lunes, 5 de mayo de 2025

Me encanta que mueva y genere debate

 

Disfruté los 6 capítulos de la serie con la ingenuidad de quien no había leído la historieta, género que pasó a serme indiferente cuando la malapraxis farmacológica que me destruyó el pulso, sumada a mis nuevos prejuicios universitarios a favor de la pintura abstracta a brochazos que entonces estaba de moda (fácil de hacer para mi cerebro a medias arrasado), acabaron con mi hobby adolescente de copiar a lápiz los cuadritos de "Gilgamesh" que más me gustaban. Hasta entonces incluso había dibujado una historieta, el nombre de cuyo guionista no recuerdo o no supe; fue en una revista artesanal donde escribíamos todos con seudónimo, y yo dibujaba. La dibujé con microfibra. Firmaba "Julia Casandra". Fui lectora de la Fierro, amaba y seguí amando los dibujos de Breccia, era amiga de Max Cachimba, vi nacer obras maestras en su taller y mantuve un débil lazo con ese arte que era como el fútbol: si no podés copiar con tus propias manos o pies lo que ves, te aburrís. Por eso ahora estoy leyendo "El Eternauta", informándome sobre la biografía del autor y asombrándome de ese escritor visionario, único, nuestro, que fue H. G. Oesterheld. "También Robinson, para llegar al barco encallado, tuvo que lanzarse al mar... Abrí la puerta", escribe en la voz de un Juan Salvo que evoca el momento en que, con el traje puesto, está por animarse a la nevada mortal. Él mismo, 19 años después, salía disfrazado y arriesgaba su vida para llevar a la redacción de la revista Skorpio cada original de la segunda parte, donde elabora o intenta elaborar el trauma de la cruel matanza de sus cuatro hijas caídas en las garras monstruosas del aparato genocida paramilitar de la dictadura, que lo secuestró a él el 27 de abril de 1977. ¡Memoria, verdad y justicia por los Oesterheld! Y asombro también, y maravilla también, y también gratitud. "Allá dirán..."
Recién estoy empezando a leer la historieta, así que no opino sobre la adaptación. Pero mirar, el 1° de mayo en dos tirones, la serie, tan creíble y tan atrapante, fue una aventura y un viaje por la memoria. Fue volver, como dice el tango. Porque hay una Buenos Aires guardada en mi subconsciente y es la zona norte, de donde tengo recuerdos antiguos de viajes. Me reencontré con las rayas amarillas y los números en estencil de una línea de trenes a la cual le debo obsesiones y fobias; debo haber estado allí siendo aún la beba o la niña que mi madre primeriza llevaba de paseo a su hermana Alba, que vive aún en Belgrano. Me reencontré, en un plano urbano nocturno, con el recuerdo de una esquina azarosa, donde quedamos varados toda la familia en el auto en medio de un aguacero y una inundación, también de noche. El auto se trabó, o algo pasó con la carga, de modo que nos pusimos mis hermanos y yo a acomodar algo así como sogas y yo, la mayor, fantaseando con que éramos la tripulación de un barco en plena tempestad, empecé a cantar "Ho... ho, ho... ho", imitando a los marineros de las películas, y enseguida mi hermana y mi hermano me siguieron en el cántico hasta que empezaron a chistarnos y gritarnos desde las casas aledañas: "¡Dejen dormir!". Me asusté, el descenso a la realidad fue demasiado brusco. A aquella zona norte de Buenos Aires regreso por la magia del cine y regresé también en los '90, buscando conocimiento, amor y trabajo: las bajadas desde el Chevalier en Puente Saavedra, la Avenida Colón, el 29, Luis María Campos, el Hospital Militar, la Libertador... cuando casi todo lo que obtuve fue poesía. El norte es lo que queda más cerca de Rosario; es donde alquilaba hasta no hace mucho mi amiga Marga, que entre otras andanzas me llevó a visitar a mi tía ya anciana, quien recordaba mis primeros poemas. La del Eternauta es también la Buenos Aires de mi adolescencia, es el paseo casi suicida de mi viejo para "pasar a saludar" (?) a un "amigo suyo" (?) o mejor dicho a un superior de unos clientes suyos que tenía su oficina en Campo de Mayo (en plena dictadura, y el aterrador cartel: "No detenerse o el centinela hará fuego"), y esa música intradiegética de la serie es la que yo descubría entonces, con 14 años: Manal, el rock nacional de apenas un par de años antes, y la sensación de llegar tarde a un país que ya no era. Pero que está latente y entonces el Eternauta somos todos, yirando en los arrabales de un tiempo desquiciado.



