hay nada que sea una construcción. En Escoria, la construcción pasa a ser una realidad ya vivida. Es como un túnel del recuerdo en el que los actores entran para armar una nueva realidad. Lo que es muy extraño es que la situación ficcional es mentira: un grupo de actores que espera la llegada de un productor. Eso sí es una construcción. Pero los que esperan a ese productor son de verdad Marikena Riera, Gogó Rojo, Osvaldo Guidi, Noemí Alan, Liliana Benard, Héctor Fernández Rubio, Paola Papini, Julieta Magaña, Willy Ruano y Cristina Tejedor. No construyen los personajes, son ellos recubiertos en la historia de los papeles que los consagraron. Es un mecanismo complejo.
–En sus obras, el hueso duro está amparado por toda una parafernalia “light”: en Auténtico, la resignificación de textos anteriores y, en Escoria, el folklore del cumpleaños. ¿El recurso, así como la utilización del humor, surge para volver más digerible lo político?
–Nunca pienso en términos de que sea más o menos digerible, más o menos profundo, más o menos divertido. Me guío por el deseo de hacer determinadas cosas. Me resultaba atrayente investigar el ritual del cumpleaños. La torta, los globos, la gente cantando: todo muy patético, y encajaba perfecto con el universo de Escoria. En Auténtico, el tema de los robos, de tomar textos, películas e, incluso, el vestuario de otras obras, tiene que ver con una reflexión mía sobre qué significa lo original.
–¿En qué consiste esa reflexión?
–La originalidad está muy rota. Ya está todo inventado y la única forma de encontrar algo que sea auténtico es aceptándolo. No enmarcándolo en la creencia de un nuevo invento, sino dando la posibilidad al otro de que identifique qué es lo que la obra toma y cómo se lo adueña. Así, surge una bipolaridad que es ineludible y que me resulta interesante, porque crea un nuevo concepto de lo que sería la novedad.
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