Tras un fin de semana leyendo a full las dos partes de la historieta por Oesterheld y Solano López, siguiendo en el tiempo real de la lectura las peripecias de los personajes con esa Lumi digital que es Google Maps, más un libro de ensayos que acaba de presentarse en la Feria (ver link al final del párrafo) y algunas reseñas recientes, me considero munida de los pertrechos caseros suficientes para salir al páramo de las redes a ver qué onda la nieve tóxica. ¿Habrá parado? Que no haya tiros ni rayos... https://edunpaz.unpaz.edu.ar/.../book/978-987-8262-52-9
Y me animo a decir esto: Los Eternautas, es decir, El Eternauta en sus muchas versiones, es un clásico. Pienso en mis dos clásicos favoritos de comienzos del siglo XVII: el Quijote y Hamlet. Ninguno de los dos nació en cuna de oro literaria. Ambos fueron hijos de la industria cultural del entretenimiento de su época. El Quijote surge de la pluma de Cervantes como parodia de un género, digamos, popular: las novelas de caballería. Hamlet se representaba en un teatro que contaba con entradas de un penique, de modo que cualquier, digamos, laburante pudiera asistir a la función. El empresario era el mismo viejo Willy...
H. G. Oesterheld había creado, con unos socios, su propia editorial, en tiempos en que las historietas salían monedas y era verosímil (dadas ciertas circunstancias nacionales que no se repitieron) situar en Buenos Aires un tópico de la ciencia ficción que estaba muy de moda por entonces: la invasión extraterrestre. Los cuatro amigos que se juntan a jugar al truco singularizan los varios destinos posibles de una clase media que ya casi no existe más: el pequeño empresario (Juan Salvo), el docente universitario (Favalli), el bancario (Polsky) y el empleado público (Lucas). Siguiendo una regla no dicha, el orden en el que van cayendo muertos (SPOILER ALERT!) es inversamente proporcional a su utilidad. Sobreviven los dos primeros, integrados a nuevos personajes que aparecen por el camino, representantes de las clases trabajadoras: el che pibe (Pablo), el obrero calificado (Franco) y un obrero no calificado pero muy sensato, de rasgos criollos, Medardo Sosa, a quien casi nadie parece recordar cuando se analiza la obra. Sosa dura poco (por valiente). Todos desprecian al intelectual no científico ni técnico, el historiador Mosca, un ingenuo que sirve de alivio cómico y cae en la trampa de las bromas que le hacen para burlarse de él. Cuesta imaginar esa sociedad, pero yo la viví y la padecí: el orgullo de la aristocracia obrera, mi padre ingeniero civil tachando de "inútil" todo "palabrerío".
El ejército formal intenta hacerse cargo de la situación pero enseguida se rinde, reconociéndose menos capaz de afrontar la invasión cósmica que estos improvisados pero valerosos hombres civiles dotados de la libre iniciativa y los saberes que caracterizaban al "Robinson Crusoe" (alegoría literaria que emplea el propio autor) argentino. Todos habían hecho el servicio militar obligatorio y algunos el colegio Industrial. Los más educados tenían hobbies, se daban maña, sabían arreglar de todo; sabían de ciencia, de ciencia ficción y de tecnología. Juan y sus amigos tenían vidas confortables, digamos, pequeño-burguesas. Modelados por la educación formal, eran varones racionales. Modelados por la educación sentimental del western, sabían contener sus emociones.
Eran hijos de las política de desarrollo científico, tecnológico, industrial, educativo y social nacional del gobierno al cual el golpe del 55 había derrocado tras un intento fallido y un evento siniestro, que dejó centenares de muertos civiles: el bombardeo de Plaza de Mayo.
La versión Stagnaro 2025 es protagonizada por lo que queda de aquella Argentina que perdimos. Como dijo Marcelo Figueras, el "odio cósmico" ya está instalado en la sociedad, no viene de lo alto. "El pueblo de las cuevas" de la versión color de 1976 es reemplazado por los Okupas que se refugian en una iglesia, como en la Edad Media, y son asistidos por un grupo de boy scouts. A cada paso en la nieve, la versión actual expresa su fidelidad al espíritu del clásico, que para eso es un clásico. En lugar de las pintadas frondicistas que a medias insinúa el trazo de Solano, se divisa un "No me baño" y otros gestos rupestres urbanos de hoy. El fútbol era muy importante para aquel primer Juan Salvo que recordaba, desde su ficticio 1963, el partido homenaje al y con el gran goleador de River, Ángel Labruna, que se jugó en el estadio Monumental el 19/9/1957 (El Eternauta se comenzó a publicar 15 días antes, semanalmente, el 4 de septiembre, hoy Día de la Historieta).
Los recuerdos recientes de Salvo son hechos contemporáneos a la publicación de la historieta: cuando comprende que el comando militar manda a los milicianos civiles al muere, Juan se compara con amargura, él y su grupo, con la "perrita Laika" (enviada por los rusos en el Sputnik que regresó el 3 de noviembre de 1957, muriendo allí el pequeño animal). Para el Juan Salvo actual y para sus amigos, la pasión no pasa por el tango sino por el rock nacional de los '70, pre-dictadura. "Lo viejo sirve" es un slogan del Favalli 2025, quien debe explicar de algún modo cómo todo aquello que para su versión 1957-59 simbolizaba el rostro más moderno del progreso, hoy son antiguallas "vintage" (ellos mismos incluidos). El Juan Salvo 2025 es ex combatiente civil de Malvinas, está separado, está traumado. La masculinidad también cambió. Las mujeres no se quedan en la casa, tienen autonomía...
Y así hasta el infinito. "Traduttore, tradittore": para ser fiel al espíritu de un original es preciso tener el valor de no ser literal. (A menos que se trate de una edición anotada, explicada). Lo que importa, a mi modesto entender de lectora y espectadora, es que en cada reencuentro con el clásico se experimente la misma emoción épica. Un clásico (pienso en los antiguos: los poemas épicos, la Ilíada y la Odisea) nos habilita la experiencia de que al identificarnos con las hazañas del héroe ampliamos nuestra noción de agencia. Nos sentimos más capaces, más potentes, más animosos ante la adversidad. Y más si es "un héroe colectivo", como dijo H. G. O. Ya no existe aquella clase que él retrató en el original, con aquella omnipotencia que hoy nos es inconcebible. Pero la gloria de la batalla contra los Ellos, por más ficticia que sea, es nuestra. Y lo seguirá siendo, mientras conservemos nuestra humanidad y no nos dejemos convertir en "hombres robots". "¿SERÁ POSIBLE?"
EDUNPAZ.UNPAZ.EDU.AR
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que sonríe cómplice de amor...